Copenhague Actualizado: Guardar

Después de una tarde de locura, una tarde que quedará para siempre, España se hizo grande en la locura, clasificada para cuartos y más unida que nunca, pues dicen que desde la adversidad surgen los mejores equipos. La del Parken fue una velada incomprensible, tan difícil de relatar que ni siquiera el bochornoso cante de Unai Simón pesa más que todo lo que pasó después, que fue muchísimo. Reaccionó la selección al regalo con momentos de lucidez, Croacia llevó la pelea a la prórroga cuando se cerraban los vuelos a San Petersburgo y en el tiempo extra, con los balcánicos oliendo sangre, renació España con un golazo de Morata, qué cosas. El viernes jugará los cuartos y su Eurocopa, tal y como empezó todo, ya es bastante digna, sobre todo con un triunfo como este tan cargado de emoción. Porque España, principalmente, necesitaba eso, emocionar a su gente y volver a ser portada. Y lo es por méritos propios pese a que se intuía lo peor con ese fallo de Simón, el fallo de cada torneo.

Antes del soponcio, España completó los mejores minutos de esta Eurocopa, encendida en una interesante puesta en escena con los extraños cambios de Luis Enrique. Algo más sabrá el asturiano, por eso es el seleccionador de un país al que opositan 47 millones para ese cargo, pero llamó poderosamente la atención que sentara a Alba para que jugase Gayà y también las modificaciones en el ataque, con Sarabia y Ferran por bandas con el indiscutible Morata, siempre titular pese a su bronca continua con el gol. El caso es que la selección consiguió en esos veinte minutos rescatar algunas escenas de aquella buena España, rápida en la circulación, dispuesta también a ir de vez en cuando por el camino más corto a la portería sin la necesidad de dormir a las ovejas, atentísima en la presión después de perder la pelota. Todos esos conceptos ahora tienen términos más pretenciosos para los expertos, pero no es nada más que jugar bien al fútbol a partir de una premisa irrenunciable como la de tener el balón. Como Croacia tampoco lo quería, exagerada su declaración de intenciones montando dos líneas pegadísimas hasta el punto de parecerse a las de un futbolín, a España le salieron bien las cosas, salvo que el tema del gol sigue siendo un parto. Koke, después de un pase estupendo de Pedri en vertical, falló uno que no se puede fallar nunca, manso remate ante Livakovic cuando lo tenía todo a placer, y luego llegaría la de cada tarde de Morata, que remató tan mal de cabeza un centro de Ferran que solo le quedó el consuelo de pedir penalti porque la pelota tocó en la mano de Vida. Se iba fuera, y la ocasión era clarísima. Iba todo bien, se gustaba España en el Parken e incluso le motivaba la pasión de la numerosa afición croata, mayoría en las céntricas calles de la calurosa Copenhague, hasta eso fue raro. Y de repente, Unai Simón.

Es casi incomprensible y tan difícil de explicar su pifia como lo fue la del portero eslovaco el pasado miércoles en La Cartuja, puede que esta incluso más ridícula. Tenía Pedri la pelota en el centro del campo y tampoco se le encimaba demasiado, pero consideró que era una buena idea empezar otra vez, volver a la casilla de salida. Es cierto que mandó un melonazo a Simón, pero todo, absolutamente todo, recae en el meta, que intentó controlar con tantísima mala suerte que, directamente, no lo hizo. Ni siquiera necesitó mirar a su cueva, sabía que era gol y que pasaba a formar parte de la leyenda negra de España junto a Cardeñosa, Arconada, Zubizarreta o Salinas. Luis Enrique, su principal valedor, se flagelaba con una botella en el banquillo, menudo cante.

Sarabia da vida

A España le sentó fatal esa negligencia y deambuló durante unos diez minutos como pollo sin cabeza por el césped, que tampoco en Dinamarca era una alfombra. Pasó sus agobios y Modric, un jugadarozo sin que sea necesario decir más de él, puso a bailar ese ratito a su tropa, más orgullosa y competitiva que talentosa. Vlasic y Kovacic avisaron mientras la selección seguía grogui, aunque tuvo lo suficiente como para mantenerse en pie y recuperar el aliento. Volvió a sus orígenes a partir de la posesión y encontró oxígeno antes del descanso con el empate de Sarabia, sin duda la mejor noticia del torneo. Después de una larga jugada, Gayà, al que también hay que reconocerle su buena tarde, disparó con fuerza y la parada de Lakovic terminó en los pies del delantero del PSG, que le pegó con el alma para corregir a España. Se entiende la euforia de Luis Enrique después de todo lo anterior, qué menos. Por cierto, Rebic dejó a los suyos en inferioridad en esa acción porque se estaba cambiando las botas, para verlo.

Tuvo un efecto reparador ese gol y cambió por completo el escenario en la reanudación, en donde España volvió a ser más España. Ganó en confianza hasta el punto de volver a contar con Unai Simón para construir, puede que un riesgo más innecesario de la cuenta, y a Croacia se le fueron apagando las luces al tiempo que consumía su poca gasolina, demasiado solo Modric como para inventar otro milagro. En ese pasaje, y después de otra buena aparición de Pedri, un centro de Ferran terminó con un gran cabezazo de Azpilicueta, otro al que hay que darle un premio por sus prestaciones más allá del gol.

Paradójicamente, la ventaja no ayudó para nada a España, empeñada en complicarse la vida sacando la pelota desde su portería. Era también previsible que a Croacia le diera un arreón de dignidad y dispuso de dos oportunidades muy claras, ambas resueltas por Unai Simón (aunque la segunda era fuera de juego) en una especie de disculpa y redención. Movió el árbol Luis Enrique, lo necesitaba el equipo, y por fin se vio en San Petersburgo con el tercer tanto, obra de Ferran Torres después de que Pau Torres fuera más listo que nadie al ponerle el balón mientras los balcánicos miraban para otro lado y Gvardiol, el lateral de ese costado, volvía de dar un trago, también para verlo. Ahí, ya sí, el banquillo explotó y hasta Unai Simón cambió de cara, felicidad absoluta en una España que ya se veía en cuartos.

De todos modos, es imposible pasar un rato tranquilo con España, no hay ni cinco minutos de paz. Pudo sentenciar Dani Olmo, pero inmediatamente después llegaría el segundo de Croacia, obra de Orsic en un barullo descomunal y con el chivatazo del reloj, que indicó al árbitro que Unai la sacó de dentro. Croacia, puede que el país que más se vuelca por su bandera, orgullo disparado hasta el infinito, quiso morir con dignidad y lo que hizo fue volver a la vida con el empate en el minuto 93, gol de Pasalic después de un centro de Orsic por el costado que pasó a defender Alba de aquella manera cuando se lesionó Gayà. Prórroga, un epílogo con el que nadie contaba, ni siquiera los ultras croatas que ya se habían hartado de lanzar sus minis de cerveza con total impunidad y que invadieron el campo tan panchos.

La prórroga fue una locura, no podía ser menos. Languidecía España, aturdida con tanto cambio, y Orsic fue una pesadilla. Él solito armaba el taco y Unai Simón firmaba definitivamente su propio indulto con un paradón, pero paradón de verdad, ante un disparo a bocajarro de Kramaric. Ahí estuvo la gloria croata y también la de España, quien reaccionó con un primer aviso antes de la sentencia. Morata, en plan torero, marcó un golazo y Oyarzabal, a la contra, hizo el quinto (en ambos asistió Dani Olmo). Hubo más opciones para marcar, pero ya estaba bien. En la locura, España vuela a cuartos.

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