Gloria Barrero.
Image caption Gloria Barrero, con su perro, en un nuevo día de protestas en Caracas.

La Plaza Altamira, tradicional feudo de la oposición en Caracas, y el Palacio de Miraflores, sede de la presidencia de la República Bolivariana de Venezuela copan los titulares sobre lo que pasa en Venezuela.

La realidad del país suele resumirse en estos dos puntos.

Alrededor de la Plaza Altamira, en el este de la ciudad, suelen producirse las concentraciones más numerosas de los seguidores de la oposición y Miraflores, en el oeste, es normalmente el punto de reunión del presidente Nicolás Maduro y sus seguidores, especialmente cuando hay marchas opositoras en su contra.

Pero Venezuela y también su capital es una realidad mucho más grande y compleja.

Poblada por gentes cuyo principal anhelo es la normalidad.

«No pasó nada»

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Image caption Caracas vivió otro día de protestas este miércoles.

Este miércoles, tanto la oposición liderada por Juan Guaidó como el gobierno de Nicolás Maduro llamaron a manifestaciones.

La numerosa afluencia a ambas pone de manifiesto que la sorpresiva liberación del destacado dirigente opositor Leopoldo López, privado de libertad desde 2014, y los violentos incidentes que se prolongaron todo el día en torno a la base aérea de La Carlota han reavivado las tensiones políticas en Venezuela.

Y, pese a todo, Rafael Esquerra, residente en la zona de la Avenida Victoria, en el suroeste de la ciudad, comentaba casi con desidia lo ocurrido el día anterior mientras esperaba junto a una de las largas colas habituales junto a los cajeros automáticos venezolanos.

«Aquí no pasó nada; los chamos jugaban al baloncesto como todos los días. No hubo nada de particular».

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Image caption Los simpatizantes del presidente Nicolás Maduro también salieron a la calle este miércoles.

Cuando se le pregunta su opinión sobre lo que sucede en Venezuela, responde casi con hastío: «Es lo de siempre; uno está acostumbrado ya».

A pocos metros del cajero de Rafael, Fabiola monta a diario el puesto en el que vende plátanos.

Aunque ella también intenta mantener una normalidad alejada de los problemas de la política, como a muchos otros, le resulta imposible.

«Aquí no hubo protestas, aunque sí se veían muchos policías y muchos colectivos«.

Se refiere a los grupos irregulares armados leales al gobierno que se ocupan de controlar el orden público en amplias zonas del país.

Image caption Rafael Esquerra, en la cola del cajero. Dice que este martes estuvo todo tranquilo en su barrio.

Cuenta que ese escenario de tensión le preocupa. «Pasé el día muy angustiada, sobre todo por mi hijo».

«Como las escuelas ahora no funcionan por la falta de electricidad lo tengo que traer a trabajar conmigo y temo por lo que pueda pasarle».

Una de las cosas que su hijo ve a diario, según cuenta Fabiola, es cómo paga a los policías a cargo del orden en la zona una cantidad para que le permitan vender su mercancía.

Son 2.000 bolívares, menos de un dólar al cambio, pero para ella, con sus modestos ingresos, supone un esfuerzo importante.

«Teníamos miedo de salir»

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Image caption Manifestantes arrojan piedras a las fuerzas de seguridad en Caracas, en otro día de disturbios en Venezuela.

Mientras los partidarios del gobierno desfilan por el Paseo de Los Próceres (oeste de Caracas) en animada caravana musical y los seguidores de Guaidó vuelven a congregarse masivamente en Altamira, Gloria Borrero pasea a su perra por la avenida de San Martín.

Aunque la perra tira de ella en dirección a la frutería en la que le suelen regalar cambures, como le llaman en Venezuela a los plátanos, respondió a las preguntas de BBC Mundo.

«En esta zona no pasó nada; veía por televisión las imágenes de esa Venezuela que se estaba cayendo a golpes y pensaba que eso era otro mundo«.

Pero ese «otro mundo» del que habla terminó afectando también al suyo cuando recibió una llamada inesperada de la fábrica de calzado en la que trabaja en Catia, una zona popular de Caracas.

Es lo mismo que le pasó a María Martínez, que trabaja como operadora telefónica en Chacaíto, en el oeste.

«Pese a que en mi zona todo estaba tranquilo, muchos negocios decidieron cerrar. Nosotros también teníamos miedo a salir».

El 1º de mayo, intentaba recuperar su rutina de un día festivo cualquiera comprando unos mangos y haciendo otros recados.

«La gente está cansada de tantos problemas siempre», concluye, antes de marcharse calle arriba con una bolsa llena de mangos.

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