Ignacio Rodrigo Canevaro (53) no quiere dar entrevistas. Dice que la última vez que habló con un periodista fue en 2009, cuando presentó su libro “Atando Clavos”. En su obra, que escribió en la cárcel mientras purgaba su condena, contó su versión sobre el asesinato del conscripto Omar Octavio Carrasco. El “Caso Carrasco”, como trascendió en los medios, sacudió a la opinión pública en 1994 y marcó un punto de inflexión en la historia argentina: terminó con el Servicio Militar Obligatorio. “Ahora ya está. Ya cumplí la condena, aunque no me correspondía. Las injusticias existen. Quiero dar vuelta la página”, se excusó exsubteniente.

Omar Carrasco trabajaba junto a su padre cuando fue sorteado para cumplir con el Servicio Militar Obligatorio. Era “clase 74″. Tenía 19 años, provenía de una familia humilde de Cutral-Co, hacía changas de albañilería y repartía pollos. Sacó un “número alto”, que lo convirtió en conscripto del Ejército Argentino. Fue destinado al Grupo de Artillería 161 en Zapala, Neuquén, a unos 200 kilómetros al oeste de la capital provincial.

En la misma unidad de artillería del Ejército, dos años antes, había sido destinado el subteniente Canevaro cuando terminó el Colegio Militar. Para el recién estrenado oficial, el cuartel tenía “un ingrediente afectivo”: había sido el primer destino de su padre y también de su hermano, dice en su libro.

En 1994, Canevaro, que en ese entonces tenía 23 años, fue designado “Oficial de Semana” en la Batería de Instrucción, entre el 4 de marzo y el 11 de ese mismo mes. “Aquí hay un Oficial de Semana que soy yo, que soy el subteniente Canevaro, un Suboficial de Semana, que es el sargento Sánchez, y están Auxiliares de Semana que son soldados de la clase anterior para colaborar con las tareas del Servicio de Semana y orientarlos a ustedes, estamos?”, fue su presentación ante los conscriptos.

Carrasco ingresó al cuartel el 3 de marzo de 1994, pero su estadía en el lugar sería breve. Y trágica. Tres días después, fue reportado como desertor. “Debe estar por ahí con los amigos, vagueando”, le dijeron en el regimiento a Francisco Carrasco, el padre del soldado, cuando fue a visitarlo por primera vez a mediados de marzo.

La versión oficial no lo convenció. Francisco y su esposa, Sebastiana, decían que su hijo era “muy tímido” e “incapaz de desobedecer una orden”. De hecho, en toda su vida, el joven jamás había pasado una noche fuera de su casa. Fue por eso que decidieron comenzar su búsqueda acudiendo a las autoridades y medios locales.

La tarde del 6 de abril de 1994, en un segundo rastrillaje, el cuerpo sin vida del soldado Carrasco apareció al pie de un pequeño cerro que se encuentra dentro del predio del cuartel. El joven vestía un pantalón militar que no era el suyo y un cinturón fuertemente ajustado a su cintura. Las investigaciones determinaron que había sido brutalmente golpeado. Ese mismo día, uno de los jefes de la brigada sostuvo ante la prensa que el cuerpo del soldado había sido encontrado fuera del predio del Ejército y no presentaba signos de violencia. Días después, el titular del Ejército, el general Martín Balza, viajó a Zapala para reunirse con los padres.

Por el crimen se inició una investigación judicial a cargo del juez federal de Zapala, Rubén Caro. Al mismo tiempo, los militares iniciaron una investigación paralela que determinó que a Carrasco lo “bailaron”, que en la jerga militar significaba castigar con ejercicios físicos a un soldado.

Sin haberse esclarecido el crimen, en agosto 1994, frente a la presión social, el entonces presidente Menem decidió por decreto derogar el servicio militar obligatorio que regía en el país desde 1901. Un cambio para la vida de todos los argentinos.

Por el asesinato de Carrasco, el 31 de enero 1996, el Tribunal Oral Federal de Neuquén, determinó que el subteniente Ignacio Canevaro fue “autor material responsable del delito de homicidio simple” y lo condenó a 15 años de prisión. Los soldados Cristian Suárez y Víctor Salazar recibieron una pena de 10 años de encierro. El sargento Carlos Sánchez fue condenado a tres años por encubridor. Para la justicia a Carrasco lo golpearon porque fue sorprendido deambulando por la cuadra y eso desató la “ira” del subteniente que dio la orden a los soldados, Suárez y Salazar, de “avivarlo”. Lo golpearon con tal brutalidad que le vaciaron el ojo izquierdo con un golpe de lampazo y le fracturaron tres costillas que le provocó un hemotórax que lo llevó a una muerte rápida. El cuerpo estuvo escondido y fue colocado en el lugar.

A la par se abrió otra causa, “Carrasco II”, para investigar el posible encubrimientos de los altos mandos en el crimen del soldado.

“La encarnación viva del milico malo”

Durante todos estos años, Canevaro siempre sostuvo que era inocente. Es hijo de un militar y una ama de casa, el menor de nueve hermanos.

Tras la condena, que apeló sin éxito ante la Cámara de Casación Penal, pasó una década tras las rejas. Peregrinó por varios penales, aunque la mayor parte de su tiempo estuvo en Caseros.

