El Girona-Barça, tal y como expresó Xavi, fue la puesta en escena perfecta con la que resumir una temporada que deja una mueca extraña en el rostro de la afición blaugrana, como la que ayer mostró el equipo en Montilivi. Cualquier análisis, cualquier interpretación táctica y cualquier pregunta que busque respuestas desinteresadas saltaron por los aires cuando Sergi Roberto, en el minuto 65, cedió un balón atrás que provocó el empate a dos. 

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A partir de ahí, un caos absoluto que convierte cualquier pizarra, planteamiento o táctica en uno de esos primeros dibujos imaginados por un niño de tres años incomprensibles para la mirada adulta. Lo que pasó ayer en Girona fue, en definitiva, un esperpento, una oda al disparate. Buscar explicaciones a la caricatura en la que el Barça se convirtió en la última media hora es perder el tiempo. Los de Xavi pasaron de dominar sobre el césped y también en el marcador con solvencia y alegría a convertir el tramo final en una fiesta para los de Míchel. Todo lo hizo el Barça: desde demostrarse a sí mismo, como había hecho en Montjuïc ante el mismo rival en muchos tramos, que no tiene nada que envidiar de la apuesta futbolística del Girona, hasta coger la recortada y empezar a dispararse al pie hasta convertirlo en un muñón. Incomprensible e inadmisible a partes iguales.

Alma de cristal

El Barça, de hecho, ofreció un fútbol que, durante mucho rato, desactivó a su rival, al que hundió en su área y al que tuvo a su merced. Hasta dos veces logró avanzarse en el marcador en el primer tiempo e incluso, por ocasiones e intenciones, mereció lograr una mayor ventaja. Sí, el Barça fue superior al Girona durante dos terceras partes del partido, pero se suicidó sin venir a cuento, sin necesidad alguna, cuando tocaba la felicidad con las manos, en el último tercio.

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Sergi Roberto, en un momento del partido
EFE
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Tan negligente fue el error de Sergi Roberto, que permitió el dos a dos, como inmadura la reacción del equipo tras el mismo. Tiene mucho trabajo por delante Xavi, que fue contundente en su análisis: “Hay que cambiar muchas cosas” de cara a la próxima temporada. La derrota en Montilivi confirmó que el Barça, algo que ya sabíamos porque también lo hizo en París, es capaz de jugar muy bien y competir, pero también que sufre una fragilidad extrema que se activa ante cualquier contratiempo. Y ese es un defecto grave, una losa pesada que asfixia cualquier intento de construir un proyecto ganador. Para ganar, antes es imprescindible aprender a encajar golpes con la entereza de quien los asume como una parte ineludible del camino, no como si todo hubiera acabado.

 

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