ROMA.- Después de haber faltado ayer, por segundo año consecutivo, al tradicional vía crucis en el Coliseo romano para cuidar su salud, el papa Francisco reapareció este sábado por la noche en público para presidir la vigilia pascual, la liturgia más importante del año para los católicos, en la que ostentó un relativo buen estado y envió un mensaje de esperanza.

Francisco, de 87 años y que en las últimas semanas tuvo resfríos y bronquitis que le impidieron en algunas ocasiones leer sus discursos, decidió ayer a último momento no ir al vía vrucis para, como explicó el Vaticano, “conservar la salud” en vista de las ceremonias finales de la Semana Santa: la vigilia pascual y la misa de resurrección de mañana.

Ya el año pasado el Papa se había ausentado del vía crucis porque justo unos días antes había sido dado de alta del hospital Gemelli, donde había sido internado por una pulmonía y no podía permitirse estar a la intemperie en la húmeda y fría noche romana.

Con buena voz, @Pontifex_es leyó toda su homilía de la #VigiliaPascual en la que envió un mensaje de esperanza: “si nos dejamos llevar de la mano por Jesús, ninguna experiencia de fracaso o de dolor, por más que nos hiera, puede tener la última palabra” pic.twitter.com/uGzNeBpUe8

— Elisabetta Piqué (@bettapique) March 30, 2024

Esta vez la decisión de no ir al rito que recuerda la pasión de Cristo fue a último momento y tuvo que ver con el cansancio acumulado después de haber presidido una larga liturgia de la Pasión del Señor en la Basílica de San Pedro, según pudo saber LA NACION de fuentes de su entorno, que aseguraron que no había preocupación por su estado de salud.

Como es tradición, el rito de la vigilia, muy sugestivo, comenzó a las 19.30 (hora local) en el atrio de la Basílica de San Pedro donde el Papa -que llegó en silla de ruedas por su problema en la rodilla derecha- bendijo el fuego y el cirio pascual. Antes, grabó sobre el cirio una cruz, la primera y la última letra del alfabeto griego, Alfa y Omega, y las cifras del año y luego clavó cinco granos de incienso.

El templo se encontraba entonces a oscuras. El cirio prendido, llevado en procesión, con el que se fueron prendiendo las velas de los fieles, simbolizaba el ingreso de la luz, Cristo, del mundo de las tinieblas del pecado, la soledad y la muerte.

En su sermón, que pronunció con voz clara frente a unas 6000 personas que llenaban el templo, Francisco reflexionó sobre el Evangelio del día, que evoca a las mujeres que van tristes al sepulcro de Jesús, bloqueado en teoría por una piedra enorme, pero que, repentinamente, descubren que ya no está y recuperan la esperanza al descubrir que Jesús no ha muerto, sino que ha resuscitado.

El Papa, con buena voz, se centró entonces en dos momentos de este episodio clave: cuando las mujeres, “paralizadas por el dolor, encerradas en la sensación de que se ha terminado todo”, se preguntan angustiadas quién correrá la piedra que había sido colocada frente al sepulcro de Jesús; y cuando se dan cuenta de que esta ya había sido corrida.

La plaza de San Pedro ya decorada con lindísimas flores holandesas para la misa de Pascuas de mañana de @Pontifex_es 🌷🌷🌷🌷🌷 pic.twitter.com/AOdhmPAbUD

— Elisabetta Piqué (@bettapique) March 30, 2024

“Esa piedra representa el final de la historia de Jesús, sepultada en la oscuridad de la muerte. Él, la vida que vino al mundo ha muerto. Él, que manifestó el amor misericordioso del Padre, no recibió misericordia. Él, que alivió a los pecadores del yugo de la condena, fue condenado a la cruz. Aquella roca, obstáculo infranqueable, era el símbolo de lo que las mujeres llevaban en el corazón, el final de su esperanza. Todo se había hecho pedazos contra esta losa, con el misterio oscuro de un trágico dolor que había impedido hacer realidad sus sueños”, explicó. Y comparó esta sensación con lo que pueden sentir los hombres y mujeres de hoy ante un presente arduo y lleno de dramas.

