Hace tres años dejó con la boca abierta al jurado del programa cazatalentos La Voz Argentina. Su potencia canora unida a su interpretación sorprendieron de la mejor manera. Salió segunda en el certamen, pero eso, con el paso de los años, quedará como algo anecdótico. Luz Gaggi es una especie de camaleón que se pone en diferentes pieles para cada historia que quiere narrar. De su infancia –esa que tuvo un capítulo en silla de ruedas, por un problema de salud- a la cantante de 21 años que es hoy, hay una energía arrolladora, una madurez como artistas un tanto precoz y un deseo de meterse y permanecer en el gran mercado de la música, aunque para ello quizá haya que hacer ciertas concesiones. ¿Estará su disco en las ternas de los próximos Premios Gardel y de los Latin Grammy? Seguramente que sí. Aunque cuando la chica de 21 que termina un jugo de naranja en vaso gigante se mezcla con el personaje Luz Gaggi, cualquier paso que el mundo de la música pide dar, será parte de un acuerdo entre ella misma y el universo del mercado pop. Pero el verdadero horizonte estará en la búsqueda de lo esencial de su voz. El 5 de abril, en el Teatro Coliseo, ya habiendo tomando suficiente distancia de aquel 2021 televisivo y súper mediático, subirá al escenario para presentar las diez canciones del álbum Altar, y así comenzar un nuevo capítulo de su vida artística.

-¿Cuánto pasó desde tu participación en La voz argentina, tres años o un siglo?

-Tres años intensísimos en los que estoy haciendo una carrera muy bonita.

-¿Qué sería una carrera bonita?

-Estar en el momento y en el lugar indicados. Con un equipo hermoso que estamos armando y con cosas bonitas que estoy aprendiendo.

-¿Qué se aprende?

-Bueno [se ríe] soy joven y también se aprende a vivir socialmente. Y del trabajo en estudios y con músicos muy grosos. Eso te curte un montón. Y estoy pisando fuerte.

-En una carrera como la tuya, que comenzó primero por el lado mediático, a veces en la vorágine las cosas suceden antes de que tengas tiempo para soñarlas. También suceden cosas que uno puede decir luego: “acá metí la pata”.

-Bueno, pero es parte de la vida. Me pasa mucho que la energía y la vibra son parte del proyecto o del foco que tengo. Estoy enfocada en una meta y por ahí van a pasar altos y bajos. Como todo. Pasa al que trabaja como contador hasta al que es artista.

-En La voz argentina se hizo hincapié en que, durante tu infancia, por un problema de salud – epifisiólisis femoral superior y, tras un accidente doméstico, se fracturó la cadera- tuviste que usar una silla de ruedas para movilizarte. ¿Qué tanto te condicionó?

-Fue un cambio de vida rotundo. Adaptarse a una realidad muy diferente. De correr con tus amiguitos pasás a entrar al colegio por otra puerta que no es la principal, porque si te golpean sin querer te puede hacer mal. Agradezco eso, porque todo pasa por algo. Antes, cuando no lo podía ver desde un plano más general, no lo pensaba así. Solo decía, ¿por qué me pasa esto a mi? Pero uno aprende de eso y lo tuve que pasar. Hoy en día me manejo de una manera diferente. No sería lo que soy de no haberla pasado”. Porque eso te curte en muchas cosas.

-¿Pensaste en algún momento que podía no haber vuelta atrás?

-Era algo planteado por los médicos, tener una silla por veinte años. El horizonte, en ese momento, era muy acotado y trágico. Pero no era mi foco quedarme en la silla y, al año, o al año y medio, ya estaba emprendiendo el camino de caminar, literalmente.

-Y el canto también parece haber sido un foco, ¿no? Con mucho estudio.

-Pasé por muchos profesores e instituciones. Por muchos libros. Pero también es escuchar mucho y tener referentes. Aprender de escuchar. Parece tonto, pero es lo principal de la música. Escuchar y después hacer.

-Raro que hoy alguien se preocupe por la afinación.

-[se ríe] Lo que me pasa es que antes que artista soy cantante. Disfruto de escuchar a gente que canta bien, por eso me gusta hacerlo bien. Saber que lo que estoy entregando es sincero y bien hecho.

-¿Qué buscás en los cantantes?

-Es medio insoportable lo que voy a decir, pero estudio mucho a los cantantes. Como ponen la voz, cómo se expresan. Cómo modulan.

-Entiendo la diferencia entre ser cantante y ser artista, pero me interesa tener tu mirada.

-El cantante es el que estudia canto, se esmera por conocer su voz, la cuida. El artista es la imagen entera, la persona en sí. Tener una esencia, un lenguaje propio, una forma de cantar que asocian a vos. Es el todo. El cantante es el que se dedica a llevarlo.

– ¿Y vos por dónde andás?

-Creo que es algo que se construye, que voy a tener 50 años y capaz te digo, ya lo encontré. Ahora siento que estoy cerca de esa artista, pero es algo que se va construyendo.

-En comparación con tu disco Altar, con una buena cuota de pop urbano, ¿adónde quedaron versiones como las de “Billie Jean”, que cantabas en La Voz Argentina?

