“Vine al baño hace apenas un minuto, pero ya estoy en acción. Sentado sobre la tabla cerrada del inodoro, tengo el celular en la mano y el corazón acelera sus pulsaciones. Estoy apostando dos mil dólares que no tengo”. Así de gráfico es el comienzo de No va más (Orsai), el libro en el que el conductor y periodista deportivo Nicolás “Cayetano” Cajg cuenta su adicción al juego, una adicción que no solo le hizo perder mucha plata y bienes materiales –entre ellos un departamento que su abuela, sobreviviente del Holocausto, le había heredado–, sino también relaciones, oportunidades de trabajo, proyectos y años de vida.

Recuperado tras una larga lucha en la que tuvo tres recaídas, Cayetano cuenta que hace ocho años, ocho meses y 25 días, dejó las apuestas. La fecha la tiene marcada a fuego en su memoria: 2 de agosto de 2015. En un partido increíble, Boca, por entonces puntero del campeonato con Carlos Tevez como figura descollante, perdió increíblemente de local 3 a 4 contra Unión en el último minuto. “Lo imposible pasó. Si Boca había perdido ese partido, yo tenía que dejar de apostar. Lo leí como una señal”, cuenta en una de las 153 páginas, escritas en primera persona pero con la redacción del escritor Mauro Libertella, sobre la base de varias entrevistas con Cayetano y su entorno. Muchos de estos encuentros fueron seguidos vía streaming por la comunidad Orsai (orsai.org), sitio donde puede adquirirse el libro, así como también en la tienda física ubicada en El Paseo La Plaza.

–Una de las cosas que contás es que entendiste que tu adicción tenía que ver con lo que callabas o no exteriorizabas. Si bien ya habías hablado del tema, ¿este libro es un nuevo paso en la consolidación de tu recuperación?

–A-dicción viene de no hablar. Yo callaba un montón de cosas y las tapaba con el juego. Más que nada, este libro es un testimonio. Me encantaría que los pibes pudieran leerlo, anticiparse a un problema futuro con el tema de las apuestas online, sobre todo en una época de crisis económica como esta, en que la expectativa de “dinero fácil” es un cóctel fatal. La parte más peligrosa es que hoy los adolescentes tienen el casino en su celular. Nuestra generación tenía que ir a Mar del Plata para ir al casino. Después llegaron el barco, los bingos, las maquinitas de Palermo, y ahora el casino directamente está en tu celular. Yo di charlas en un colegio y los pibes me contaban que el hermano o amigo mayor de 18 ponía su tarjeta para poder acceder a las páginas de apuestas deportivas.

–De hecho vos asegurás que tu adicción empeoró con la llegada de estas apuestas online.

–Totalmente. Siempre mi salida había sido ir al casino. La prefería antes que todo: ir a una fiesta, a un recital, a cualquier cosa. Pero cuando me hice conocido, empecé a sentirme incómodo de que me reconocieran y dejé de ir. Ahí descubrí las apuestas online. En el casino tenés cierto control porque ahí no existe el crédito ni la tarjeta. Es efectivo o no jugás. Eso en el juego online lo perdés porque tu crédito es mucho mayor. Y además en esa época vivía solo, entonces jugaba en cualquier horario, me quedaba hasta la madrugada apostando a lo que fuera. En el libro cuento que lo más bizarro que hice fue poner plata a un partido de vóley femenino japonés, que encima los nombres de los equipos estaban escritos en ideogramas japoneses y no sabía cuál estaba ganando y cuál perdiendo.

–Decís que te escondías por ser famoso, pero el ludópata, frente a su entorno, disimula mucho mejor que otros adictos porque su problema no deja rastros físicos…

–Sí, es una trampa. Por un lado podés seguir con tu vida normal porque al no ser visible podés trabajar o cumplir ciertas obligaciones sin que nadie lo note. La otra cara de la moneda es que nadie se acerca a ayudarte justamente porque no se dan cuenta, algo que sí sucede con otras adicciones. Cuando sentí que había tocado fondo y se lo conté a mi familia, fue una sorpresa para ellos. Me reprocharon no haber pedido ayuda antes.

–¿Qué sentís cuando ves que un famoso promociona una casa de apuestas?

–Yo no me la agarro ni con las casas de apuestas ni con los que reciben dinero por promocionarlas. Es como que me la agarre con una marca de cerveza por los alcohólicos. Tampoco lo tengo muy claro, es un tema muy reciente. En todo caso, me da más bronca la pasividad del Estado. Antes no se podían poner casinos en la ciudad e hicieron la trampa de ponerlo en un barco. Ese tipo de cosas, con el fin de que una empresa y el Estado que recibe plata por los impuestos ganen dinero y la gente lo pierda, sí me dan bronca. El Estado debería estar mucho más presente, mucho más encima para prevenir este tipo de adicciones.

–¿Qué es lo que más te dolió perder por culpa de las apuestas, además del departamento de tu abuela?

–Creo que desaprovechar un montón de oportunidades que tenía cerca. Me volví un tipo conformista en cierto sentido. Me iba bien, ganaba bien, pero en ese lapso que estuve vinculado con el juego no tenía grandes ambiciones y eso me impidió crecer en lo profesional, en lo económico y en lo personal. Yo tenía un potencial mayor, creo que hubiera sido un mejor profesional, pero tenía la cabeza puesta en mis apuestas, en mis deudas, y no en cosas para que me fuera mejor en mi profesión. Es algo que no se recupera y me da bronca porque ese tiempo ya pasó.

–¿Qué le dirías a una persona que tiene dudas sobre si tiene o no problemas con el juego?

–No hay reglas, es muy personal. Hay gente que va al casino, pierde, se va a la casa y se terminó. Pero si perdés y volvés seis veces en una noche, como me pasó a mí, no estás pudiendo controlarlo. Lo primero que le diría es que vaya a ver a un especialista en adicciones o que se acerque a Jugadores Anónimos. También que googlee mucho. A mí me aclaró mi situación un test de una revista. Había 20 preguntas y casi todas las contesté afirmativamente. Las únicas que dije que no eran las de haber cometido ilícitos para apostar y si había querido quitarme la vida.

–Hoy tenés dos hijos –Paloma, de 4 años, y Dante, de 1–. Aún son chiquitos, pero ¿cómo pensás abordar con ellos este tema?

–La verdad es que no lo pensé. Pero queda el testimonio del libro para que el día de mañana lo puedan leer. Yo no dejé de ser muy lúdico, juego con mis hijos todo el tiempo. Pero claramente tendré que marcarles las diferencias entre jugar para divertirse y jugar para apostar. Cuando vos jugás para apostar, hay una búsqueda de adrenalina constante. A lo último a mí solo me divertía apostar cifras que me hicieran daño, que no podía afrontar.

–¿Podés disfrutar de un partido de fútbol sin apuestas de por medio?

–Yo soy de Atlanta así que la palabra disfrutar y Atlanta no van juntas [risas]. Yo sufría en un partido pero por la guita, no por un resultado Volver a sufrir por mi equipo es una sensación de alguien ‘normal’ que, por suerte, volví a tener.

 

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