Cantabria no acaba de desarrollar una viticultura de calidad, basada en el vino blanco, como han hecho sus vecinos orientales, los vascos con la renovación del txakoli. Sin embargo, historia y condiciones no faltan: posee hermosos valles con ríos de montaña, paisajes de égloga donde la cepa se asoma al vértigo del mar que la refresca. Unas pocas bodegas se afanan por desarrollar una producción sostenible y superar las dificultades climáticas y comerciales. No es tarea fácil. Entre ellas destaca la bodega Miradorio, el empeño de la pareja formada por Esther Olaizola y Gabriel Bueno por elaborar vinos atlánticos, con el atractivo de una intensa personalidad tallada por los vientos del norte y los rompientes de las olas. Para ello cuentan con siete hectáreas de parcelas ubicadas en fuertes pendientes, cerca de acantilados. Viticultura heroica, donde cultivan preferentemente la cepa vasca hondarrabi zuri (70%) y la gallega albariño.

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