Si hay algo que caracteriza al agro argentino es una especie de inteligencia colectiva. No es fácil de cuantificar o medir, pero la transmisión de conocimientos y transferencia de datos, así como de la apertura para acceder a ellos, es un activo valioso para la actividad. Incluso lo es para quienes incursionan en ella sin tener orígenes familiares en el campo. “El mejor secreto es que no hay secretos” es un lema que circulaba entre los grupos CREA.

Para quien quiera capacitarse hay una agenda amplia de reuniones, jornadas a campo, seminarios presenciales u on line, cursos y una oferta educativa formal sólida. Por supuesto, siempre se puede hacer algo más y mejor, pero es un saber que circula y merece ser revalorizado.

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Esto cobra vigencia en estos días, a raíz de la preocupación seria por la expansión de la chicharrita del maíz que golpea como pocas veces antes lo hizo. Si bien la plaga ya había sido detectada en los años 90, nunca como ahora se extendió y afectó tanto como en el ciclo 2023/24. Solo en Córdoba, la principal provincia maicera del país, habría una merma productiva de seis millones de toneladas, según estimó en los últimos días la Bolsa de Cereales cordobesa. En términos económicos, implicaría una caída global de ingresos por unos US$1100 millones. A medida que avance la cosecha se tendrá más claridad sobre el impacto económico.

Pero en el ecosistema de la cadena del maíz hay redes de conocimiento formadas por productores, investigadores del INTA, del Conicet y de las universidades, de las empresas privadas y de las asociaciones que están compartiendo las diferentes formas de mitigar el impacto de la plaga y, sobre todo, prepararse para que en las próximas campañas el efecto no sea igual.

Por ejemplo, en un webinar de investigadores del INTA realizado esta semana, la investigadora Macarena Caruso, del INTA Las Breñas, en el Chaco, recomendó “diseñar estrategias de manera regionalizada, continuar con la evaluación de materiales tolerantes/resistentes y con los estudios que permitan comprender el comportamiento invernal de la plaga y las evaluaciones para el registro de insecticidas químicos/biológicos”.

A su vez, Facundo Ferraguti, del INTA Oliveros, consideró clave aportar “evidencia científica al seguimiento y manejo del vector [de la enfermedad]”. En tanto, Solana Rodríguez, becaria de Conicet, en el Instituto de Investigación Animal del Chaco Semiárido (Iiacs), informó que se están evaluando distintos materiales genéticos que puedan llegar a dar respuesta a esta plaga. Para la investigadora María de la Paz Giménez, una de las principales referentes del país en esa plaga, el impacto de la chicharrita es parecido al del Mal Río Cuarto (MRC) en los años 90. Con el tiempo, el desarrollo de materiales genéticos tolerantes, el manejo agronómico y las recomendaciones de los expertos lograron evitar un daño parecido al provocado por el MRC en la campaña 96/97, más allá de las cuestiones climáticas.

En tiempos de cuestionamiento hacia lo público, vale ponderar el conocimiento que desarrollan el INTA y otras instituciones científicas del ámbito estatal para enfrentar las plagas y enfermedades que tienen impacto económico sobre la agricultura.

Ahora, con la chicharrita, la cadena maicera está enfrentando un nuevo desafío, duro y difícil. Sin embargo, la enorme transformación que tuvo en las últimas décadas, en particular con la siembra de maíces tardíos o de segunda, que permitió ampliar la oferta de cultivos y expandir el área agrícola, no tiene por qué detenerse. Sí, por supuesto, tomar lo sucedido como una experiencia a analizar y ocuparse como lo está haciendo.

Pese a las limitaciones, como la elevada presión impositiva, vía los derechos de exportación (DEX), y medidas que padeció hasta diciembre pasado como el control de exportaciones, la cadena maicera demostró que casi duplicó el área sembrada, multiplicó la cosecha, y que se posiciona como la base para transformar los granos en carnes, lácteos, energía, biocombustibles e insumos industriales.

Sin apelar a distorsiones como los DEX, la cadena maicera, por su extensión territorial, es clave para la atracción de inversiones y el desarrollo de la inversión, únicas herramientas genuinas para generar trabajo. La definición de resiliencia, una palabra que se ha puesto de moda en los últimos años, puede ayudar a entender la situación. Según el diccionario, es la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”. La cadena del maíz tiene como demostrar que es capaz de hacerlo e ir por más.

 

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