Hay aroma a final. Anticipada, claro. Disfrazada en una semifinal. Un contexto de esos en los que los dientes ya se van apretando con muchos días de anterioridad. En los que la cabeza ya se centra, incluso, por encima de un partido clave correspondiente a la Copa Sudamericana. Nada parece ser más importante para el Boca de Diego Martínez. La ilusión para volver a obsesionarse con la Copa Libertadores. Estudiantes es un rival que exige. Por su fútbol, pero también por su filosofía de jamás negociar la actitud. Partido en el que hay necesidad de líderes que contagien personalidad. De espaldas anchas.

Hay un sinónimo, entonces: Marcos Rojo. Su carácter se enmarca en un encuentro ideal para el capitán y referente xeneize desde que Carlos Tevez dejó la actividad (hace casi tres años), pero que también aporta el condimento especial de volver a enfrentarse con el club de sus inicios: es el escudo que tiene tatuado en la parte baja de su pierna izquierda y los colores que vistió y con los que conquistó el título continental en 2009 que también tiene dibujado sobre la derecha de su abdomen. Un sentido de pertenencia por el cual, evidentemente, en La Plata quedaron con fuertes resquemores.

Rojo sabe diferenciar. Es un hombre sentimental, pero cuando ingresa al campo se impone su seriedad. El silbato de inicio suena y ya no hay amistades, no hay pasado. Cuando se termina, para él todo vuelve a ser como antes. Sin embargo, desde el otro lado, parece no haber marcha atrás por la mezcla de eventualidades y decisiones de los últimos años.

Porque la pandemia ahogó la euforia platense. En los días previos al coronavirus surgió la posibilidad de volver a su primer amor: Manchester United no lo tenía en cuenta y lo cedió por seis meses. Jugó un encuentro en aquel febrero de 2020, se desgarró y apareció la necesidad de una cuarentena que se llevó el semestre futbolístico y, con ello, la exigencia de la entidad inglesa de que el zaguero volviese.

Debido a ese paso frustrado, todos creían que habría reencuentro enseguida. Sobre todo, teniendo presente su declaración en abril de 2017 a un medio de la ciudad: “No, cuando vuelva habrá un solo club. Mirá (se señaló el tatuaje del escudo “Pincha”), ya te digo todo, ja”. Desde 2021 lo hubo, pero cruzados. Juan Román Riquelme levantó el teléfono varias veces, lo sedujo y Rojo compró. “Me llamaron River y Estudiantes, pero tenía la decisión tomada de jugar en Boca”, explicó en su presentación en Brandsen 805, ahondando en que “crecí con el sueño de ganar la Libertadores con este club”.

Seguramente, sabía que cumplir ese anhelo no sería fácil, pero no esperaba que, cuando llegara la oportunidad, él mismo empezara a ahogar el deseo…

Se hizo más caudillo aún con la camiseta de Boca puesta. Jamás puso en duda la cinta de capitán que portó (por decisión de cada entrenador que pasó, pero también por la naturalidad de su carácter) una vez que Tevez decidió partir, a mediados de 2021: cuando se ausentó, siempre se mantuvo el debate sobre quién estaría a la altura de su lugar de referente máximo, con Guillermo “Pol” Fernández como centro del ojo crítico, especialmente durante gran parte de la etapa comandada por Jorge Almirón, que varias veces debía remarcarle cómo accionar ante los jueces por ser el portador de la cinta. Una que, con el tiempo, también se ha repartido ocasionalmente con Sergio Romero, Luis Advíncula o hasta Alan Varela y Cristian Medina, por ejemplo.

Siempre que Rojo la prestó, la circunstancia estuvo vinculada a la enorme cantidad de veces que padeció lesiones, especialmente musculares: lleva tres años en la institución de la Ribera y en no menos de cinco oportunidades sufrió desgarros que lo fueron alejando varias semanas de los compromisos, sin incluir las veces que las lejanías sólo se produjeron por distensiones o molestias en ciertos músculos. Lo más fuerte, de todas maneras, lo vivió en 2022: después de un gran primer semestre personal, prácticamente, sin problemas físicos, en octubre se rompió el ligamento cruzado anterior de la pierna derecha: casi un año entero perdido.

