Es una noche templada de fines de los 80. No hace ni demasiado frío ni calor. Alcanza con llevar una campera liviana sobre la remera o la camisa, y salir. O entrar: a un rincón de esa época, donde muchos van a buscar algo en particular. El lugar queda sobre la avenida Corrientes. Nomás cruzar la puerta y entrar a un pasillo largo y húmedo con paredes descascaradas y, al final, un escenario. Está por empezar un concierto. Algunos jóvenes caminan por ahí. Se los ve en remera y campera de jean; a otros con camisa abotonada hasta el cuello, cortes de pelo y looks a lo New Romantic. Toda una postal de época, la mixtura de las ondas y las tribus desplegadas en un espacio icónico: Medio Mundo Varieté. En esta noche de 1989, toca Don Cornelio y la Zona.

Con esta escena de uno de sus recitales abre Cenizas y diamantes, el documental de Ricky Piterbarg sobre la banda que se exhibe en el Bafici (el jueves y sábado próximos en el Centro Cultural San Martín, a las 21.15 y 18.50 respectivamente). El cineasta es también actor y músico. Sus películas anteriores, Venimos de muy lejos e Ikigai. Es el coordinador del ciclo El cine argentino va a la escuela, de la DAC (Directores Argentinos Asociados). La decisión de empezar la película desde ese concierto, puntualmente lo de Medio Mundo Varieté, resuena con el espíritu de esa época: la matriz es el under. Teatros y conciertos en sótanos. Galpones. Sobre esto, el director resalta: “Don Cornelio fue dos años. No atravesó épocas diferentes: ni los primeros 80, con la salida de la democracia, ni los 90. Un tiempo de mucho lugar para los jóvenes, para que con libertad nos pudiéramos expresar. El Parakultural fue nuestra escuela. La cultura la construíamos en esos espacios, a los gritos. Poniendo mucho el cuerpo. Jugándosela por algo. Estábamos a pleno con el disfrute de nuestras libertades, del destape, de conocer”.

Los documentales sobre las bandas nacionales siempre se celebran. Y Don Cornelio era rock (el de horas y horas de juntarse a ensayar), poesía, mirada sobre el mundo. Generaron dos discos. Don Cornelio y la Zona, de 1987, que contiene los súper conocidos “Ella vendrá” y “Taza de té chino”. Un año después, Patria o muerte, que no recibió en su momento, quizá, la mejor comprensión musical y hoy se lo considera un discazo. Con Palo Pandolfo al frente en voz y guitarra, eran seis.

De juntarse nuevamente, siquiera para un recital o para un momento de Cenizas y diamantes, como de hecho sucedió, la muerte de Palo Pandolfo en 2021, resignifica los planos donde aparece. Desde los días en que sí estaban los seis, en la banda eran: el también guitarrista Alejandro Varela, Federico Ghazarossian (bajo), que luego de que se disolviera Don Cornelio, formaría Los Visitantes con Palo. A cargo de los vientos, dos: el saxofonista Fernando Colombo y la trompeta de Sergio Iskowitz. Los teclados, de Daniel Gorostegui Delhom. Era Claudio Fernández el de cada golpe a la batería, el mismo que se autoproclama fan de Don Cornelio (“De no haber estado arriba del escenario, hubiera estado abajo”) y quien guardó y clasificó todo el archivo que constituye el eje de este documental.

Sobre la riqueza de este material, Fernández dice: “Teníamos la posibilidad de ensayar en una casa. Teníamos espacio para una convivencia. Era en sí un hecho artístico. Hacíamos ensayos donde preparábamos la cena o merendábamos. Se hablaba. Se pintaba. Mucho incentivo de Palo, que traía pinturas, crayones. Era un vernisagge de gente con cierto arte”. Para esa segunda mitad de los 80, tener una cámara para grabar era un plus. Sobre cómo la usaban, Fernández da más pistas: “Contábamos con una cámara de VHS durante bastante tiempo, que usábamos mucho. Grabábamos en los ensayos. Era increíble filmar. Parábamos a tomar un café y filmábamos. Todo se resume a un hecho artístico visto en el tiempo. En ese momento, no estábamos conscientes de eso”.

Mirándolo desde el hoy, cada ensayo era una exploración artística. Sobre esa extensión de los límites del arte, la pintora Alejandra Fenochio, que si bien conoció a Palo Pandolfo ya en la etapa de Los Visitantes, dice sobre el sentido de experimentación de aquellos años: “Eran épocas de mucho Parakultural, donde la experimentación era llevada al palo (ríe). Se borraban los límites entre arte, vida. Escenario, vestuario y platea eran lo mismo”.

