Más de 100.000 asistentes y casi 500 millones de euros de impacto económico. Las cifras del Mobile World Congress son de vértigo. La feria de tecnología móvil más importante del mundo celebra en Barcelona su decimocuarta edición con novedades relevantes en un sector que no deja de crecer, pero también con precios que ya no son tan competitivos, por encima de los dos mil euros. O, al menos, no tan al alcance de todos los bolsillos.

Porque cabe preguntarse no solo por la proporcionalidad del producto-coste-utilidad real, sino también por la necesidad de innovar hacia continentes que no terminen de fraguar, o, sencillamente, que no hayamos solicitado a gritos, como un teléfono inteligente que se ‘enrolla’. ¿Es esnobismo o este impactante diseño se asentará?

Las grandes marcas podrían estar pensando más en las formas que en las utilidades. Todo el mundo sabe que el común de los mortales no ve en su smartphone un cerdo en potencia, del que se aprovecha hasta el mal humor. El usuario corriente apenas utiliza un porcentaje ridículo del conjunto de herramientas posibles durante la vida útil del mismo, que, por cierto, suele ser corta.

En lo que sí aciertan los fabricantes es en adecuar sus móviles a lo que realmente el usuario quiere de ellos. Y sabiendo que casi nadie malgasta el tiempo llamando por teléfono (ironías de la telefonía contemporánea) se centran en dotar de dobles, de triples, de cuádruples… cámaras delanteras y traseras, de píxeles para aburrir, tanto que habrá un día en que la realidad real será borrosa y lo ‘auténtico’ sea una imagen captada por nuestro inteligente teléfono. Al final acabaremos comprando una cámara fotográfica de grandísima calidad que, al tiempo nos sirva para enviarles de vez en cuando un mensaje a nuestros amigos o familiares, eso sí, con foto.

Más allá de eso, el MWC y el Y4FN se han convertido, una vez más, en el referente mundial de un sector en crecimiento permanente, hasta el punto de que el universo de la comunicación, como concepto global, pasa en el corto y medio plazo por el smartphone. No es ya solo que el ciudadano común haya dejado de comprar el periódico en el kiosco, dejado de ver el telediario de las nueve o despertado con el matinal radiofónico para enterarse de lo que ocurre a su alrededor, es que ese ciudadano sigue interesado en las cosas que pasan pero las quiere conocer a través del móvil. De ahí los esfuerzos en que el responsive transforme una herramienta ciertamente de dimensiones limitadas en una experiencia viable y cómoda.

Barcelona está, de nuevo, en el foco del mundo. Una Barcelona, curiosamente, donde los miles de ciudadanos que la visitan estos días para asistir al WMC y al 4YFN se han encontrado con que sus smartphones no pudieron contratar los servicios de Uber o Cabify, paradigma de la ‘movilidad del móvil’, para poder trasladarse entre ambas ferias y por el resto de la ciudad.

Jornadas de paro parciales en el colapsado Metro, autobuses urbanos ‘atascados’ y taxis municipales que era misión imposible encontrar (por la sencilla razón de que en estos días es necesario doblar la oferta para atender estas necesidades extraordinarias), no son cosas que hayan ayudado a entender la imagen de Barcelona como una capital mundial ‘reseteada’. Más bien, que ha dado un paso atrás, hacia lo analógico. Eso sí, el bus lanzadera que unía gratuitamente las dos ferias, impecable, y los párkings feriales para vehículos particulares, siempre con plazas.

Y nada desdeñable es la cifra de catorce mil empleos creados, aunque sean temporales; como tampoco que junto a las 2.400 empresas presentes se hayan sumado 160 delegaciones gubernamentales, y representantes, en general, de más de 200 países y regiones del mundo. De la primavera adelantada, ni hablamos.

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