Raúl Rizzo vuelve al teatro con Rojos globos rojos, que se estrena este domingo a las 19 en la Sala Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación. En un descanso de uno de los extensos ensayos, recibió a LA NACIÓN para hablar de la pérdida de su hija Anahí, de teatro, de su mirada sobre la actualidad de nuestro país y de por qué no le tuvo miedo a la muerte durante su larga internación por Covid.

–¿Cómo fue la recuperación y la vuelta a una vida cotidiana como la que tenías antes de contraer Covid?

–Fue muy duro, muy difícil. Yo tuve, en total, siete meses de internación. Los dos primeros meses estuve muy grave, los segundos dos meses fueron de recuperación en el sanatorio y el resto fue internación domiciliaria, donde recibía distintas atenciones médicas. Tengo que agradecer que no tuve ninguna dificultad posterior como mucha gente.

–¿No te quedaron secuelas?

–Nada y respiro con toda normalidad, cosa que para mi trabajo es fundamental. Y he conservado mi voz. Estuve intubado durante quince días y después me contagié un virus intrahospitalario. Me hicieron una traqueotomía y corría el riesgo de perder la voz o que se modifique. Y acá estoy, con mi voz de siempre. En ese sentido, soy un privilegiado. Yo no creía mucho y ahora creo. Creo que hay un Dios que me dio una mano notable, me tiró una soga.

–¡Te volviste creyente!

–Sí, totalmente. Hay cosas que se han dado y que son obra y gracia del Espíritu Santo, y a la vez no lo son. Estoy convencido de que la ciencia puso lo suyo y también ayudaron el amor y el afecto de quienes me quieren y me acompañan y me dieron tanto ánimo. Y mi fortaleza física también ayudó.

–En una nota anterior contaste que durante tu internación alucinabas. ¿Tenés recuerdos de eso?

–Si, estaba totalmente sedado, en coma inducido. Y recuerdo de esas imágenes que eran absolutamente delirantes. Es cuando el subconsciente gobierna sobre el consciente, lo mismo que pasa en los sueños. A mí me pasaba constantemente.

–¿Tuviste miedo de morirte?

–No. Nunca tuve miedo de morirme porque cuando estaba en ese estado no tenía esa posibilidad y cuando empecé a recuperarme, tampoco. Tenía la convicción de que no me iba a morir. Había algo adentro mío que me decía que no me iba a morir. Pero este año sufrí algo mucho peor, el fallecimiento de mi hija Anahí. Ella sí se fue, lamentablemente. Una hija joven, de 34 años.

–¿De dónde sacaste fuerzas para seguir adelante?

–La verdad que no lo sé. Pero tengo otros hijos y tengo que responder por ellos. Y, sin dudas, tengo ganas de vivir también. Lo que no hice cuando mi hija estaba viva, lo hice luego de este terrible episodio: la llevo conmigo a todas partes. Anahí está conmigo siempre. Y todos los días tengo un rato para encontrarme con ella en los pensamientos, en los sentimientos, en los recuerdos. A Anahí la vi nacer y la vi morir, porque estuve en sus últimos momentos cuando ella ya se iba.

–Decís que ahora compartís con ella más que cuando estaba viva, ¿por qué?

–Porque ella tenía su vida, sus cosas. Trabajaba en el Ministerio de Trabajo, era militante de ATE (Asociación de Trabajadores del Estado) y los compañeros la despidieron de una manera maravillosa. Me siento muy triste con la muerte de mi hija, pero también muy orgulloso porque era una persona solidaria, no era egoísta, era un ser maravilloso. Esa era mi hija. En algo la madre y yo tuvimos que ver. Ella es la personita que llevo conmigo todo el tiempo. Y en el escenario también está conmigo.

–Anahí también era actriz…

–Lo intentó un tiempo e hizo algunas cosas en cine, sobre todo. Y algo de teatro. Tenía cualidades actorales. Últimamente hacía diseño gráfico, que tiene mucho que ver con la imagen.

–¿Cómo están tus otros hijos?

