“La servidumbre, he dicho, se mantiene por el olvido de las pasadas glorias; y un pueblo es perdido cuando se ha hecho incrédulo a la religión de los recuerdos”.

Se cumple hoy un nuevo aniversario de la célebre batalla de Maipú, que tuvo lugar el 5 de abril de 1818. Luego de la victoria de Chacabuco, el ejército libertador de Chile, al mando de San Martín, no pudo capitalizar totalmente su predominio. Las fuerzas españolas se refugiaron en el sur y posteriormente recibieron la importante ayuda de las calificadas tropas enviadas por el virrey del Perú, de la Pezuela, al mando de su yerno Mariano Osorio. Al acampar en las inmediaciones de la ciudad de Talca con tropas que superaban en número a las de sus adversarios, San Martín pensaba derrotarlos y consumar su labor.

Sin embargo, orientadas por las fogatas del campamento patriota, las fuerzas realistas comandadas por el valiente Ordóñez (amigo y compañero de armas de San Martín en España) salieron por la noche de la ciudad y sorprendieron en la oscuridad al ejército libertador en el terreno de Cancha Rayada (así llamado por la cantidad de zanjas existentes), el 19 de marzo de 1818. San Martín había intentado que las tropas libertadoras cambiaran de posición, pero éstas no llegaron a hacerlo en su totalidad, y una parte relevante de ellas se sumió en un profundo caos y desorden, se desbandó y abandonó gran cantidad de armamento. La templanza y la decisión de Las Heras pudieron organizar y salvar una parte importante del Ejército, sumadas a la acción de San Martín.

En Santiago cundió el pánico y la desesperación. Se creía perdida la causa emancipadora y se lamentaba la segura muerte de San Martín y de O´Higgins. Algunos chilenos querían escapar a Mendoza, mientras que en algunas partes de la ciudad se daban nuevamente vivas al rey y algunas familias encumbradas se apresuraban a entablar comunicación con el general español, con el fin de congraciarse con los vencedores. La moral patriota estaba deshecha. Al recibir la noticia de la derrota de Cancha Rayada, el Director Pueyrredón respondió: “nunca es el hombre público más digno de admiración y respeto, que cuando sabe hacerse superior a la desgracia, conservar su serenidad y sacar todo el partido que quede al arbitrio de la diligencia”.

Así fue. Ante la sorpresa de todos, San Martín entró en Santiago el día 25 de marzo. Al enterarse de su llegada, sonaron las campanas y el pueblo se volcó a las calles para recibirlo con aclamaciones. Lejos de verse derrotado, el General transmitió energía, confianza y valor para revertir la situación, con su optimismo y su temple que contagió a la población, a sus oficiales y a sus soldados. Y a viva voz les dijo con tono resuelto: “¡Chilenos! Uno de aquellos acasos que no es dado al hombre evitar, hizo sufrir a nuestro ejército un contraste…; pero ya es tiempo de volver sobre vosotros mismos, y observar que el Ejército de la Patria se sostiene con gloria frente al enemigo… La Patria existe y triunfará, y yo empeño mi palabra de honor de dar en breve un día de gloria a la América del Sur.”

De manera incesante, disciplinada y astuta, en pocos días San Martín organizó la defensa, elevó la moral general, restauró su Ejército y llevó a cabo todos los preparativos necesarios para la crucial batalla que se avecinaba. En este combate se jugaba peligrosamente el destino de la liberación de Chile y de la causa libertadora. Como escribió Sarmiento en un artículo publicado en El Mercurio el 4 de abril de 1841, “todos sabían que Maipo era el último campo de batalla, y que la muerte, las cadenas o la victoria, eran los únicos senderos por donde valientes y cobardes podían abandonar la arena”.

Con fuerzas relativamente parejas en número, el ejército patriota se ubicó al sur de Santiago, cerca de Lomas Blancas, en la zona del río Maipo (Maipú), y esperó allí la llegada del enemigo que venía confiado luego de la victoria de Cancha Rayada.

San Martín planificó cada detalle y arengó a sus soldados, advirtiéndoles sobre el carácter decisivo de la lucha e insuflándoles el coraje crucial para enfrentarla: “esta batalla va a decidir la suerte de toda la América. Es preferible una muerte honrosa en el campo del honor, a sufrirla a manos de nuestros verdugos.” Y así lo sentían los soldados en la víspera, quienes según el inglés Samuel Haigh, poseían una “sombría y silenciosa fiereza”.

Como muestra de la tensión de la situación y del estado de ánimo de San Martín, basta citar la airada respuesta que le dispensó al mariscal Brayer (prestigioso militar francés partícipe de las guerras napoleónicas), ante un pedido de licencia para eximirse del combate: “Señor general, el último tambor del Ejército Unido tiene más honor que V.S.”

En la mañana del día de la batalla, San Martín se acercó a observar el desplazamiento de las filas enemigas, disfrazado de paisano. Al darse cuenta del error estratégico de los movimientos del adversario, dijo a su ayudante O´Brien: “…El triunfo de este día es nuestro. ¡El sol por testigo!”

El combate resultó muy cruento, pero la victoria fue total. El gran ojo táctico de San Martín advirtió el punto débil de los españoles y contempló la intervención oportuna de la Reserva al mando de Hilarión de la Quintana, por medio de un ataque oblicuo al Ejército realista en un momento crucial de la lucha. A diferencia del Ejército español, San Martín había previsto mantener a resguardo unos batallones para hacerlos intervenir si ello era necesario en función de las vicisitudes que pudiera plantear la batalla, como de hecho sucedió.