“Hermanos y hermanas, esto nos puede suceder también a nosotros. A veces sentimos que una lápida ha sido colocada pesadamente en la entrada de nuestro corazón, sofocando la vida, apagando la confianza, encerrándonos en el sepulcro de los miedos y de las amarguras, bloqueando el camino hacia la alegría y la esperanza”, comentó. “Son ‘escollos de muerte’ y los encontramos, a lo largo del camino, en todas las experiencias y situaciones que nos roban el entusiasmo y la fuerza para seguir adelante; en los sufrimientos que nos asaltan y en la muerte de nuestros seres queridos, que dejan en nosotros vacíos imposibles de colmar; en los fracasos y en los miedos que nos impiden realizar el bien que deseamos; en todas las cerrazones que frenan nuestros impulsos de generosidad y no nos permiten abrirnos al amor; en los muros del egoísmo y de la indiferencia, que repelen el compromiso por construir ciudades y sociedades más justas y dignas para el hombre; en todos los anhelos de paz quebrantados por la crueldad del odio y la ferocidad de la guerra”, agregó Francisco.

“Cuando experimentamos estas desilusiones, tenemos la sensación de que muchos sueños están destinados a hacerse añicos y también nosotros nos preguntamos angustiados: ¿quién nos correrá la piedra del sepulcro?”, preguntó. “Y, sin embargo, aquellas mismas mujeres que tenían la oscuridad en el corazón nos testifican algo extraordinario: al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande. Es la Pascua de Cristo, la fuerza de Dios, la victoria de la vida sobre la muerte, el triunfo de la luz sobre las tinieblas, el renacimiento de la esperanza entre los escombros del fracaso. Es el Señor, Dios de lo imposible que, para siempre, hizo correr la piedra y comenzó a abrir nuestros sepulcros, para que la esperanza no tenga fin”, subrayó. Y, dejando en claro el significado de la Pascua de Resurrección, advirtió que “si nos dejamos llevar de la mano por Jesús, ninguna experiencia de fracaso o de dolor, por más que nos hiera, puede tener la última palabra sobre el sentido y el destino de nuestra vida”.

“Mirémoslo a Él, acojamos a Jesús, Dios de la vida, en nuestras vidas, renovémosle hoy nuestro sí y ningún escollo podrá sofocar nuestro corazón, ninguna tumba podrá encerrar la alegría de vivir, ningún fracaso podrá llevarnos a la desesperación”, afirmó. “Mirémoslo a Él y pidámosle que la potencia de su resurrección corra las rocas que oprimen nuestra alma. Mirémoslo a Él, el Resucitado, y caminemos con la certeza de que en el trasfondo oscuro de nuestras expectativas y de nuestra muerte está ya presente la vida eterna que Él vino a traer”, agregó. “Hermana, hermano, deja que tu corazón estalle de júbilo en esta noche santa. Cantemos la resurrección de Jesús juntos”, rogó, finalmente.

Las miles de personas presentes en la Basílica -marcada por la ausencia del majestuoso Baldaquino de Bernini, oculto por andamios debido a su restauración- lo escuchaban en silencio, en un clima de gran recogimiento.

Con lecturas en diversos idiomas, cantos y bellísimos coros de la Capilla Sixtina, Francisco concelebró la vigilia junto a 34 cardenales, 25 obispos y 200 sacerdotes.

Como es tradición, en la segunda parte de la liturgia bautizó, confirmó y les dio la primera comunión a ocho adultos de Italia (4), Corea del Sur (2), Albania (1) y Japón (1).

Mañana celebrará la solemne misa de la Pascua de Resurrección a las 10 (hora local, las 5 de la Argentina) y pronunciará a su fin el mensaje pascual y la bendición urbi et orbi –a la ciudad y al mundo- desde el balcón centra de la Basílica de San Pedro.

 

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