“Fui ingenua, pero había imaginado que sería yo quien anunciaría la muerte de mi marido, Paul Auster”. Así comienza el posteo que la novelista Siri Hustvedt escribió hoy, disgustada y conmovida tras el fallecimiento ayer, a los 77 años, del autor de Trilogía de Nueva York, por un cáncer de pulmón. “Murió en su casa, en una habitación que amaba, la biblioteca, una habitación con libros en cada pared, desde el suelo hasta el techo, pero también con ventanas altas que dejaban entrar la luz. Murió con nosotros, su familia, a su alrededor el 30 de abril de 2024 a las 6:58 PM. Algún tiempo después, descubrí que incluso antes de que sacaran su cuerpo de nuestra casa, la noticia de su muerte ya circulaba en los medios y se habían publicado obituarios. Ni a mí, ni a nuestra hija Sophie, ni a nuestro yerno Spencer, ni a mis hermanas, a quienes Paul amaba como a sus propias hermanas y presenciaron su muerte, tuvimos tiempo para asimilar nuestra dolorosa pérdida. Ninguno de nosotros pudo llamar o enviar correos electrónicos a nuestras personas queridas antes de que comenzaran los gritos en línea. Nos robaron esa dignidad. No conozco la historia completa de cómo sucedió esto, pero sé esto: está mal”.

Desde el 11 de marzo de 2023, cuando también por Instagram informó públicamente por primera vez sobre la enfermedad de Auster, la escritora se ocupó de transmitir la evolución del tratamiento que cursaba Auster, primero hospitalizado. “Paul nunca abandonó Cancerlandia. Resultó ser, en palabras de Kierkegaard, la enfermedad mortal. Después de que los tratamientos fracasaron, su oncólogo le ofreció quimioterapia paliativa, pero él dijo que no y solicitó cuidados paliativos en casa. Muchos pacientes experimentan los estragos del tratamiento del cáncer, y algunos se curan, pero lo que el mundo de la medicina llama cortésmente ‘efectos adversos’ fácilmente se convierte en una realidad en cascada de una crisis tras otra, causada no por el cáncer, sino por el tratamiento. Las inmunoterapias, que actúan a nivel molecular, pueden ser particularmente peligrosas. Un ‘efecto’ puede poner en peligro la vida y requerir una intervención dramática, lo que a su vez provoca otro efecto que amenaza la vida, que exige mayor intervención, y el cuerpo agredido se debilita cada vez más”, explicó la autora de Un verano sin hombres en la publicación de hoy, desgarradora y frontal a la vez.

“Paul ya había tenido suficiente. Pero nunca, ni con palabras ni con gestos, dio muestras de autocompasión. Su coraje estoico y su humor hasta el final de su vida son un ejemplo para mí. Dijo varias veces que le gustaría morir contando un chiste. Le dije que eso era poco probable y él sonrió”. En marzo, ambos fueron abuelos de Miles, hijo de Sophie Auster y su marido Spencer Ostrander, con quien Paul Auster publicó Un país bañado en sangre-. Sin embargo, su última novela, que en la Argentina se publicó el mes pasado por Seix Barral, se titula Baumgartner, está protagonizada por un profesor de filosofía a punto de jubilarse y mantiene afinidades con el estadounidense.

Más adelante, la autora de Todo cuanto amé, de 69 años, retomó la queja por la forma en que se dio a conocer la noticia en los medios. “No olvidemos que detrás de nuestros inventos técnicos y redes sociales están los seres humanos, que los defectos nos pertenecen a nosotros, no a las máquinas, por mucho que la tecnología ayude a la simplificación. Una máquina no gritó la noticia de la muerte de Paul antes de que yo o nuestra hija hubiéramos dicho una palabra al respecto. Una persona, varias personas hicieron eso”.

Luego, recordó que Auster no tenía computadora, que escribía sus libros a mano, páginas que luego mecanografiaba en una Olympia. “En los últimos días de su vida, le escribía cartas a nuestro nieto, Miles. Su letra diminuta temblaba a consecuencia de un temblor provocado por el tratamiento, pero borró esas letras hasta perder todas las fuerzas. Nuestra asistente y querida amiga, Jen Dougherty, descifró los textos después de que yo los fotografiara y se los escribió. Quería que fuera su último libro. En un suspiro de determinación, logró terminar una carta y redondear su texto, pero el manuscrito no es largo. Con esa carta terminó su vida como escritor”.

 

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