No tiene una explicación lógica ni futbolística, pero la épica y la competitividad que caracteriza al Real Madrid no tiene comparación con ningún otro club del mundo. De la misma manera que el estilo reconocible y forma de jugar siendo protagonista y dominando los partidos del Barcelona es tan admirable como difícilmente imitable.

Aunque nadie quiera reconocerlo, desde Barcelona, se admira y se envidia esa capacidad de resiliencia, como gusta decir ahora. Ese instinto de supervivencia que acompaña al Real Madrid y más en la Liga de Campeones, que no se sabe por qué transforma a los blancos en una bestia competitiva que le da un plus por encima de todos los equipos, y si no que se lo digan al mismísimo Manchester City, y que le convierten en un conjunto tan difícil de batir, como lo demuestran sus números en Europa de 12 semifinales disputadas en las últimas 14 ediciones.

Aunque no quieren reconocerlo, desde Madrid, se admira y se envidia ese fútbol coral, ese control de los partidos y ese juego brillante a nivel ofensivo que se define como el ADN Barça y que, sin ir más lejos, colocó a cuatro entrenadores con pedigrí azulgrana entre los ocho cuartofinalistas de esta edición.

No existe la perfección futbolística, aunque hubo un equipo que aunó las enormes virtudes tradicionales de los dos clubes y ese fue el Barcelona de Pep Guardiola, un grupo salvaje, con el gen ganador por antonomasia dibujado en su ADN y con la cultura del espectáculo total elevado a su máxima expresión.

Desde Madrid se admira y se envidia el fútbol coral que se define como ADN Barça

Solo así se consigue ser un equipo de época como lo fueron ellos y lograr un ciclo ganador irrepetible. El espejo donde mirarse. Eso sí, contaban con un talento increíble que unir a ese gen ganador y con el genio de todos los tiempos, el argentino Leo Messi. El club, el equipo, que se acerque a estos parámetros de aquel Barça marcará otra época triunfal. 

El mundo del fútbol admira la competitividad del Madrid y se rinde ante el estilo del Barcelona.

Al actual Barcelona le faltan genes competitivos más ambiciosos, jugadores que, además del enorme talento que atesoran, demuestren ese hambre y ganas de lograr éxitos en cada partido y en cada situación, como la que se vivió el pasado martes en el Estadio Olímpico ante el PSG. Al Barcelona se le torció el choque y se descompuso como un castillo de arena. Al Madrid se le complicó el panorama frente al ogro azul de Manchester y supo sobrevivir a uno de los mayores asedios que se recuerdan en las fases finales de la Champions. 

Son estilos antagónicos que se han ido marcando con el paso del tiempo y cada vez son más definitorios sin saber por qué. Cada uno está orgulloso de lo suyo, aunque siempre envidiando lo que falta, lo que no se tiene.

 

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