El Ballet Contemporáneo del San Martín se muda para abrir su temporada 2024 al Teatro Regio, donde a partir de esta semana, de jueves a domingos, estará presentando dos estrenos de artistas argentinos. El programa Duggan+Berrueta le aporta al elenco la experiencia en dos nuevos procesos de creación, que trabajaron desde la semilla durante los últimos meses en el estudio. Ambos coreógrafos, por diferentes razones, son bien conocidos para la compañía: con Teresa Duggan hicieron no hace tanto Dos pétalos y con Nicolás Berrueta, ex bailarín del elenco, que está de vuelta en casa después de una década en el exterior, los une una cierta familiaridad.

Cuando faltan pocas horas para que se corra el telón, Duggan vuelve a tener esa impresión de “preparto” que ya atravesó tantas veces -aunque de carne y hueso solo tenga un hijo-. “Con la creación, siento que genero criaturas y esta emoción en la víspera siempre es mucho peor que el acontecimiento”, se ríe, mientras termina de resolver cuál es el mejor lugar para poner unos piletones que forman parte de la escena en Los gestos de la sal, basado en el relato de la escritora Alejandra Kamiya. Duggan tomó ese cuento, incluido en El sol mueve la sombra de las cosas quietas, para contar el suyo propio, y no es de extrañar la elección. Hay una completa afinidad entre el imaginario y los paisajes de una y la otra. ¿Separadas al nacer? Una es hija de padre japonés -como Gingo Ohno, autor de la música original de esta pieza-, la otra “japonesa por elección”. Lo oriental, la relevancia de la naturaleza, el rescate de los rituales está a menudo presente en ambas.

“Tuve un encuentro muy mágico con Alejandra -revela-. La conocí en persona el año pasado, fui a la charla de presentación de otro de sus libros, La paciencia del agua sobre cada piedra. Cuando estaba frente a ella para que me firmara un ejemplar, me preguntó mi nombre: “¡No puedo creer que sos Teresa Duggan!”, se sorprendió. La admiración era mutua y fue tan inesperado que enseguida le dije que en algún momento querría trabajar con un texto suyo. Anoté su teléfono y transformamos esto en algo más que una anécdota”.

A Teresa se le había quedado “impregnado” el relato de Petra y Atanasio, ese ambiente de la salina, la austeridad, el pueblo. Todos elementos que por otra parte la trasladan a su infancia en el pueblo que se llama como ella: Duggan, en el partido de San Antonio de Areco. “La sensación de amplitud y de cielos. El tiempo pasa muy distinto que en la ciudad. Pensá que yo iba al colegio en Zulky”, recuerda. Este de la ficción también es un pueblo donde hay mucha amistad, solidaridad, que celebra la pureza de los afectos.

Entre la historia original -por una cuestión sonora y musical, la coreógrafa traslada la acción al norte de nuestro país- y un desarrollo de movimiento menos apegado al hilo narrativo, la obra encontró un mix. “Fui guiándome por el cuento para ordenar las escenas. El primer día de ensayos, Alejandra le leyó el cuento al Ballet. Incluyo su voz grabada en algunas citas que quería que estuvieran presentes. Los gestos de la sal tiene toda una parte que es más simple, con la presentación de los personajes, y luego empieza a tomar vuelo. Trabajo mucho con objetos; en este caso son ramas, un hilo con unas agujas, una tela grande. Con muy pocos elementos, la escenografía de Mariela Solari es muy importante. Creo que de cada vez hago más puesta en escena que coreografía”, define Duggan, que sumó al cuento un par de haditas. “Son unas chamanitas, seres superiores que mueven el aire, como los espíritus del salar. La idea es que siempre hay algo superior. Lo espiritual, la magia, está en el día a día”. Para contribuir en los momentos difíciles, ella apuesta a continuar persiguiendo la belleza, “pero hablo de aquella que es transformadora -aclara-, no la decorativa”.

