Era la última jugada del partido (una jugada que puede llegar a definir al campeón de la Premier League). El atacante belga Jeremy Doku (Manchester City) llegó antes a la pelota, pero con una pierna exageradamente levantada. Golpeó a Alexis Mac Allister, que cayó tomándose el pecho ý quedó tendido en el área. Liverpool, local, podría haber estallado reclamando penal. Pero no. Siguió jugando. Esos minutos finales fueron frenéticos. El partido terminó 1-1. Podría haber sido 3-3. Y, si hubiese habido penal, podría haber sido el séptimo 4-3 de la temporada. El mejor fue Chelsea vs Manchester United. De 2-3 a 4-3 con los dos últimos goles luego del minuto cien. Es una temporada récord en remontadas y definiciones in extremis. Partidos que terminan casi en batallas cuerpo a cuerpo. De arco a arco. “Un caos delirante”, escribió The Athletic. La Premier en estado de “potrero”.

El fútbol inglés fue siempre espectacular (un Boxing Day de 1963 registró 66 goles). Pero era muy primario. Ahora, dinero mediante, tiene calidad pura. Innovación táctica permanente. Hay equipos chicos que presionan a los más grandes (las pelotas recuperadas en zona alta subieron un 37 por ciento en los últimos cuatro años). Apenas 11 de 313 partidos de esta temporada terminaron sin goles, entre ellos, el reciente Manchester City-Arsenal, demasiado controlado. Manchester United, contracara, vive expuesto. Juega “partidos de tenis, tu cabeza girando de arco a arco en un ritmo frenético”, graficó un crítico. Como sea, todos, como me dice el colega Miguel Simón, parecen privilegiar “el bien común”. Y el bien común es el espectáculo.

En tiempos de Brexit y ajuste duro en Inglaterra, la elitista Premier de boletos carísimos debe su éxito a directores técnicos y cracks extranjeros. Eso sí, todos acatando rápidamente la disciplina inglesa. Un “fair play” que se practica mucho más en la cancha que fuera de ella. ¿O acaso no sigue en espera eterna una posible sanción que podría hasta despojar de títulos y enviar a la segunda categoría a nada menos que el notable Manchester City de Pep Guardiola, inflado artificialmente con dineros del patrón Abu Dhabi? ¿Y no es un secreto a voces la operación política que echó de Chelsea al ruso Roman Abramovich para el desembarco de Todd Boehly, décimo patrón estadounidense de la Premier? Allí está ahora Joe Lewis, accionista máximo de Tottenham, que acaba de pagar una multa de más de 50 millones de dólares para no ir preso en Estados Unidos. Es el dueño de campos en la Patagonia. “Lago Escondido”. Todas las ligas tienen el suyo.

La mayoría de los grandes clubes europeos tienen sus cuentas en rojo. España vive de su “guerra civil” histórica. Real Madrid-Barcelona. Ambos se comen la torta de la TV, lejos de la repartición más democrática de la Premier. Real Madrid anuncia ahora a Kylian Mbappé, golpe de nocaut a su vez para la Ligue 1, de Francia, y el proyecto que se desinfla de Qatar-PSG. La Bundesliga, muy alemana, tiene presupuestos más ordenados y boletos accesibles. Feudo eterno y hasta aburrido de Bayern (once títulos seguidos), ahora está a un paso de coronar a Bayer Leverkusen. Toda una paradoja: Leverkusen alcanzará un logro inédito, mientras su patrón (el grupo Bayer) atraviesa una crisis gigantesca. ¿Y el calcio? Italia era El Dorado. El símbolo de su declive lleva el apellido del fallecido premier Silvio Berlusconi. Antes era dueño del entonces todopoderoso Milan. Su familia controla hoy al modesto Monza.

En la Premier, la TV de Rupert Murdoch y las desregulaciones financieras de Margaret Thatcher abrieron el gran botín. Pero, como dijo alguna vez Jorge Valdano, no bastaba comprar un traje de Armani. También había que saber llevarlo. Y la Premier, paraíso de negocios, pasó a ser también paraíso del mejor juego. Sin lugar para la especulación. Hasta se da el lujo de esos partidos de finales casi de potrero. ¿Pero no era el potrero una marca nuestra? “Si en Inglaterra había que ir a la escuela para aprender a jugar al fútbol”, ironizaba casi un siglo atrás El Gráfico, “en Argentina, en cambio, había que faltar a la escuela”. El fútbol se aprendía en el “potrero”, territorio de “La Nuestra”. Maradona y Messi prolongaron el mito. Y será eterna esa clase magistral de fútbol que fue el primer tiempo contra Francia en la final de Qatar. Pero hablamos ahora de nuestra liga.

Es cierto: mientras unos ostentan, otros sobreviven. El nuevo formato de copas europeas repartirá la próxima temporada a sus clubes 3400 millones de euros (155 al vencedor de la Champions, que este martes ofreció otro capítulo formidable). Pero querer la pelota es más que dinero. Aquí vendemos pasión. Huevo y viveza, como si nadie más los tuviera. Ahora crecerá la emoción. Vienen los playoffs y definiciones por penales de la Copa de la Liga. ¿Y el juego? ¿Hasta cuándo 28 clubes en la primera A, equipos del poder y un nivel por momentos pobrísimo, interrumpido además por forcejeos y protestas permanentes? Nuestros clubes asociaciones civiles, nuestro bien común, no advierten que también el juego es parte del negocio. Y en la sala de espera hay nuevos actores. Algunos plantean debates alternativos. Y es legítimo. Pero aparecen tiburones que presionan cada vez más para imponer su negocio propio: lo llaman “Clubes SAD”.

 

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