“Tal vez sea un tema de edad, pero lo primero que me pasa cuando recuerdo de mi infancia y de mi juventud es que expresar mis emociones no era recomendable, llorar en la escuela o en un trabajo o cuando te dejaba tu novio era signo de debilidad o inestabilidad. Nunca tuvo buena prensa el decir lo qué nos pasa. Después de un tiempo de formación profesional, comenzó a impactarme cómo reaccionamos los seres humanos cuando nos sentimos habilitados a hablar de las emociones. Cómo cambian las relaciones y la calidad de nuestras conversaciones cuando nos permitimos indagar nuestro mundo emocional”.

Cecilia Chitarroni es licenciada en Comunicación Social y Coach Ontológico Profesional. A medida que fue forjando su carrera se fue interiorizando por la manera en que las emociones influyen en la vida de las personas.

Lo que más le gusta de su trabajo, cuenta, es ver que en espacios grupales donde la gente se siente habilitada logran sacar aquello que tienen bien guardado. Muchas veces, se expresa con llanto, otras con un estado de asombro y luego suele volverse contagioso. “Ese es mi momento preferido, darnos el espacio de hablar de lo que nos pasa genera una conexión preciosa y, a la vez, sanamos tan profundamente que se me ha vuelto un hábito ineludible crear el contexto, abrir el espacio y el corazón. Celebro tanto que nos estemos habilitando a emocionarnos abiertamente”, afirma Chitarroni, mentora, docente y formadora de Coaching Ontológico Sistémico Constructivista.

¿Para qué sirven las emociones?

Las emociones habitan, se sienten y se manifiestan en el cuerpo. Sirven para saber qué nos pasa, es información sumamente valiosa sobre nuestras respuestas biológicas frente a cambios de conducta. Sobre la base de aquello que sentimos podemos darnos cuenta y elegir qué estamos necesitando. Negarlas, evitarlas o juzgarlas positivas o negativas censuran esa información valiosa que nos vienen a mostrar. Por ejemplo, sentir e identificar un enojo a tiempo nos habilita a reconocer instancias donde está en juego nuestra dignidad y podemos gestionarlo y hacer un reclamo efectivo ante una situación puntual. Plantear la incomodidad, agradecer profundamente, celebrar y reconocer un logro, reparar algún daño a un tercero. La cantidad de acciones posibles que se abren al identificar la información que nos traen las emociones es infinita.

¿Cuál es la diferencia entre una emoción y un estado de ánimo?

Una emoción es mensajera, nos trae información acerca de cómo nos afectan los eventos o sucesos. Por eso mismo son reactivas, reaccionamos con cambios temporales en nuestra predisposición y se retroalimentan por nuestras interpretaciones que acontecen en ese diálogo interno y lo que conversamos con otros.

Decir que las emociones son nuestra predisposición a la acción suena frío, pero son un entramado que a mi juicio establecen una plataforma de posibilidades para cada ser humano. Son como el combustible de aquel futuro que vemos posible, por un lado, y a la vez, también son una foto de la relación que tenemos con nuestro pasado, sobre todo con lo que aceptamos o no y lo que sentimos. Lo que volvemos a revivir, sobre todo, trayendo aquella experiencia emocional no resuelta. Cuando en estos dos puntos se manifiesta en nosotros una predisposición recurrente a actuar, o sea volvemos a usar la misma plataforma de despegue para vivir, estamos hablando de estados de ánimo, son proactivos, los habitamos de tal manera que tenemos creencias y juicios sostenidos a los que responden esos estados de ánimo. También en algunos ámbitos de nuestra vida están instalados, a veces, ya desarrollamos un rol específico que responde a ese estado de ánimo específico.

¿A qué denominás GPS emocional?

Es el nombre que le doy a la práctica de encender el localizador y ver en qué emoción me ubico, si hay un evento que la haya disparado, sino qué creencias recurrentes sostiene, que interpretaciones alimento o a qué me predispone?

¿Hay emociones buenas y malas?

Yo juzgo que no hay emociones buenas o malas. Con algunas podemos sentir mayor bienestar como la alegría, el júbilo, la paz, pero la tristeza, por más que no se sienta a gusto, es una gran maestra. Es como una gran amiga que viene a mostrarnos que sentimos que perdimos algo que era importante para nosotros. Cuando la rumeamos y le damos vueltas sin ver lo que nos viene a contar, se instala como sufrimiento, esa elección es nuestra y de nadie más. Claro que determinados hechos no son agradables de vivir. Por ende, las emociones que detonen tampoco, pero eso no significa que sean “malas” ya que el procesar el acontecer de la vida de manera saludable se apoya en una gestión emocional responsable. Aunque en los tiempos que corren, los espacios de silencio y soledad tengan mala fama.

¿Las mujeres son más de expresar las emociones que los varones?