Manos a la obra

Luego de un año de haber regresado a vivir a la Argentina (ahora son tres, con su mujer y una chiquita de casi cuatro años que los tiene enamorados), Nicolás Berrueta vuelve ahora también a la que fue su cuna artística. Como bailarín, no solamente se formó en el Taller de Danza del Teatro San Martín sino que integró durante una década la compañía, cuando todavía lo dirigía Mauricio Wainrot. “Es fuertísimo, como de película. Me fui hace doce años y después de estar afuera, creciendo mucho, me reencuentro a trabajar con mis compañeros desde otro lugar. Andrea [Chinetti, la directora] fue maestra mía, con Diego [el codirector de la compañía] éramos compañeros cuando bailábamos; es este un ambiente cercano, de gente que admiro mucho”, admite. “Al principio fue raro: de qué manera llegar a la sala y mantener una seria seriedad y el compromiso sabiendo que, ahí, están tus amigos. Pero me encontré con un profesionalismo muy hermoso, y las cosas nunca se mezclaron. Se los agradecí a todos”.

Con El eco de las manos Berrueta sigue descubriéndose como coreógrafo, un camino que hace poco comenzó a andar en Chile. “Recién hace un año que me bajé del escenario, porque tenía las ganas y la necesidad de hacer esto, para lo que me fui preparando”. Su lenguaje -considera- requiere de mucha escucha. “No se trata solamente de que les pase un movimiento y lo puedan reproducir. Aunque me gusta que los grupos vayan parejos, en una misma idea, quiero que conserven sus individualidades. Todo tiene que ver con la manera en que las sensaciones nos van dando distintas texturas para poder movernos, que desde una imagen podemos abordar una emoción que nos lleve a un movimiento físico”. La principal influencia para esta etapa dedicada a la creación está en el lenguaje y la pedagogía gaga del reconocido coreógrafo israelí Ohad Naharin, con quien en 2017 el argentino hizo una formación intensiva. “Es tan poderoso que no solo te da un lenguaje, sino que te hace encontrar el propio”. Además, señala las enseñanzas de otro israelí, Hofesh Shechter, también salido de las entrañas de la Batsheva Dance Company.

Su pieza, de media hora de duración, pone en escena a doce bailarines que se alternarán en dos repartos. “Es una obra muy bailada, que no se ajusta a una narración, pero tiene un guion que trabajamos juntos con el músico de la obra, Claudio Martini, para tener un anclaje. Hay un personaje central al que le ocurren ciertas transformaciones y, de manera cíclica, logra trascender las cosas que le pasan. El grupo que se mueve alrededor de él provoca o representa las emociones en sí mismas”, anticipa. Juan Camargo y Boris Pereyra se alternan en ese rol principal, mientras que en el cuerpo de baile aparecerán otras singularidades, como la que encarna Manuela Suárez Poch: “Ella está todo el tiempo presionando, hostigando, generando límites”.

El eco de las manos no es solo un título bonito y metafórico que Berrueta encontró para referirse a “esos toques que hemos recibido a lo largo de la vida y que generan un cambio en la forma en la que vamos caminando”. Además, en la coreografía, “tocar, acariciar y sentirse abrazados tanto como reaccionar cuando las cosas se nos vienen encima” le dan a las manos un rol fundamental. “La imagen de las manos tiene vital importancia, es el motor de mi lenguaje, incluso para moldear el aire”. Otra posible asociación se establece entre el trabajo artesanal con los cuerpos que hace Berrueta y su otra faceta, la de masajista. “Me siento más como un artesano, con esa dedicación que tienen los maestros japoneses. ¿Viste cuando de pronto sacan esas teteras que son una belleza: ahí podés ver y sentir toda su dedicación”.

Para agendar

Duggan + Berrueta. Programa compartido con dos nuevas obras para el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín: Los gestos de la sal, de Teresa Duggan, y El eco de las manos, de Nicolás Berrueta. Desde el 11 de abril, a las 20, en el Teatro Regio, Av. Córdoba 6056. Funciones de jueves a domingos, a las 20, hasta fin de mes. Entradas desde $ 3400.

 

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