“Las Malvinas son Argentinas”: así está estipulado en nuestra Constitución Nacional y en el corazón de todos los argentinos. Alcanza con mirar un mapa y ver la ubicación de las islas, en el medio del Mar Argentino, a 12.686 kms de Londres para entender el porqué. El 10 de junio de 1829 el entonces Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata (en plena Guerra Civil para constituir lo que sería la Republica Argentina) designó un gobernador, Luis Vernet, que fue desterrado violentamente por el ocupante colonial (hecho “normal” en ese entonces; recordemos que los ingleses habían intentado invadir la mismísima Buenos Aires en 1806 y 1807). Esta es la primera verdad que los argentinos reverenciamos sin lugar a dudas y que la mayoría del mundo reconoce.

El dato más significativo en los dos últimos siglos fue la resolución 2065 de la ONU, de 1965, que indica que “en las negociaciones para encontrar una solución a la disputa, deben ser tenidos en cuenta los intereses de los habitantes de las islas, y no sus deseos, excluyendo la aplicación de la libre determinación para este caso en particular…” y que “invita a las partes a resolver sin demora la disputa de soberanía”.

Gran Bretaña lleva 190 años de ocupación; no es un hecho irrelevante

Luego hubo negociaciones que habilitaron una aproximación de posiciones entre la Argentina y Gran Bretaña, y más tarde la desastrosa guerra que terminó con el saldo de 905 soldados muertos entre argentinos e ingleses (y mas de 500 suicidios posteriores).

En 1990, restablecimos relaciones diplomáticas con Inglaterra y pudimos avanzar en cooperación, bajo una “cláusula Paraguas” que nos permitía ser pacíficamente y unilateralmente creativos, sin afectar el fondo del conflicto.

Se sucedieron avances y retrocesos, provocaciones y gestos amistosos, todos en el marco de nuestra reiteradas crisis internas que no nos han permitido consolidar un esquema de unidad nacional e integración regional creíble y sostenible.

Por el otro lado, Gran Bretaña lleva 190 años de ocupación de nuestra islas, y este no es un hecho irrelevante. Alemania e Italia tienen poco más de 150 años como naciones unificadas; Israel, 76 y la República Popular China, 75.

Esta es otra verdad que no podemos ignorar. Nos hemos juramentado a no recurrir, nunca más, a otra vía que no sea la diplomática para alcanzar los justos objetivos que nos proponemos.

La soberanía es hoy más un patrimonio compartido que un hecho aislado y particular

Hablar de negociación es reconocer que hay que poder construir una tercera verdad que será el resultado de los acuerdos que alcancemos ambas partes (en cumplimiento de la Resolución 2065).

La Argentina es un actor central en el Atlántico Sur y en la Región Antártica. Somos la Secretaría Permanente del Tratado Antártico, responsable de la preservación bioambiental del Polo Sur (regulador fundamental del equilibrio medioambiental global). Gran Bretaña es también parte del mismo tratado.

La soberanía, hoy, es más un patrimonio compartido que un hecho aislado y particular.

Lo saben bien los ingleses, que se apartaron de la Unión Europea (UE) por un ajustado referéndum que, de repetirse ahora, seguramente daría un resultado distinto. Como testimonio, ahí están Irlanda del Norte y Escocia, con voluntad expresa de reintegrarse a la UE, y las encuestas en Inglaterra y Gales, que muestran un giro muy importante de la opinión pública.

Las Integraciones Regionales y la búsqueda de una mejor articulación global –el G20– así como los graves conflictos existentes (Ucrania y Medio Oriente, entre otros) nos muestran la necesidad de superar el pasado y encontrar fórmulas que nos permitan dejar de lado las guerras y satisfacer la voluntad pacífica de nuestros pueblos.

Una Argentina que quiere ponerse de pie debe dar muestras, a propios y ajenos, de poder desplegar una capacidad de vinculación internacional al servicio del bienestar y del progreso de nuestra propia gente, algo que solo podrá concretarse, incrementado el vínculo fecundo con nuestras socios cercanos y lejanos.

Ese “mundo ancho y ajeno” del que hablaba el gran escritor peruano Ciro Alegría, puede ser “cercano y propio” si empezamos a construirlo.

Ex embajador argentino en Estados Unidos, la UE, Brasil y China

 

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