PARÍS.- Los 32 ministros de Relaciones Exteriores de la OTAN celebraron el jueves en Bruselas los 75 años de la firma del Tratado del Atlántico Norte en Washington, el 4 de abril de 1949. Entonces, la confrontación con la URSS se manifestaba con el bloqueo de Berlín. Hoy, aquella lógica de enfrentamiento con Rusia está de regreso. Para prepararse, la organización quisiera, ante todo, cimentar el apoyo militar a Ucrania. Una tarea que no carece de obstáculos.

Los aliados quisieron darle a este aniversario una importancia mucho mayor de lo que habría tenido si Rusia no hubiese atacado a Ucrania hace más de dos años, al lanzar una mortífera guerra a las puertas de Europa. El miércoles y el jueves, los ministros de Relaciones Exteriores de la organización celebraron esa fecha en presencia del original del tratado, que había partido un día antes del Departamento de Estado norteamericano donde es conservado, para atravesar el Atlántico y llegar -bien escoltado- a la sede de la OTAN en Bruselas. Allí estuvo expuesto hasta este viernes, antes de retornar a Washington.

“Es la primera vez que ese documento deja Estados Unidos”, confirmaron fuentes de la Alianza.

La reunión fue también aprovechada para festejar las diferentes olas de ampliación hacia el este de la Alianza: los 25 años de la adhesión de Polonia, República Checa y Hungría; los 20 años de adhesión de Holanda, Eslovaquia, Rumania, Eslovenia y Bulgaria, y los 15 años de la entrada de Croacia y Albania. Hace 75 años, la OTAN solo contaba con 12 miembros. Hoy son 32, entre ellos Suecia, que participaba esta semana a su primera reunión en su calidad de aliado y no como país invitado.

Pero la celebración de los 75 años de la organización se produce en un contexto de incertidumbre en cuanto a su futuro. El sucesor del actual secretario general, Jens Stoltenberg, aún no ha sido designado, a pesar de que los países miembros se habían dado hasta abril para llegar a un acuerdo.

Estados Unidos, Alemania, el Reino Unido y Francia habían aportado oficialmente su apoyo al primer ministro holandés, Mark Rutte. Pero la cuestión se complicó recientemente debido a las objeciones de los dos eternos agitadores del bloque: Hungría y las exigencias de garantías de Turquía. También con la sorpresiva candidatura del presidente rumano, Klaus Iohannis, aun cuando ésta no tendría, aparentemente, ninguna posibilidad de tener éxito, incluso entre los miembros del flanco oriental.

Otra candidata desahuciada, la estonia Kaja Kallas, hizo saber el martes en un comunicado que su país apoyaría a ark Rutte, quien, por el momento, conserva las mejores posibilidades.

Sombra suplementaria en ciernes: un eventual retorno de Donald Trump a la Casa Blanca desestabilizaría una organización ya sometida a fuerte presión con la guerra de Ucrania. El candidato republicano podría multiplicar su empresa de demolición contra el artículo 5, que consagra la solidaridad de los miembros si uno de ellos fuera atacado.

En febrero, durante un acto de campaña, había anunciado que Estados Unidos podría dejar de ayudar a los “deudores”, aludiendo a aquellos países que no invierten lo suficiente en la defensa y permanecen por debajo del 2% del PBI en ese rubro, como lo requiere la OTAN. Según recientes cifras, solo 18 de los 32 miembros alcanzan ese porcentaje.

Ante ese peligro, la alianza trata de prepararse a marcha forzada. Y para asegurar una ayuda duradera a Ucrania en caso de que Trump regrese al poder, Stoltenberg propuso constituir un plan de ayuda militar que alcanzaría unos 100.000 millones de dólares en cinco años.

“No se trata de caridad. Sino de invertir en nuestra propia seguridad”, declaró en febrero el secretario general de la organización.

Garantizar ese apoyo permitiría de paso institucionalizar las funciones del grupo de contacto de Ramstein, en la perspectiva de un cambio de administración en Estados Unidos. Ese grupo destinado a coordinar el apoyo militar a Ucrania, creado después del inicio de la guerra y que cuenta con más de 50 países (entre ellos 32 miembros de la OTAN), es en efecto piloteado por Estados Unidos.

Pero las discusiones se anuncian complejas. Por un lado, se trata de definir “lo que la OTAN puede y no puede hacer”. En otras palabras, muchos piensan que no es cuestión de violar las líneas rojas establecidas -incluida la adhesión de Ucrania-, para no precipitar la Alianza en una confrontación directa con Rusia.

“No queremos que la OTAN deje de ser una alianza defensiva”, repitió varias veces miércoles y jueves en Bruselas el ministro húngaro de Relaciones Exteriores, Peter Szijjarto. A pesar de los repetidos llamados de Stoltenberg al premier de Hungría, Viktor Orban, Budapest rechaza con vigor esas dos importantes propuestas que cambiarían la posición de la OTAN frente a Rusia.

Pero Hungría no está sola en su oposición. Los ministros alemán y español también expresaron sus dudas en cuanto al paquete presupuestario para Ucrania. En todo caso, por el momento, el eventual envío de tropas al terreno, evocado por el presidente francés Emmanuel Macron, no es una opción para muchos miembros. Así lo ratificaron esta semana tanto el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, como su embajadora ante la organización. “Estados Unidos apoya la idea de que Ucrania defienda ella misma su territorio”, dijo Julianne Smith.

En realidad, las actitudes menos entusiastas sobre una posible evolución ofensiva de la OTAN son manifestadas por los países de Europa occidental. Una posición radicalmente opuesta a la mayoría de los países miembros de Europa central y oriental, que reclaman a gritos un endurecimiento de la alianza frente a Rusia.

 

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