Las brujas ya no son las malas de los cuentos. En realidad, nunca lo fueron. Especialistas como Carlo Ginzburg o Silvia Federici de una u otra forma llegaron a esa conclusión: bajo la piel de cada bruja quemada en las hogueras del pasado había una mujer sabia y heterodoxa o, simplemente, demasiado libre para su época. Muchas de esas mujeres tenían conocimientos sobre la naturaleza y el cuerpo; eran capaces de aliviar dolores, de sanar, de dar consuelo; a veces vivían una sexualidad abierta; otras, simplemente ayudaban a concebir (o a no hacerlo). Se las exterminó en nombre del bien y también en defensa de un orden político social y económico que las veía como peligrosas. De ahí que las mujeres acusadas de brujas en el pasado encarnaron, vistas desde el presente, una experiencia heroica en medio de épocas oscuras. Quizá por eso en nuestros días empiezan a encontrar lugar con mayor regularidad como protagonistas de distintas novelas, que no apelan a las prácticas del oscurantismo ni a lo sobrenatural para mostrar lo extraordinario de sus vidas.

Muy cerca de la novela histórica, Las brujas de Vardo, de la escritora inglesa Anya Bergman, regresa al siglo XVII en Noruega para seguir las peripecias de varias mujeres que por distintos motivos fueron acusadas de brujería. El inicio es un viaje obligado: Anna Rhodius pierde el favor de su amante, el Rey de Dinamarca, es acusada de bruja y trasladada a la fortaleza de Vardo. Viaja con su botiquín porque tiene conocimientos de medicina, disciplina que, de alguna manera, ejerció a través de su esposo el doctor Ambrosius. En el trayecto se cruza con la joven Ingeborg, una adolescente que busca rescatar a su mamá, que también fue enviada a la fortaleza para ser juzgada como bruja.

La historia está narrada a dos voces. Ingeborg y Anna cuentan los sucesos que las llevaron hasta la fortaleza, y al mismo tiempo, despliegan las peripecias que atraviesan hacia la libertad. Anna es una mujer desafiante. No tiene miedo de enfrentar al rey, a sus carceleros y a cualquiera que le impida llevar adelante sus ideas y su deseo. Ingeborg es igual de valiente, pero carece de toda educación. Pertenece a una familia de pescadores, muy pobre. La muerte de su hermano, y luego la de su padre, la dejan sola junto a su hermana menor y su madre, sin recursos, en un invierno en el que están al borde de la muerte por inanición. Eso lleva a su madre a aceptar los favores de un comerciante rico: cuando el pueblo se entera, deviene la catástrofe. El modo en que se relacionan los personajes, los ambientes, la ropa y algunos detalles precisos permiten reconstruir la atmósfera del siglo XVII como si la autora lo conociera de primera mano. En cierto modo es cierto, porque Bergman vivió en Noruega seis años y se fascinó con los juicios a las brujas de Vardo y también con las leyendas escandinavas. Recorrió el lugar, investigó, y en definitiva, logró el pasaje de los datos reales a la ficción, con mucho de encantamiento.

La historia puede sonar familiar porque fueron muchas las mujeres perseguidas como brujas. Es célebre, como precedente, Las brujas de Salem, del dramaturgo Arthur Miller. La obra teatral, que más adelante también fue llevada al cine, se basa en el caso de las 19 mujeres ejecutadas en la horca, luego de haber sido acusadas de brujas por unas muchachas puritanas. Al mismo tiempo, Miller se las ingenia para hacer jugar la historia con la llamada caza de brujas del macartismo que ocurría en plena década de 1950, momento de publicación de la pieza dramática.

Algo del mundo real también anida detrás de la reciente Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja, de la escritora canadiense Rivka Galchen (Toronto, 1976). Corre el año 1615 en Alemania. A Katharina Kepler la acusan de brujería. Se la culpa de envenenar, lesionar y matar animales y personas. La narración sigue el juicio a partir de la voz de la protagonista, de su hijo, el famoso astrónomo Johannes Kepler, los testimonios de los vecinos y acusadores. A partir de esa polifonía la historia arma un juego de perspectivas hechas de retazos: chismes, noticias falsas, habladurías que pasan de boca en boca y se deforman hasta crecer de un modo vertiginoso.

En verdad, el origen de la novela está en la historia real de la madre del astrónomo Kepler, responsable de las leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del sol. Su madre Katharina fue acusada por brujería, junto a otras quince mujeres. La encarcelaron durante catorce meses, la torturaron para obligarla a confesar, aunque afortunadamente fue liberada gracias a la intervención de su hijo. En la novela Galchen le da una voz única a esa mujer que había permanecido durante varios siglos al margen de la historia oficial.

Contra todo pronóstico, la novela no apela al horror, sino al humor. Katharina es una anciana risueña, que no puede creer la envidia de sus vecinos. Cuenta con la incredulidad del que se cree a salvo porque las acusaciones son ridículas. En ese sentido, la narración nunca pone en duda que la incriminación sea insustancial: más bien expone a los ignorantes que contribuyeron a crear una mentira de consecuencias nefastas.

Algo similar ocurre con Las brujas de Vardo, la novela de Bergman, que tampoco se vale del terror o la oscuridad. El relato avanza por historias llenas de aventuras, con momentos de introspección en el que podemos conocer los sueños, los temores y también los anhelos de Anna y de Ingeborg. Los dos personajes se muestran vulnerables, saben los peligros a los que se enfrentan, pero tienen una fortaleza interior que las impulsa a atravesar los desafíos en ese camino del héroe, que se sabe, va a transformarlas.

Desde un punto de vista absolutamente contemporáneo, Paula Klein (Buenos Aires, 1986) escribió Las brujas de Monte Verità, una suerte de cruce entre el ensayo y la ficción en el que una profesora argentina que vive en París indaga sobre una comunidad naturista de mujeres que se fundó a principios del siglo XX, las llamadas brujas del Monte Verità. Ya no se las persiguió con juicios y hogueras, pero sí fueron juzgadas socialmente porque buscaban una utopía fundada en la libertad sexual, la paz y las artes. De hecho, los tramos ensayísticos resultan infinitamente más interesantes que el resto de la narración porque la ficción pierde color frente a las vivencias reales. De todas formas, las experiencias de las mujeres de las dos épocas se enlazan para hablar del arte, del amor y la maternidad.

Hay muchas más brujas heroicas en la literatura contemporánea (basta citar la protagonista de Hamnet, de la irlandesa Maggie O’Farrell), pero este puñado reciente muestra que ese viejo estigma encarna para la ficción una nueva posibilidad: releer el pasado, los vínculos de poder y saber, y tratar así de vislumbrar un mundo menos brutal.

Las brujas de Vardo

Por Anya Bergman

Vidis. Trad.: Carmen Bordeau

503 páginas, $ 23.500

Las brujas de Monte Veritá

Por Paula Klein

Lumen

235 páginas

$ 24.999

 

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