Otra banda de amigos

Hay algo en la raíz de Cenizas y diamantes que también habla de amistad y arte. El director es Ricky Piterbarg, pero el proyecto era de su amigo y colega Roly Rauwolf, que empezó con la idea del documental hace más de 10 años, cuando tomaba registro de los Cornelio y tenía mucho material. Rauwolf falleció en 2020. Entonces, el grupo de amigos de editores y directores decidió hacer nacer este proyecto. “La idea es de Roly –afirma Piterbarg–, un amigo mío muy entrañable, el montajista de mis dos largometrajes previos. En su momento, me sumé cuando él me dijo que quería insistir con este proyecto, que había arrancado con una productora que lo dejó de lado y él quería retomarlo”.

Los dos amigos armaron todo. Presentaron la carpeta en 2018, pero apenas dos años después, “Roly murió”. Como parte del equipo de amigos que trabajan juntos, Norberto Ludin, también director de cine, montajista de este film, dice: “En los últimos años de Roly compartimos muchos trabajos. Él fue editor de varios de mis trabajos, sobre todo los últimos años, y yo fui parte del equipo en los suyos. El doc de Don Cornelio formaba parte de esa dinámica. Para Roly, como para muchos de nosotros, la amistad y el trabajo estaban –y están– muy ligados: nos gusta trabajar con amigos”.

Nada en Cenizas y diamantes apunta a ser lineal. No hay voz en off ni subtítulos. La narración se teje sobre el material de archivo. A través de los fragmentos de los recitales o los ensayos, se vuelve a ese presente que parece tan vívido en las canciones, las ropas, la química de la banda. Una manera de espiar cómo fue esa intimidad creativa. Qué hacían. Cómo. Desde el presente, se filtra la valía de esa distancia. Por caso, en un momento de la película, la banda viaja en auto por la ciudad, y eso hace que la ciudad sea otra, como son otros los autos, el cielo más abierto. Hay huellas de época. Sobre esto, Piterbarg destaca: “Yo quise que la película transpirara esa época. Descarté entrevistas y cosas que llevaran a otro color u otra manera de hablar que no sea la del archivo. Y eso era sudando los sótanos de los 80. Y por eso todo está enmarcado en esa textura. Autos, ropa, la ciudad”.

Esa apuesta no termina ahí: lejos de reunir a los Cornelio en una mesa de bar, se estableció una especie de continuidad con aquellos sótanos, lugares del under. Se los convocó en un galpón y se los filmó. “Ese encuentro intentó ser lo más ochentoso posible –destaca el director–. Nos juntamos todos tipos de esa época. No por una cuestión romántica de los 80, sino porque lo que sucedía en esos años y todos los que nos juntábamos en estas reuniones seguimos con las mismas ganas que entonces: diciendo poesía, comiendo en la calle porque tenemos ganas de juntarnos. Eso fue en aquellos tiempos y hoy con los mismos personajes de 60, 79 años, el espíritu sigue siendo el mismo”.

Una manera de contar

Dar con la forma. Encontrarla. El director de la película dice que no sabían cómo iba a empezar con el montaje. “Lo empezamos una vez grabado todo. Es un ejercicio, ¿no? Lo de montar un documental. En ese sentido, vuelvo al teatro, en el ejercicio del sentido de la búsqueda: poner materiales sobre la mesa a ver qué sale”. Reconoce, en cambio, haber tenido la idea del comienzo. “Esas caminatas por el pasillo de Medio Mundo Varieté. A partir de esa semilla, empezó a fluir el montaje”.

Para Norberto Ludin, a partir del material de VHS de la banda surgió la idea de un collage que pudiera “reflejar el espíritu de ese grupo de amigos”. Sobre el tratamiento de la forma y el sentido, dice: “Intentamos reflejar en el montaje el sentimiento que tuvimos cuando vimos esas imágenes que, además de contar ensayos y shows, trasmiten la alegría, el sentimiento de amistad, el trabajo creativo y, por supuesto, la producción de música”. Algo así como evitar “caer en la tentación” de contar la historia de la banda. Y agrega: “El material nos llevaba a otro lado, la poesía y la historia de la banda, también”.

En ese ver el pasado y convocar el presente de esos músicos, su director se detiene en algo bien puntual. “La película tiene un momento –destaca Piterbarg–, pasando un poco la mitad, que pareciera que empieza otra. Cuando aparece Omar Viola con una caja. Uno entra en otro mundo. Pero después, es el mismo mundo. Llega un momento de la película que viste todo, cómo viene siendo: los ves de jóvenes, tocando. Y se produce un quiebre, aparece algo más disruptivo que lleva a un momento más poético. Todos esos cambios anímicos que propone la película son en los que confiamos”.

BAFICI:

Viernes 19 19:15 Cinópolis Houssay 1

Jueves 25 21:15 CC San Martín 2

Sábado 27 18:50 CC San Martín 2

 

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