-Creo que todo hace a la artista que soy hoy. Tuve que hacer esa canción para llegar al disco. Y saber si ese sonido iba a quedar o no. Igualmente, creo que tiene que ver con la profundidad que busco. Contar historias diferentes, pero con peso dramático. Porque yo soy drama. Mis días son intensos porque yo hago que sean intensos, para bien o para mal.

-¿Cuánto influyó lo externo y cuanto protagonismo tenés que resignar? Claudia Brant es una autora y compositora con una larguísima experiencia y compuso con vos los temas del álbum.

-Altar está hecho entre Josh Cumbee, Claudia Brant y yo. Los tres salimos de nuestras zonas de confort. Por un tema generacional o de locaciones, de nuestra cuna y nuestra raíz. Josh es de Estados Unidos, Claudia de acá pero vive allá y tiene más años que yo. Era un mix raro, pero funcionó bien. No hubo ego ni imposición de cosas. Claudia me tuvo paciencia para escribir ciertas cosas. Algunas, yo proponía escribirlas más a mi manera de decirlas.

-Cantás un tema de Ozuna que habla de tener una cuenta bancaria con muchos ceros. Esa es una alta exigencia en la industria de la música actual. ¿Cómo estás dentro de ese contexto?

-Re metida. Me están invitando a jugar al fútbol. Entonces no puedo jugar al voley. Uno sabe lo bueno y lo malo. Es parte del folklore del espectáculo de hoy en día. Quizás en diez años sea diferente. Quizá, diez años atrás también lo era. Perteneciendo a esto, me sumo a las reglas. Lo disfruto y hago que para mí no sea algo pesado sino un juego.

-¿Qué es lo que más se disfruta y lo que menos? Te habrás tenido que adaptar en algunas canciones para pronunciar diferente cuando hacés temas de música urbana.

-Tengo 21 años y apoyo la metamorfosis que está sufriendo la comunicación y el lenguaje. No puedo ir en contra. Apoyo que si en un tema de tres minutos querés cantar “nananá”, lo hagas. Si esa es tu forma de comunicar que estás triste, te aplaudo. Yo juego cambiando palabras y letras. Lo vas a entender igual. El lenguaje es algo tan globalizado que, de repente, encontrás a un argento hablando como portorriqueño. A mí no me sale, aunque me encantaría. Por otro lado, hay algo que conservo. Tengo muy presente mi raíz. El asado de los domingos en familia con mis padres, el folklore y aguante la Negra Sosa. Pero también hay algo que entender: a esta globalización y a nosotros, jóvenes, en el mundo. Empezar a comunicarnos de una manera diferente. Hay que adaptarse a eso.

-¿Tus padres, nada que ver con la música?

-Mi mamá es locutora, mi papá tiene una empresa, Aguanor. Somos hidráulicos -se ríe-. Mi casa es hermosa, es el lugar al que más quiero volver. Sigo viviendo en City Bell, pero este año me vengo a Buenos Aires, porque tengo todo acá.

-¿Qué te pasó cuando se terminó la gran exposición de la pantalla de televisión?

-Lo llevé bien. Tengo a mi familia y esto es parte de mi camino. Si ganaba o perdía no se terminaba ahí mi carrera. Recién era el picaporte para abrir la puerta. Obviamente, se apaga la cámara y decís: ¿Qué hago ahora? Pero encontrás la forma. Aparece gente como Daniel Grinbank o [la discográfica] Sony que te abrazan y te dicen: “Estamos con vos, vamos a romperla”.

-Otros tratan de aprovechar más el envión y publicar un disco enseguida. No fue tu caso…

-Hay un acelere en la industria. Yo me puse a laburar como loca. Me metí en un estudio y no salí de ahí. Pero si quiero construir una casa la columna tiene que estar bien sólida. No podía tirar temas así de la nada.

-Hay gente que sí lo hace.

-Bueno, y le debe salir increíble también. Pero no es mi estilo. Tenía que seguir con el estilo de carrera que quería. Sincera y bien pensada. Tenemos el producto Altar.

-¿De dónde viene el título?

-De algo que viene más allá de nosotros. Me pareció un nombre conciso y fuerte para comenzar una carrera.

-No escucho religiosidad en el disco. Sí energía.

-Tal cual. Todo es energía. El tema “Altar” es creer en algo más allá de vos. Y el disco es un ego constante de mi superyó. Como persona capaz que soy re tranca, pero Luz Gaggi, como artista, se como el mundo entero. Altar es el capricho de lo sagrado y lo elevado.

-¿Cómo se hace para no caer en los parecidos o en procedimientos musicales que suenan a…?

-Hay música que escucho y nunca hay una intención de copiar o lo que sea. Casi todo está creado, a menos que en algunos años invente un género nuevo. Ojalá. Pero la mayoría de las cosas están creadas. Quizás yo solo quiero hacer un tema pop y me suena muy Michael Jackson. Si vos tenés la intención me vas a asociar a quien quieras. Es parte del juego. Obviamente, uno busca su esencia. A veces funciona, a veces no.

-¿Te quedó mucha música afuera?

-Hicimos 11 canciones y quedaron 10. Teníamos claro el mensaje. Fue fácil y salió lindo. Se entiende.

 

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