Los ganglios linfáticos son una de las primeras líneas de defensa del cuerpo contra las enfermedades. Las células de nuestro sistema inmune parten desde estas «estaciones de policía biológica» para luchar contra los intrusos. Sin embargo, de alguna manera, los ganglios linfáticos también son la primera parada para la mayoría de los cánceres metastásicos.

«Es paradójico», declara el profesor asistente del Laboratorio Cold Spring Harbor -CSHL- Semir Beyaz“El cáncer afecta de manera inmediata al sistema linfático, el encargado de protegernos, pero las células inmunitarias no hacen nada. Se trata de un mecanismo extremadamente importante de entender, ya que lo que está pasando es que el cáncer está tomando como rehén a todo nuestro cuerpo”.

Para tratar de averiguar qué es lo que estaba pasando, Beyaz se unió a un equipo de científicos del Hospital General de Massachusetts. Durante su investigación, cuyos resultados se publicaron recientemente en la revista Journal of Experimental Medicine, descubrieron que, por ejemplo en el cáncer de mama, las células cancerosas engañaban al sistema inmunitario con la ayuda de una molécula llamada MHC-II. 

“MHC-II actúa como el pasaporte del cáncer de mama hacia el organismo”, explica Beyaz. “Es como una especie de caballo de Troya. Convence al ganglio linfático para que deje entrar al cáncer y lo proteja; y a partir de ahí todo es un caos”. 

El mecanismo resulta paradójico, ya que en otros lugares, como el intestino, MHC-II ayuda a destruir las células cancerosas antes de que se conviertan en un problema. Pero en cánceres como el de mama las células inmunitarias son incapaces de reconocer la alerta, y el ganglio linfático lo trata como una falsa alarma. 

Continuando con su analogía, Beyaz explica que: “el cáncer secuestra el ganglio linfático: la estación de policía. Los detectives simplemente dicen: ¡Bienvenidos! Aquí hay un sofá cómodo. Aquí hay un café. Entonces el cáncer «soborna» a las células vecinas y crece. Esto es lo que está haciendo MHC-II en la metástasis de los ganglios linfáticos”.

En otros de sus experimentos con ratones, el equipo de Beyaz también descubrió que niveles más altos de MHC-II en un subconjunto de células cancerosas conducían a una mayor supresión inmunitaria en los ganglios linfáticos. Esto provocó una metástasis más agresiva, disminuyendo la tasa de supervivencia de las células afectadas.

Sin embargo, cuando inhibieron la producción de MHC-II en las células cancerosas, los ganglios linfáticos detectaron la amenaza. Como resultado, el cáncer no se pudo propagar tan rápido y los ratones vivieron más tiempo. “Si eliminas el MHC-II de las células cancerosas, frenas la invasión”, continúa Beyaz. “Los ganglios linfáticos dejan de suprimir la respuesta inmunitaria y reducen la capacidad de colonización del cáncer”.

En consecutivas investigaciones Beyaz y su equipo esperan revelar exactamente cómo se adapta y se propaga el cáncer, para lo cual comprender este tipo de  mecanismos podría resultar indispensable en el desarrollo de nuevas terapias contra la metástasis. Sin embargo, advierte: «la eficacia de cualquier fármaco potencial dependerá de dónde se desarrolle el cáncer por primera vez. Por ejemplo, en el intestino vemos lo contrario de lo que sucede en el cáncer de mama”, explica Beyaz. “Hay reglas específicas de contexto, y esto nos dice que no existe una panacea”.

Pese a ello, Beyaz cree que esta investigación podría tener algún día grandes y positivas implicaciones clínicas que conduzcan a mejores terapias contra la metástasis ya que las terapias de futuros estudios dirigidos a esta molécula podrían ayudar a retrasar la propagación del cáncer y mejorar los resultados de los pacientes.

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