A Javier Milei lo enorgullece presentarse como un talibán. Es una curiosa operación metafórica para resaltar su convicción inquebrantable, a fuerza de identificarse con lo contrario a sus ideales: un fundamentalista islámico que odia la libertad individual.

La elección de una etiqueta deliberadamente exagerada refleja la necesidad de autoafirmación de un hombre que se enfrenta a la encrucijada existencial entre el credo que porta como una segunda piel y la responsabilidad institucional que ganó en las urnas. El agitador Milei que sacudió de raíz el sistema político expresa la incomodidad de ser el presidente Milei, a cargo de ordenar el caos que con tanta eficiencia supo describir.

El sistema republicano funciona para él como un laberinto. “Hay muchas más restricciones de las que vos creés”, le dijo Milei el martes a su amigo Alejandro Fantino, en una conversación de tres horas muy reveladora de los dilemas íntimos del líder que gobierna la Argentina en estos tiempos de crisis profunda. Reivindicó su opinión de que “el Estado es una organización criminal”, “un enemigo”, “una máquina de represión”. Y enfatizó en que tiene una clara visión del mundo, “un Norte” inamovible, pero que solo “un utópico imbécil” puede ignorar que “el mundo es el que es” y que es inviable llegar en línea recta a ese destino definitivo.

Su amanecer al pragmatismo es, a su modo, un ejercicio de empatía. Milei alimenta con su talento de activista la paciencia de quienes confiaron en él y se enfrentan a la crudeza del presente. Los que lo aplaudieron decir que se cortaría un brazo antes de poner un impuesto y ahora ven venir la reimposición de Ganancias. Los que se ilusionaron con la dolarización. Los que creyeron que el ajuste iba a recaer, como decía el candidato Milei, sobre “la casta” y no sobre “los argentinos de bien”.

Asume el carácter experimental de su misión cuando repite siempre que puede que es el primer presidente libertario de la historia de la humanidad. Pero ruega comprensión. “Tenemos que adaptarnos para llegar adonde queremos”, reflexiona.

La ilusión no debe decaer. Milei funda su fortaleza en el respaldo de la opinión pública, ciclotímica por naturaleza. No solo es el Presidente de mayor fragilidad parlamentaria desde 1983, sino que la construcción política le da alergia. Es refractario a los aliados en oferta y la dinámica de su liderazgo expone al universo libertario a estallidos periódicos, como dejó al desnudo el miércoles la crisis del bloque oficialista de diputados.

La luz al final del túnel

Milei se carga al hombro la misión de mostrar la luz al final del túnel. Sus cifras de imagen positiva se mantienen bien por encima de la línea de flotación (sobre el 50%). La macroeconomía presenta señales que lo entusiasman: equilibrio fiscal, dólar quieto, bonos para arriba. La contracara es el freno a la actividad y el fantasma posible de una disparada del desempleo. ¿Es tan sólida la esperanza en la sociedad? Saben quienes asesoran al Presidente que una cosa es anticipar la recesión y otra, vivirla.

Toca contorsionarse en la arena ideológica. La ofensiva contra las empresas de medicina privada por los aumentos que inquietan a la clase media encaja dificultosamente en la caja de herramientas de un liberal ultraortodoxo. Milei lo dejó entrever cuando dijo que él no aprieta a los ejecutivos para que bajen los precios como hacía Guillermo Moreno: “No te pongo una pistola en la mesa para obligarte, te explico de qué se trata”, se justificó.

El malestar por las cuotas de las prepagas -producto de la liberación de precios posterior al 10 de diciembre- encendió una señal de alerta que el Presidente tuvo que atender. Ahora se suman las subas de tarifas de servicios públicos, detrás de las cuales está directamente el Gobierno. Otro desafío a la tolerancia ciudadana.

Milei y su gente perciben que han entrado en la zona de turbulencias. La ansiedad por mostrar resultados lo lleva a exasperarse con los que señalan dudas. La furia con el periodismo crítico se espeja con el fastidio que le causan los economistas que distinguen inconsistencias en su plan. Miguel Ángel Broda, gurú de la ortodoxia y exempleador de Milei, dijo que el ajuste aplicado por el Gobierno “fue excesivo, burdo e insostenible”. Domingo Cavallo, ídolo del neonoventismo que está en el poder, advirtió sobre el atraso cambiario y la repercusión negativa que tendrá en el objetivo de levantar el cepo al dólar. Carlos Rodríguez, el profesor que acompañó a Milei en su primera reunión con el FMI cuando era candidato, no para de marcar incongruencias entre el rumbo actual y la filosofía liberal.

Milei desparrama agresiones a los agoreros: “Imbéciles”, “estúpidos”, “ignorantes”. A menudo les adjudica la defensa espuria de intereses malsanos.

Tanta ansiedad por mostrar que el plan funciona lo empuja a cometer bloopers inexplicables. Un hombre como él, que se vanagloria de analizar obsesivamente todos los índices de la economía, se apoyó en los datos de una cuenta de redes sociales para anunciar que hay “deflación” en los productos de la canasta básica. “¡Caída de precios, Fantino, caída de precios! Se va a derrumbar como un piano la inflación”, dijo ante su interlocutor. Dos horas después se reveló que el supuesto bot de la cadena Jumbo era la parodia de un bromista anónimo. Su ministro de Economía, Luis Caputo, había usado también ese termómetro imaginario en una entrevista anterior.

