Un festival de arena es existencial aunque no lo quiera: esculturas sostenidas en la porosidad pura; trabajo que se sabe y se disfruta efímero; un canto al difícil arte de apresar el momento. Entre las esculturas que este año se presentaron en el Festival de arena llevado a cabo en Port Aransas, Texas, brilla este conjunto de gatos. Y lo bien que les queda a ellos, reyes de lo escurridizo, esa materia inapresable, sueño del desierto, del mar, de los restos rocosos horadados por infinidad de vientos durante infinidad de siglos en infinidad de lados. El autor de esta escultura supo captar eso que vuelve adorable a tanto felino: su plácida displicencia, su cómoda flexibilidad, la belleza salvaje, delicada, inmanejable que hace pensar que semejante maravilla no puede haber sido fruto del mero azar. Y ese modo distante de observarnos, que en lo real suena a intriga y en esta escultura a discreta burla.

 

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