Se queda uno con cara de tonto cuando pasa de la ilusión del segundo puesto en la memorable clasificación del sábado al pobre, por no decir paupérrimo, 7º puesto en la meta de Canadá.

Fernando Alonso no quiso cargar las tintas contra su equipo, por aquello del «ganamos juntos, perdemos juntos» (que no hay mayor falacia en la Fórmula 1) y achacó el mal resultado únicamente a un presunto problema con el KERS que le hacía perder entre 8 décimas y un segundo por vuelta, pero esa excusa casa regular con lo que dijo unos instantes antes en carrera cuando le pidieron que no atacara a Esteban Ocon.

La mala suerte sirve de excusa solo de vez en cuando.

No se puede negar que Alonso tuvo mala fortuna, otra vez. Los coches de seguridad virtuales le pillaron justo fuera de la zona óptima para entrar, pero eso no explica por qué desde el muro de Alpine no le hicieron entrar inmediatamente cuando vieron que perdía un tiempo valiosísimo tanto después del primero provocado por el abandono de Sergio Pérez como del segundo propiciado por Mick Schumacher.

Lo cierto es que Alonso fue el único, aparte de los que no acabaron la carrera, que empeoró su posición de parrilla en la meta. No es comprensible que buscaran una única parada en boxes, si es que es lo que estaban buscando, mientras el asturiano cedía más de un segundo por vuelta con sus perseguidores.

No es la primera vez, y me temo que no será la última, que Alonso se verá perjudicado por las decisiones de su equipo. Alpine ha fallado demasiadas veces y en estas condiciones es complicado seguir las directrices de ese presunto Plan, que suena ya más a meme que a realidad. Que es lo que fue siempre.

Como dirían los argentinos, a la hora de la verdad, Alpine mostró un ‘pecho frío’ (sin sangre y pasión, sin capacidad de reacción) que les puede costar muy caros. ¿Seguro que Alonso quiere seguir aquí, después de todas las promesas incumplidas?

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