Es decir, la lesión que empezó a arruinarle la corta estadía en Estudiantes (la pandemia fue lo sobresaliente) también lo atravesó en Boca, con mayor magnitud, ocasiones y tiempo fuera del equipo. De hecho, fue lo único que siempre tuvo la lupa encima para referir a cuánto se podía confiar en su rendimiento o si valía la pena la renovación: desde el nivel, el zaguero siempre estuvo a la altura. Y su cuota extra como líder indiscutido y futbolista de jerarquía jamás pudo quedar aislado en el haber de las cuentas.

Por eso sigue firme en Boca. Por eso se mantiene la decepción hacia él del lado pincharrata. En agosto de 2021 fue la primera vez que el defensor zurdo visitaba el estadio Uno como jugador xeneize: aún no estaba permitida la asistencia del público en medio del coronavirus y la derrota (0-1) la sufrió sin hostilidad en las tribunas. Sin embargo, el 13 de marzo del año siguiente debió volver y ahora sí lo estaban esperando los hinchas platenses para recibirlo. Sin cariño, claro: si bien Juan Sebastián Verón (muy molesto cuando el defensor se inclinó por Boca) hizo esfuerzos en redes sociales para que el público de Estudiantes reconociera al defensor, éstos lo silbaron y abuchearon cada vez que tocó la pelota en el triunfo boquense por 1-0.

Aquello desató cruces entre su familia y los hinchas platenses vía internet. Rojo empezó a sincerarse: con el tiempo, más allá de su amor por Estudiantes, fue retomando aquella pasión de niño que comenzó a trasladarle su padre: “De chico era de Boca. Mi viejo es enfermo, íbamos a ver a Boca a todos lados. Después, a los diez años ya empecé a jugar en Estudiantes e ir todos los días al country hasta los 20 años hace que uno se apegue al sentimiento de hincha. Y ahora se volvió a reencontrar ese sentimiento que tenía con Boca. La paso muy bien”, fue claro cuando le tocó el “Líbero vs.”, por TyC Sports.

Y si bien sentenció que volvió a City Bell como jugador de Boca y “no me dijeron nada, muchos me pidieron fotos y que vuelva. La cosa es sólo por redes”, hace unas semanas le tocó retornar a Uno para disputar los 64 minutos pendientes: hubo nueva reprobación. No unánime, pero existente. Encima, con la derrota, otra vez, por la mínima.

El cruce también tendrá el condimento color de la rivalidad con Enzo Pérez, excompañero del equipo Pincha de Alejandro Sabella y de selección y ahora adversario, antes con River y hoy en el conjunto platense. En el último partido por la Copa de la Liga hubo complicidad y gestos cruzados, pero ahora siempre con una sonrisa: “Enzo se enojó, estuvo enojado, peleado, porque fui a Boca, él quería que fuera a River. Yo le decía: ‘Enzo, ¿sos boludo?’ En la cancha nos matamos. Yo le pegué a propósito, me cagaba de risa, pero él estaba enojado en serio”, reconocería luego Rojo.

El propio defensor central contó que la amistad se recuperó de manera casual, durante unas vacaciones en las que coincidieron. “Con mi familia teníamos cinco días y nos fuimos a Bariloche. Estábamos en el hotel, me registro y me dicen, ‘está Enzo Pérez’. Fuimos a cenar al hotel y estaban él con su familia. Charlamos toda la noche, dijimos las cosas que teníamos que decirnos y la amistad volvió”, comentó.

Ahora volverá a ser un encuentro en terreno neutral, como hace unos meses en la semifinal de Copa Argentina (2-3), en la que Estudiantes terminó siendo campeón. Una instancia clave en la que Rojo también quiere reivindicarse de lo sucedido en la pasada Copa Libertadores: aquel sueño que tan cerca estaba de cumplirse, en lo personal se apagó al recibir la roja con Palmeiras que le impidió disputar la final con Fluminense en el Maracaná; en lo grupal, bien pudo repercutir la falta de un líder nato como él.

Este martes, su posibilidad de darle a Boca el respaldo desde adentro para jugar una nueva final. Aunque enfrente esté su querido exclub.

 

Facebook Comments