Desde el año 2006, los técnicos urbanistas y planificadores urbanos australianos han delimitado docenas de nuevas subdivisiones de territorio a las afueras de la ciudad de Melbourne, transformando los matorrales que alguna vez albergaron canguros, wombats, zorros voladores y otros animales salvajes, en ordenadas calles suburbanas. 

Sin embargo, a medida que el entorno construido invade la naturaleza, un número creciente de animales desplazados son atropellados por automóviles. Aquellos que sobreviven podrían, si tienen suerte, encontrarse bajo el cuidado de un refugio de rehabilitación de vida silvestre como el Joey and Bat Sanctuary, ubicado cerca de Melbourne.

El fotógrafo Douglas Gimesy estaba documentando el trabajo en el santuario el año pasado cuando se encontró con un wombat de pelo áspero –Vombatus ursinus- cuya madre tristemente había muerto atropellada por un automóvil. Un buen samaritano pensó entonces en revisar la bolsa del marsupial muerto y encontró a Joey, de tan solo cuatro meses, dentro, todavía con vida.

Gimesy vio a una joven estudiante de veterinaria alimentar con un  biberón al wombat huérfano. Cuando terminó de darle de comer la estudiante acercó su nariz a la de Joey en un tierno momento de unión entre especies. 

El desarrollado sentido del olfato de los wombats rivaliza con el laboratorio químico que supone el hocico de los sabuesos, uno de las clases de perro con un sentido del olfato más agudo. De hecho, los científicos creen que estos animales emplean sus sofisticadas narices para orientarse en la noche y olfatear los excrementos de otros wombats. 

Tal vez porque su nariz es tan sensible, Gimesy dijo que la cría de wombat en esta fotografía parecía disfrutar especialmente la sensación del contacto nariz con nariz, algo similar a los beneficios del contacto piel con piel de un bebé humano con su madre. 

Fotografía ganadora en la categoría Human Nature del certamen de fotografía The BigPicture, organizado por la Academia de las Ciencias de California. 

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