En efecto, si bien el ala derecha conducida por Las Heras y con el apoyo de los Granaderos a Caballo produjo el repliegue del sector izquierdo realista, el flanco izquierdo patriota dirigido por Alvarado no podía progresar a pesar de su empeño, y recibía la peligrosa ofensiva de las líneas españolas que -pasado el mediodía- tenían a su alcance la victoria.

Ante ello, siguiendo el plan original de San Martín, la Reserva acudió en auxilio de las fuerzas patriotas y aseguró la victoria. Según lo relata el propio Hilarión de la Quintana en sus Memorias (“Relación de sus Campañas y Funciones de Guerra”), al advertir el riesgo de la pérdida total de la batalla, él se decidió a atacar, aun antes de recibir la orden expresa de San Martín, quien luego elogió su labor decisiva en una carta dirigida al gobierno.

Al grito de ¡Viva la libertad!, la Reserva atacó con decisión y se encontró con la feroz resistencia del emblemático Regimiento “Burgos”, que agitaba las célebres banderas victoriosas en Bailén y gritaba: “¡Aquí está el Burgos! ¡Dieciocho batallas ganadas! ¡Ninguna perdida!”. Ello sumado a la acción del Regimiento Infante “Don Carlos” y el de “Concepción”, dirigidos personalmente por Ordóñez, y el “Arequipa” mandado por Rodil, que se batían con valor.

A pesar de todo, las indomables fuerzas patriotas vencieron luego de un combate encarnizado, con gran valentía de ambos lados. En palabras de San Martín: “con dificultad se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido, y jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme y más tenaz”.

Fue un choque de titanes. Entre los patriotas, capaces de dar todo por su libertad; y los españoles que, como escribió el coronel Manuel de Olazábal en sus “Episodios de la Guerra de la Independencia”, bien podían decir con orgullo: “¡Yo fui de los vencidos de Maipú!

La victoria fue total. Al dictar el parte de la batalla, San Martín señaló con su acostumbrada sobriedad: “acabamos de ganar completamente la acción. Un pequeño resto huye: nuestra caballería lo persigue hasta concluirlo. La Patria es libre.”

A diferencia de Ordóñez, quien luchó hasta el final y fue tomado prisionero, Osorio –creyendo perdido el combate- se retiró en medio de la batalla y logro huir hacia el Perú.

Al replegarse, los españoles se refugiaron en la hacienda “Espejo” para resistir a sangre y fuego, pero finalmente se rindieron o fueron apresados luego de una tenaz defensa y de numerosas bajas patriotas. Según el relato de Samuel Haigh, nada se comparaba con la furia de los antiguos esclavos que querían acabar con los prisioneros españoles, a fin de vengarse por las numerosas bajas que habían infringido a sus compañeros de armas durante el combate. Los oficiales se lo impidieron y protegieron a los prisioneros.

O´Higgins, quien no había participado de la acción de Maipú a raíz de una herida en el brazo recibida en Cancha Rayada, corrió al encuentro de San Martín y ambos se dieron el histórico abrazo retratado en el famoso cuadro del pintor Pedro

Subercaseaux, que se halla en el Museo Histórico Nacional. El general chileno le dijo: “¡Gloria al salvador de Chile!”, y San Martín respondió: “General: Chile no olvidará jamás el nombre del ilustre inválido que el día de hoy se presentó al campo de batalla en ese estado. Gracias a esta batalla se aseguró la independencia de Chile”.

Tiempo después del combate, la correspondencia del jefe español Osorio fue capturada y llevada a San Martín. En ella se encontraban las ya referidas cartas que algunas familias chilenas habían enviado al comandante realista, para ganar su favor luego de la derrota de Cancha Rayada. Pero se dice que San Martín, en lugar de tomar represalias, con grandeza ordenó que las quemaran sin guardar los nombres de los traidores. Comprendió que aquello había sido un acto de debilidad propio de la desesperación, y que actuar con venganza conspiraría contra la paz y la concordia general.

La batalla de Maipú fue un gran hito militar, no sólo por el talento estratégico y guerrero de San Martin y el arrojo de sus oficiales y soldados, sino también porque aseguró la independencia de las Provincias Unidas y de Chile, permitió llevar a cabo la campaña del Perú y forzó a los españoles a concentrarse definitivamente en una acción meramente defensiva.

Pero nada de ello habría sido posible, si San Martín no hubiera tenido el temple sagrado para levantarse luego de la dura derrota de Cancha Rayada, y revertir valerosamente y con presteza el desánimo reinante, contagiando coraje, determinación y optimismo. En los momentos difíciles es cuando emerge el alma de los grandes hombres. En la hora de la prueba y de la encrucijada vital, su respuesta favorable los agiganta y les brinda su rostro eterno. Resulta elocuente recordar los versos de Almafuerte: “no te des por vencido, ni aun vencido; no te sientas esclavo, ni aun esclavo; trémulo de pavor, piénsate bravo; y acomete feroz, ya mal herido”.

Que el ejemplo de San Martín ilumine en esta fecha a todos los argentinos, como una luz inspiradora que nos ayude a tomar conciencia de aquello de lo que estamos hechos y de todo lo valioso que podemos dar.

Abogado

 

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