Lo dijo el gran astrofísico Neil deGrasse Tyson: si tenemos la tecnología y los recursos para convertir Marte, que es un desierto helado casi sin atmósfera, en algo semejante a la Tierra, ¿no sería más sensato utilizar esos medios para preservar primero los ecosistemas terrestres?

Los viajes al espacio son vistosos, y como pertenezco a la generación que vio a dos hombres llegar a la Luna en vivo y en directo, esas aventuras son mi debilidad. Pero pasan otras cosas. A principio de mes, el tokamak de Corea del Sur consiguió mantener una reacción de fusión nuclear a 100 millones de grados centígrados durante extraordinarios 48 segundos. Esto, que es un avance inmenso para la humanidad y podría en las próximas décadas proporcionarnos energía inagotable y limpia, pasó mayormente inadvertido.

Un tokamak es una cámara de forma toroidal (de allí su nombre, que viene del ruso y fue acuñado por Igor Golovin) que usa poderosos campos magnéticos para confinar el plasma de la reacción de fusión. Para darse una idea de la enormidad del desafío de la fusión (solo opacado por la antimateria), el Sol es un reactor de fusión nuclear. Así que, técnicamente, el tokamak coreano mantuvo funcionando una estrella durante 48 segundos. Aquí, en la Tierra.

 

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