Si tiene más de 30 años, probablemente recuerde dónde se encontraba cuando se enteró de lo que estaba ocurriendo aquel 11 de septiembre de 2001. Fue uno de esos momentos que se quedan grabados en la memoria, como lo fueron el ataque a Pearl Harbor o el asesinato de Kennedy para generaciones anteriores.

Este mes conmemoramos el vigésimo aniversario del 11-S, una fecha en la que murieron casi 3.000 personas y se inició la guerra más larga de la historia moderna de Estados Unidos.

Dos artículos de este número analizan aquella jornada. Uno es un reportaje sobre el terreno desde Afganistán. El otro presenta fotografías de objetos aparentemente anodinos –un par de botas, un reloj de pulsera, una foto– que no lo son en absoluto. Esos objetos, algunos expuestos al público por primera vez, salieron de los escombros del World Trade Center de Nueva York, de un campo de Shanksville, en Pennsylvania, y del Pentágono, en Arlington, Virginia, los tres lugares en los que los terroristas de Al-Qaeda estrellaron los aviones que habían secuestrado, creando en el acto un mundo nuevo y aterrador.

El avión que impactó contra el Pentágono era el vuelo 77 de American Airlines con destino a Los Ángeles. A las 9:37 horas de la mañana, cinco secuestradores lo estrellaron contra el lado oeste del edificio; acabaron con sus propias vidas, las de otras 59 personas que viajaban a bordo y 125 en tierra. Entre las víctimas había ocho pasajeros que se dirigían a un congreso sobre ecología patrocinado por National Geographic. Cada 11 de septiembre, nuestra sede central en Washington D. C. se detiene para recordarlos.

Tres de aquellos viajeros de National Geographic tenían 11 años: Bernard Brown, Asia Cottom y Rodney Dickens, los tres con un futuro prometedor que ya nunca florecerá. Cada uno de aquellos pequeños había sido seleccionado para asistir al congreso. Bernard, Asia y Rodney tendrían hoy 31 años. Es desolador pensar cuánto perdimos aquel día.

El 11-S acabó también con la vida de tres maestros comprometidos: Sara Clark, James Debeuneure y Hilda Taylor, que acompañaban a los alumnos. Sara, de 65 años, estaba organizando su boda. James, de 58, padre y abuelo, disfrutaba del golf y coleccionaba arte. A Hilda, de 58, madre y abuela, le gustaba cocinar y cuidar de su jardín.

Los otros dos fallecidos a quienes hoy recordamos eran empleados de National Geographic. Ann Judge, de 49 años, organizaba viajes alrededor del mundo para nuestros periodistas y directivos; Joe Ferguson disfrutaba enseñando geografía a los niños. Tenía 39 años.

Hoy honramos a aquellas víctimas con esta cita del monumento conmemorativo del 11-S en el Pentágono: «Sea este suelo recuerdo de lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001. Para honrar a las 184 personas que perdieron la vida, a sus familias y a quienes se sacrifican para que podamos vivir en libertad. Nunca lo olvidaremos».

Este artículo pertenece al número de Septiembre de 2021 de la revista National Geographic.

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