Venecia ha sobrevivido a todo —a los turistas, al mar, al salitre, a las máscaras falsas de carnaval, a las inundaciones, a su decadencia como potencia mediterránea, a los restaurantes malos en un lugar que tiene una gastronomía exquisita— y se mantiene como una de las ciudades más bellas del mundo. Italo Calvino imaginó en Las ciudades invisibles un diálogo en el que Marco Polo le contaba sus viajes por el mundo a Kublai Khan. Conforme pasan los días y las conversaciones, el emperador descubre que hay una ciudad de la que no le habla nunca (o tal vez le habla siempre sin nombrarla): la suya. “Quizás a Venecia tengo miedo de perderla toda de una vez si hablo de ella. O quizás hablando de otras ciudades la he perdido ya poco a poco”, explica Marco Polo.

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