–Camila, la hermana de Anahí, vive en España y la está peleando allá como puede. Tomó la decisión de irse y allá está. Tengo otra hija que no es biológica pero fue la primera que apareció cuando me puse en pareja con su mamá. Se llama Laurencia y vive en Córdoba. Ellas son hijas de Isabel (Quinteros). Y tengo dos hijos con Paola (Tumino), que es mi mujer desde hace dieciséis años. Lucas tiene 20 años y no es mío pero es mío, y Salvador tiene 12 años. Por todos ellos me recompuse como pude y la seguí peleando.

–Estrenás Rojos globos rojos, ¿qué podes contar de esta obra de Eduardo “Tato” Pavlovsky?

–Es una obra hermosa que dirige Christian Forteza y en la adaptación sumó otros textos de Pavlovsky. Es la historia de un actor en su pequeño teatrito junto con las hermanas Popis (Gabriela Perera y Marta Igarza), como las denomina. Y transita por lo existencial, lo ideológico, lo artístico; sus amores, sus miedos, sus odios y la muerte, que está constantemente en este personaje que tiene una mirada sensible y filosófica que estremece. A mí me estremeció cuando la vi hace más de treinta años, con Tato. Me deslumbró y cuando me convocaron para hacerla dije que si inmediatamente. También tengo algunas funciones de La tentación, una obra maravillosa de Pacho O’Donnell que ya hicimos el año pasado, sobre los últimos días de Manuel Dorrego.

–Sin ficciones en televisión, ¿el teatro es hoy el refugio del actor?

–Casi no hay ficciones en televisión y el cine está parado, lamentablemente. Y la televisión no emite ficción nacional, aunque hay de otros países. Hay algunas oportunidades en plataformas y ahora me han convocado y es un milagro hoy en día (risas). Trabajé mucho cuando cada canal abierto tenía cinco o seis producciones de ficción argentina. Las tiras diarias requerían mucha cantidad de actores y también se hacía cine. Con lo que está sucediendo dependemos absolutamente del teatro. Además, yo doy clases de teatro en Merlo y en Villa Luro, donde vivo. Tengo bastante actividad por suerte. Ocupado básicamente con lo teatral.

–¿De retirarte ni hablar?

–No puedo darme ese lujo. En absoluto y menos en este momento tan terrible de la Argentina.

–¿Cómo vivís este momento de nuestro país?

–La cultura está súper atacada, como todo el país, en todos los rubros. No hay uno solo que genere un optimismo en la gente, salvo a un sector de la población que niega y habla de paciencia. Hay que esperar a que un chico se muera de desnutrición, por ejemplo. En la cultura han cerrado el Instituto de Cine, han echado gente, han atacado el Fondo Nacional de las Artes y el Instituto Nacional de Teatro. Es un ataque frontal que no se explica porque la cultura no demanda ningún gasto. Estas instituciones no necesitan del dinero del Estado y, entonces, el ataque parece fruto de la perversión, la crueldad, el desmantelar un país. Es miserable lo que han hecho los Diputados votando esa Ley de bases. Ellos no son representantes del pueblo sino traidores. La historia los va a condenar de una manera feroz.

–¿Podés rescatar una mirada esperanzadora?

-Una mirada esperanzadora es que este gobierno cambie y tengamos uno con un sentido popular, inclusivo y democrático de verdad. Acá cualquiera que esté en desacuerdo con este individuo llamado presidente es atacado de una manera feroz por él y por todos los trolls. Entonces, ¿dónde está la libertad de prensa? Hemos descendido veintiséis puestos en libertad de prensa. Y somos uno de los países más caros del mundo con uno de los salarios más bajos. Es espantoso lo que vivimos. Y esta obra, Rojos globos rojos, parece escrita ayer, porque hay fragmentos que son tan actuales, y fue escrita hace más de treinta años. Eso da la pauta de que la historia se repite porque hay intereses bien claros para que eso suceda. Nuestro país es muy rico, tenemos energía, alimentos, agua potable y eso es lo que apetecen los grandes poderes de este planeta que están detrás de este gobierno que les facilita esa posibilidad. Nos vamos a quedar sin soberanía.

Rojos globos rojos: todos los domingos a las 19 horas en la Sala Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación (Avenida Corrientes 1543, CABA)

 

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