Para matizar el derrumbe de la actividad apeló a los datos de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME): “Cuando tomás el dato de ventas de CAME vas a ver una ve corta. Lo que creíamos que estaba mucho más lejos, está más cerca de lo que imaginamos. Por eso están tan nerviosos”. Alfredo González, el director de la entidad, salió a despegarse un rato después. “La caída en las ventas de las pymes fue de 28,7 por ciento en enero, de 25,8 por ciento en febrero y marzo, 12,6 por ciento”, dijo, al negar siquiera la expectativa de una reactivación en curso. Se cae a menos velocidad, pero aún a niveles históricos.

El autoelogio, a veces precipitado, es un rasgo constitutivo del personaje de Milei. Se presenta a menudo como un visionario. El que “la ve”. En esos afanes, suele incurrir en olvidos y contradicciones.

Juró en su charla con Fantino que en marzo ni él ni sus ministros se dieron cuenta de que sus sueldos habían aumentado. “¿Sabés por qué? Porque los que estamos en el gabinete no miramos los recibos de sueldo. ¡Todos vienen por el bronce! Estamos todos yendo contra la que tenemos guardada. ¿Vos creés que podemos vivir con lo que estamos ganando?”. La declaración es sugestiva porque revisa su reciente afirmación (muy a tono con el discurso antipolítica) de que concibe la presidencia de la Nación como “un trabajo más”. ¿Qué trabajador ignora el salario que gana?

Ese mismo día relató que la ceremonia que encabezó la semana pasada en Ushuaia junto a la general estadounidense Laura Richardson fue “el mayor acto de soberanía que se hizo en los últimos 40 años”. Y auguró: “Es el primer paso para empezar a pensar la recuperación de Malvinas. ¡Dale, que la saquen del ángulo!”.

La charla con Fantino siguió así:

-O sea, ¿moviste esa pieza pensando en que a futuro podemos pedir que nos devuelvan lo que es nuestro?

-Obvio. Por la vía diplomática.

Once minutos después, ya hablando de otro tema, Milei contó cómo es su método de toma de decisiones y quiso dar un ejemplo.

-Estamos en reunión de gabinete y nos informan del desplante del gobernador de Tierra del Fuego a la general Richardson. ¿Ah, sí? Entonces, ante ese desplante, dije: “Termino la nota con Bloomberg, me subo al avión y voy yo a saludarla”.

-Ah, ¿no ibas a ir?

-No. Frente al desplante, viajé. Le di yo la recepción.

La genialidad estratégica de la versión uno y el rapto de dignidad de la versión dos se cuentan con la misma pasión. Igual que cuando le declara la guerra al narcotráfico y a renglón seguido defiende el derecho de blanquear dinero sin límites: “Si querés usar 50 palos verdes, me importa un rábano”. No cree en “leyes de los políticos que quieren robarle plata a la gente”.

De más está decir que el blanqueo propuesto en el nuevo paquete legislativo que impulsa el Gobierno no es a costo cero. Las restricciones –ya lo advirtió– están ahí, siempre presentes.

El error de Benegas Lynch

Por eso, considera que Bertie Benegas Lynch cometió “un error” al expresar su desdén por la educación pública. No era la oportunidad de tocar un tema tan espinoso, removido ya en la campaña de las propuestas originales de los libertarios. El hijo del intelectual al que Milei considera su prócer personal tuvo el premio consuelo después de la reprimenda: le ofrecieron, escándalo interno mediante, la presidencia de la estratégica Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados.

Quienes lo siguen tienen que aprender a nadar en un mar de contrastes. Independientemente de las convicciones profundas de Milei hay que saber adaptarse a los cambios repentinos. Lo único sagrado y que no debe desafiarse es la autoridad presidencial y la percepción de que es un hombre en guerra con una casta corrupta. Por eso no dudó en cortar cabezas cuando quedó expuesto negativamente ante la opinión pública por el aumento no comunicado de los sueldos en el Poder Ejecutivo. Y también por eso ordenó ejecutar a Oscar Zago como jefe del bloque libertario cuando sugirió -casi burlonamente- que Milei había avalado con un emoji del celular la designación de Marcela Pagano en la Comisión de Juicio Político.

“Mi Norte es Murray Rothbard”, pregona el Presidente. Como si al final del zigzag al que lo obliga el ejercicio de su cargo esperase decretar la desaparición del Estado. Decía el gurú libertario que inspiró el nombre de uno de los perros de Milei: “Las funciones del Estado se dividen en dos: las que se pueden privatizar y las que se pueden eliminar”.

La odisea particular del discípulo argentino está plagada de obstáculos y trampas, que acaso lo obliguen -restricción a restricción- a cambiar definitivamente el destino. A fin de cuentas, una incógnita primordial de estos tiempos convulsos es si “el talibán” Milei quedará en la historia como el hombre que derrumbó un sistema decadente o si será capaz de construir uno nuevo.

Milei, «el talibán» 

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