Susana Romero ya era una modelo internacional cuando Alberto Olmedo la vio en la tapa de una revista y la convocó para que se sumara a No toca botón, por entonces en el viejo Canal 11. Ella aceptó el desafío y redobló la apuesta: quería que le escribieran un sketch. Fue muy amiga del capocómico y hasta el último día formó parte de su círculo íntimo. Estuvo con él hasta unas pocas horas antes del trágico final y luego decidió alejarse por unos años para formar una familia. Romero sigue siendo la monumental morocha de los 80, con el flequillo inconfundible que ahora usa hacia un costado.

En una charla íntima con LA NACIÓN, habló de su relación con Olmedo, de las largas conversaciones que tenían en camarines y en las cenas después de las funciones. Además, aseguró que lo recuerda como “a un niño grande”.

-¿Nunca te molestó que te tildaran de “chica Olmedo”?

-No, porque yo me sentía orgullosa. Era tanto el amor y el reconocimiento de la gente que nunca se me pasó por la cabeza otra cosa. Después trabajé en Miami, en Cuba y en muchos lugares, y en todos me conocían del programa con Alberto. ¡Cómo no voy a estar orgullosa!

-¿Cómo empezaste a trabajar con él?

-Cuando me convocaron para trabajar con Alberto ya era modelo de alta costura y había ido a desfilar a Francia por un año para los mejores diseñadores. Un día me llamaron para hacer la tapa de Playboy y dudé porque salía con Guillermo Vilas, que era muy amoroso, pero muy celoso. Sin embargo, acepté porque en ese momento no había tanto trabajo y yo mantenía a mis padres. Nunca había hecho un desnudo en mi vida, aunque siempre me elegían para hacer las cosas más sexy. No sé por qué, porque no era voluptuosa en ese momento; después me volví… (risas). Hicimos unas fotos divinas en Punta del Este y luego de esa tapa me llamó Hugo Moser, y me dijo que a Alberto le había gustado mucho y quería que estuviera en el programa. Fui de las últimas en entrar porque recuerdo que ya estaban las otras chicas. Fui a Canal 11, me hicieron una prueba, un sketch de una viuda y quedé.

-¿Te adaptaste pronto a ese nuevo mundo?

-Me acuerdo de que le pedí a Hugo que escribiera algo para mí, un destaque. Me contestó que todavía no estaba lista, pero insistí porque soy muy buena y también brava. Le dije que me había llamado porque era conocida y que si no hacía un sketch para mí, me iba. “¡Vos estás loca!”, me dijo y se rio. Agarré mis cosas, pasé por el camarín de Alberto que estaba con su secretario, le dije que me iba porque no querían darme un destaque. Creyó que estaba haciendo una broma y me dijo que aunque sea le dejara una bombachita de recuerdo. El día de la grabación no aparecí, entonces me llamó Hugo para saber qué había pasado; creía que le había hecho un chiste. Escribió un sketch para mí y fue “El conde y la condesa”, que hicimos con el Facha Martel. Tenía unas poquitas palabras, pero era un lindo personaje; había estudiado la letra y, de los nervios, no me acordaba. Entonces pensé: “Ay, qué papelón, porque al final Hugo tenía razón” (risas). Los técnicos empezaron a escribir mi letra en cartones y me salvaron.

-¿Tenés un sketch preferido?

-La gente se acuerda mucho de “Rogelio Roldán” y participé también en otros sketchs. Empecé a divertirme porque me di cuenta de que Alberto era como un niño grande y yo también lo soy hasta el día de hoy. Será porque no tuve infancia y con él nos divertíamos mucho, yo jugaba como una nena.

-¿Cómo recordás a Olmedo?

-Era muy reservado, pero enseguida hicimos un grupito: Beatriz (Salomón), el Facha, Hugo -que a veces venía con Celia-, su esposa, y yo. De vez en cuando, venía alguien más. Íbamos a comer y nos hicimos muy amigos. No solamente nos divertíamos sino que teníamos camaradería, yo le podía contar mis cosas y él las suyas; me hizo partícipe de su vida, de lo que le pasaba. Muchas veces comíamos pizza en su camarín y me hablaba de sus hijos. Era como un payaso triste y yo también me sentía así. Hacía reír, pero por dentro tenía tristeza.

-¿Cómo eran las jornadas de trabajo?