En un principio, cuando nos permitimos empezar a expresarnos y decir lo que nos pasa, las mujeres fuimos pioneras en abrir esos espacios y darnos permiso, legitimando nuestras emociones y compartiéndonos. En los últimos años, el ámbito emocional empezó a pesar en los deportistas y ejecutivos y puedo decir que es más parejo. Los hombres también encuentran el valor de decir abiertamente lo que sienten, inclusive expresarse a través del llanto.

¿De qué manera podemos registrar las emociones?

Aprender a traducir las emociones en narrativas para hacer un registro es la clave. Sostengo que lo que hierve no se tapa, aquello que emerge de adentro hacia afuera y es expansivo, debe ser atendido desde la narración. Mirar las emociones poniéndole nombre y haciendo su traducción nos asiste a disociarnos de los eventos detonantes, mirar las interpretaciones que dispara y, a su vez, dejar de alimentar el estado emocional que de alguna manera u otra necesitamos gestionar, controlarlo es imposible. Tomar la perilla del cuerpo emocional es posible, siempre y cuando cortemos el cordón que retroalimenta el bucle que lo alimenta. Asociarnos a nuestro aparato cognitivo lógico deja de resonar y alimentar la causa, para resolver la circunstancia y desactivar la bomba de tiempo.

Lo que ocurre en el dominio emocional, repercute en el cuerpo y en la mente. Estamos frente a una era donde la salud mental se puso en foco. Por supuesto, creo que cualquier tema de salud mental debe ser atendido, diagnosticado y tratado por profesionales especializados. Pero la gestión emocional colabora en gran medida con resguardar el equilibrio y la salud mental.

Ponerle nombre a la emoción, separarla del hecho detonante como en un hecho concreto e identificar las creencias que se disparan en nuestro diálogo interno y las conversaciones que alimenta son los pasos de gestión emocional.

¿Cómo podemos regularlas?

No se regulan nuestras emociones, podemos gestionarlas entendiendo el mensaje, la información que traen. Lo fundamental es empezar por preguntarnos si somos capaces de reconocer lo que sentimos. Si la respuesta es sí, ¿lo podemos expresar asertivamente?

Muchos profesionales de la Psicología plantean identificar las emociones, reconocer señales físicas, practicar atención plena, hacer ejercicio y pedir ayuda, como algunos de los pasos entre otras estrategias cognitivas, fisiológicas o conductuales. Debo decir que coinciden en varios puntos con el hecho de reconocer la emoción, poder contarla y, a su vez, intervenir el cuerpo o las interpretaciones y diálogos internos que la acompañan. El cuerpo muestra señales biológicas, como un tablero de comandos, es el indicador.

¿Qué relación tiene el arrepentimiento con el hecho de gestionar las emociones?

En el arrepentimiento podemos decir que hicimos algo que puede ser comprobable. Cuando identificamos que sentimos arrepentimiento, juzgo que eso es el resultado de mis acciones con algún tipo de descuido y también juzgo que eso produjo consecuencias negativas para alguien. Esto debe ser explícito, poder identificar la emoción del hecho y lo que esto detona en mí con palabras. A su vez, declarar mi intención de disculparme con el otro y también declararme perdón a mí misma. El perdón no se pide porque sería una sesión de poder al otro. Declarar perdón implica decir perdón y asumir que alguien salió lastimado o dañado.

¿A que me habilita identificarlo y ponerle palabras?

Me predispongo a tener la conversación con ese otro y hacerme cargo de las consecuencias con alguna oferta reparadora. En esta emoción, nos hacemos cargo de la preocupación por nuestra identidad pública a través de la disculpa. Podemos también juzgar que nuestra identidad privada también se ve afectada negativamente. En esta situación, la acción a realizar es declarar perdón.

Las emociones como la vergüenza, el remordimiento, la culpa, la gratitud y otras, acerca del pasado. nos dan información acerca de la manera en que vivimos nuestros recuerdos. Nuestro dominio emocional en ocasiones refleja la forma en que vivimos el pasado en el presente.

¿Qué relación tiene con la inteligencia emocional?

Este proceso de disociarnos, ponerle nombre y traducirlas, identificando los procesos que desencadena en cada uno de nosotros, nos invita a desarrollar la inteligencia emocional, mirándonos con compasión, leyendo los procesos internos que se desencadenan en nosotros, trabajando con las interpretaciones y el universo de lo posible y probable, en lugar de encajar en estados emocionales recurrentes sin aprovechar la información valiosa que nos traen.

¿Alguna reflexión o consejo final?

Creo que a lo largo de nuestra vida la soledad es imprescindible. Entrar en esos territorios de conversación con nosotros mismos es el espacio sagrado personal, donde crecemos, aprendemos, nos habitamos, comprendemos todo lo que entra en juego con nuestra presencia, como un camino de retorno a nosotros mismos. El camino fundamental a trazar es hacia adentro, perdernos de este privilegio es vivir evitando ver cuán poderosos podemos ser.

 

Facebook Comments