En prisión, estudió Derecho y en 2002 se recibió de abogado. “No fue demasiado fácil al principio, debido a la resistencia de algunos profesores y hasta miembros del centro de estudiantes. Para mucha gente de afuera –y allí dentro no era la excepción– yo era la encarnación viva del milico malo”, cuenta en su libro.

“Yo no digo que alguna vez se va a saber quién mató a Carrasco, lo que digo es que algún día va a saber todo el mundo, y eso es lo que me interesa, que yo no fui, que nunca supe nada”, dijo en una entrevista en mayo del 2009 al diario Rio Negro cuando presentó su libro.

En febrero de 2004, tras cumplir las dos terceras partes de su condena, Canevaro quedó en libertad condicional. Suárez y Salazar, los otros dos condenados, salieron en el 2000.

“En todos estos años, cambiaron muchísimas cosas. Con decir que mis tres últimos sobrinos nacieron entre los años 94 y 95… y ahora están por ingresar en la secundaria. El tiempo pasó para todos, menos para mí, que quedé como en el limbo. En algunas conversaciones molestaba saber que estaba fuera de onda. Mi conexión con la realidad estaba supeditada a lo que me dijeran mis visitas en el penal y a la televisión, aunque ya sabía algo más de la televisión. Sonreía cada vez que Majul decía al cerrar su programa ‘No creas todo lo que ves en la televisión, incluso, cuando nos mirás a nosotros’”, dice en su libro.

En la actualidad, y desde hace más de seis años, Canevaro se desempeña como jefe de Recursos Humanos de una empresa “dedicada al servicio de tareas generales de saneamientos públicos y privados”. Su perfil de LinkedIn no dice nada de su formación militar. Formó una familia, se casó con Cecilia y tienen una hija.

Las otras conjeturas y cabos sueltos

Con el paso del tiempo, a raíz de un informe del médico legista Alberto Brailovsky, en el marco de la causa Carrasco II, se abrió otra hipótesis probable de la muerte del soldado. Una que refutaba lo sostenido hasta el momento. Según el estudio Carrasco no habría muerto en el acto si no tras dos días de dolorosa agonía en los cuales fue atendido clandestinamente por personal médico del hospital del cuartel de Zapala.

“Omar Carrasco no murió 90 minutos después de ser golpeado el domingo 6 de marzo de 1994, como sostiene la historia oficial, sino que agonizó entre 48 y 60 horas mientras recibió atención clandestina de enfermeras y, luego, de médicos militares del hospital del cuartel de Zapala. No tenía ninguna costilla fracturada, ni lesión en el ojo izquierdo, ni murió por un hemotórax agudo. Falleció por contusión pulmonar traumática, cianótico por falta de oxígeno en la sangre, tras una dolorosa agonía, mientras la lenta hemorragia interna comprimía su pulmón derecho hasta asfixiarlo”, publicó LA NACION en septiembre de 1996 a raíz del informe de 235 páginas del especialista.

Además, se detectó que se adulteraron recetas entre el 6 y el 9 de marzo de 1994 y que médicos que no estaban de guardia visitaron el hospital. También, llamó la atención el consumo de las pastillas de formalina que son un poderoso desinfectante utilizado en los hospitales. Entre enero y febrero de 1994, en el cuartel se consumieron 10 pastillas, mientras que solo en marzo, fueron 400.

“El informe de Brailovsky, es contundente, en gran parte está transcripto en el libro. Lo que pasa es que no lo quieren escuchar”, dijo el ex subteniente en una entrevista a un medio local.

Además, en su libro, Canevaro sostiene que su caso se utilizó para tapar otras cuestiones resonantes de aquel tiempo. Se define, sin vueltas, como una víctima. Refiere directamente a la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia. Cuenta que el año anterior al crimen de Carrasco, había recibido la orden de “entregar a la brevedad el mejor camión y la mejor pieza de artillería de nuestras baterías a una comisión que vendría a retirarlos. Según se nos informó, era para integrarlos al Grupo de Artillería 121 de Entre Ríos, que –como sabíamos– solo tenía coheteras y no disponía de cañones”.

Y tras un análisis concluye: “Concretamente los cañones que salieron de Zapala, no fueron a parar a Entre Ríos. Tampoco los cañones que salieron de otras unidades con el pretexto de ser reparadas en la Fábrica Militar de Río Tercero y los 16.000 fusiles que se almacenaron en la BAL Neuquén, que fueron recolectados también de las unidades patagónicas. El vaciamiento del arsenal del Ejército tenía varios destinos: Ecuador y Croacia, aunque los decretos que habilitaban las ventas dijeran locuras como Panamá –que no tiene ejército– o Venezuela. El armamento fue triangulado con destino final en esos países, sobre los que pesaban restricciones internacionales para la venta de armas de guerra. En el caso de Ecuador, la situación fue aun más grave ya que, en el conflicto que ese país mantenía con Perú, Argentina era garante de paz”.

En junio de 2005, la causa por encubrimiento (Carrasco II) prescribió y todos los militares que habían sido procesados en esa causa fueron sobreseídos.

 

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