-Trabajábamos mucho: a las 6 de la mañana me pasaban a buscar para ir a filmar, al mediodía parábamos para comer, a la tarde grabábamos el programa de televisión, ya en Canal 9, y a la noche íbamos al teatro, y los sábados teníamos tres funciones y los domingos, dos. Éramos una troupe, todos juntos a todos lados. Todos estábamos contentos porque nos matábamos de risa, la pasábamos muy bien. Cuando íbamos a comer, cerraban el restaurante y Alberto sacaba los manteles de las mesas, se subía y cantaba y bailaba con un pañuelo en la cabeza. Recuerdo que me acompañó al estreno de una película que yo había hecho con Camila Perissé y Rodolfo Ranni, basada en un hecho real sobre trata de personas. Le dije que no hacía falta porque iba a haber mucha gente, pero me respondió que me apadrinaba y me acompañaba. Vino hasta la entrada y se fue porque había una cantidad enorme de gente.

-¿Había competencia con las otras “chicas Olmedo”?

-Para nada. Nos llevábamos bien. Soy una persona que nunca tuve problemas con nadie. De chica me faltó la calidez del abrazo y creo que por eso la busqué siempre en mis compañeros.

-¿Y cómo era tu relación con Beatriz Salomón?

-Tenemos una historia maravillosa. Cuando nos conocimos, yo estaba haciendo la gira de Virginia Slims e iba por las provincias organizando los desfiles, eligiendo a la gente, la música. Me tocó ir a San Juan y una de las chicas era Beatriz. Cuando la vi, la elegí porque sabía que tenía futuro, y cuando nos despedimos le di mi teléfono, le dije que cuando fuera a Buenos Aires me llamara. Y así fue. Se me pone la piel de gallina. Acá le hice los contactos para que trabajara y muchas veces me cubría en desfiles a los que no podía ir. Nos volvimos a reencontrar muchos años después en No toca botón y fue una enorme alegría. Y nos quedamos juntas para siempre.

-¿Cómo te enteraste de la muerte de Olmedo?

-Cuando terminó la función de esa noche nos fuimos en el mismo auto con Alberto y Beatriz. Lo dejamos en la puerta del edificio y pasó lo que pasó. Estaba en mi casa cuando me enteré, me llamó el Facha a las 6 de la mañana. Después me llamó Olguita, que era mi asistente. No lo podía creer. Nos juntamos en la casa de Beatriz y ninguno hablaba; no podíamos reaccionar. Fue espantoso. Lo velaron en la funeraria Rogelio Roldán, que era su amigo porque a sus personajes siempre les ponía el nombre de sus amigos. Rogelio era un tipo fantástico, yo lo adoraba y él a mí. Tenía una empresa fúnebre y me acuerdo de que cuando lo veíamos, Alberto siempre decía: “Rogelio Roldán, a donde los muertos contentos van” (risas). Ahí lo velaron, en Mar del Plata. Mi novio, que después fue mi marido (Abel Jacubovich), me acompañó, nos encontramos con Ricardo Darín y entramos por la parte de atrás porque en el frente había un mundo de gente. Fue horrible. Enfrente las tenía a Susana Giménez y a Tita Russ, que fue la segunda mujer de Olmedo; me agarró un ataque de llanto porque no entraba en mi cabeza que el Negro ya no estuviera, si habíamos trabajado hasta hacía unas pocas horas. Y Susana y Tita me miraban como si yo estuviera loca y, la verdad, me molestó.

-¿Cómo siguió tu vida después de esta tragedia?

-Cuando pasó todo eso sentí que era hora de formar mi familia y nunca más fui a Mar del Plata hasta hace unos años. No quería saber nada… Trabajé con los uruguayos en Hiperhumor durante un año, pero en el segundo año no fue lo mismo y renuncié porque no me gustaba lo que me proponían. Querían que saliera en corpiño y bombacha, y les dije que no, que no lo había hecho ni con el más grande. Al poco tiempo me casé, tuve a mis hijas, y me dediqué cinco años a criarlas porque no quería dejarlas con nadie, ni que nadie me ayudara. Ya estaba de novia cuando trabajaba con Alberto y me acuerdo de que se enojó cuando se enteró de que me iba a casar. Estábamos haciendo la temporada en Mar del Plata, la última, y conté en una revista que tenía planeado casarme, Alberto se enteró y vino a mi camarín como si fuera un padre.

-Si pudieras volver el tiempo atrás, ¿cambiarías algo?

-No, nada. Estaba bien en mi trabajo, me sentía bien, nos llevábamos bien, y después me trataban con respeto porque había trabajado con el mejor. Me hacía respetar también.

Agradecimientos: Claudia Elizalde (maquillaje).

 

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