Mucha gente, cada vez que realiza una mirada introspectiva, se siente avergonzada porque es consciente de sus debilidades. Pero lo cierto es que todos somos seres humanos imperfectos y solo las personas seguras reconocen su imperfección.

En verdad, nadie es bueno en todo y malo en todo. Todos venimos equipados tanto con debilidades como con fortalezas, y el poder reconocer nuestras vulnerabilidades nos da la oportunidad de elaborar estrategias para administrarlas. No se trata de negar nuestras sombras, sino de utilizarlas en beneficio propio.

Entonces, ¿qué deberíamos hacer con nuestros puntos débiles? No esconderlos, sino por el contrario, atrevernos a mostrarlos, sincerarlos, explicitarlos, sabiendo que la imagen correcta de nuestras fortalezas y nuestras debilidades nos permite usarlas a nuestro favor.

Te invito a imaginar un equipo de fútbol donde el defensor le pide lo siguiente al arquero: “Por favor, tírame la pelota por la izquierda, porque corro mejor que por la derecha”. El simple hecho de que este deportista blanquee su debilidad genera fuerza y sinergia al resto del equipo.

¿Por qué, entonces, con frecuencia evitamos a toda costa mostrar nuestras debilidades? Porque estamos parados en un lugar de omnipotencia y no queremos que aquellos que nos rodean sepan que tenemos ciertas vulnerabilidades. Pero es precisamente cuando nos bajamos del “pedestal” y reconocemos tanto nuestras fortalezas como nuestras vulnerabilidades que aprendemos a gestionarlas.

La actitud humilde de verbalizarlas, en nuestros vínculos de pareja, de amistad, familiares o laborales; nos brinda la posibilidad de relajarnos y liberarnos del estrés de intentar sostener todo el tiempo una imagen de perfección. Además, nos permite aprender de los demás, llevarnos bien con todo el mundo y seguir creciendo. Por lo general, a nadie le agrada estar cerca de personas que siempre quieren tener la razón y jamás aceptan sus errores.

Y vos, ¿cómo te llevás con tus debilidades?

 

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