“No creo en el método Bukele”, plantea. “Se tienen que juntar las acciones de la justicia, de la policía y las intervenciones sociales”, sostiene. “Tiene que haber simultaneidad y articulación con el gobierno nacional, provincial y gobierno de la ciudad”, subraya. “La fuerza del mundo del narcotráfico no la puede manejar un alcalde en un contexto territorial. Es una criminalidad que desborda”, describe. “Las dimensiones del problema en Rosario son muy distintas, pero hay muchas lecciones de Medellín que se pueden aprender”, dice. “En 1991, Medellín tuvo 375 homicidios por cada 100 mil habitantes. Era la ciudad más violenta del planeta”, recuerda. “Hoy en Colombia, la tasa de homicidios es de 20 cada 100 mil habitantes”, compara y agrega: “Para Colombia, bajar la violencia narco es un gran éxito”. “Mientras menos muertes tengamos, estamos avanzando y es un muy buen indicador, aunque entendemos que el problema tiene otras dimensiones”, aclara. “No tengo duda de que la situación de la Argentina es mucho más favorable respecto del fenómeno del narco y se puede atender”, subraya. “Con el fenómeno del narco, sin dudas hay condiciones sociales de jóvenes que no tienen ninguna perspectiva”, reconoce. “En Rosario, se podría identificar dónde están todos los jóvenes vulnerables para trabajar con ellos”, propone. “Nosotros habíamos sido los más violentos de la tierra pero le estábamos diciendo a la gente que nos íbamos a destacar por ser los más educados”, relata. “Se crea una cultura del narcotráfico que es tremenda y se va extendiendo por muchos lugares”, se preocupa. ”No estamos condenados a decir que con tanto problema que tenemos, no vamos a poder atender el de la violencia”, cree. “En un momento como este es “chau política”: hay que trabajar por la ciudad y se puede hacer”, asegura.

El reconocido político colombiano, Sergio Fajardo, estuvo en La Repregunta. En los 2000, bajo su liderazgo, Medellín y el Estado de Antioquia iniciaron una trayectoria de contención del narco y baja de la tasa de homicidios en esa región que en los ´80 vio crecer a Pablo Escobar y al cartel de Medellín. Fajardo fue alcalde de Medellín, gobernador de Antioquia y dos veces candidato a presidente de Colombia. Es doctor en Matemática por la Universidad de Wisconsin y matemático por la Universidad de los Andes. Hoy es profesor de liderazgo en el Instituto Tecnológico de Monterrey, en México.

Medellín, de la ciudad más violenta de América Latina a modelo de seguridad en la región. ¿Puede Rosario lograr lo mismo? ¿La mano dura a la Bukele es la solución? ¿O hay lecciones del caso Medellín que apuntan en otro sentido? ¿Por qué Colombia bajó la tasa de homicidios pero la producción de cocaína vive récords históricos? ¿Cómo medir el éxito del combate contra el narco? Fajardo hizo su análisis.

Aquí, la entrevista completa.

Rosario vs. la Medellín de Pablo Escobar. Lecciones colombianas para un problema argentino

-Se viene comparando el problema histórico de Rosario y el narco con Medellín y su política pública exitosa, sostenida por casi veinte años, que logró contener el flagelo del narcotráfico, ¿Cuál es el indicador que mejor muestra ese logro? ¿En qué sentido Medellín se convirtió en un caso exitoso?

-En primer lugar, en Colombia, el tema de la lucha contra el narcotráfico fue un tema nacional. No fue solamente la ciudad de Medellín enfrentando al mundo del narcotráfico, lo que es imposible. La fuerza del mundo del narcotráfico no la puede manejar un alcalde en un contexto territorial con los límites geográficos de una ciudad. Es una criminalidad que desborda: no somos capaces de imaginar los tentáculos que tiene. Entonces, el primer punto es: era un tema de Colombia. En Colombia, llevamos ya cerca de cuarenta y cinco años en esta lucha. Hemos avanzado sensiblemente, hemos pasado por diferentes etapas de barbarie. Muchas personas muy importantes de nuestro país murieron en medio de esta confrontación. Las dimensiones del problema en Rosario son muy distintas, pero hay muchas lecciones que se pueden aprender. Y empiezo señalando la primera cuestión: Medellín tuvo una ayuda directa del gobierno nacional a comienzos de los años ‘90s. Voy a dar una cifra escalofriante, que todavía me duele cuando la menciono. En 1991, Medellín tuvo 375 homicidios por cada 100 mil habitantes. Éramos la ciudad más violenta del planeta Tierra. Y eso que Medellín no es una ciudad pobre; tiene una gran cantidad de riquezas y ha tenido riquezas históricas. Pero pasó eso en nuestra ciudad y el gobierno nacional ayudó, por supuesto, con una ayuda directa a la ciudad de Medellín, con la Consejería para Medellín. Se empezaron a tejer muchos procesos. Al mismo tiempo, el Gobierno nacional enfrentaba el narcotráfico, que ya estaba por todo el país porque fue primero Medellín y el cartel de Medellín y después, el cartel de Cali. El narcotráfico ha evolucionado en múltiples formas. Y todavía existe narcotráfico, todavía tenemos una cantidad de problemas, aunque hemos mejorado sensiblemente. Hay muchas lecciones para aprender y no solamente de Medellín y de Colombia. Miren lo que pasa en México, o en Ecuador. Debemos tocar el tema de las cárceles, que es también central en Rosario.

No creo en el método Bukele; se tienen que juntar las acciones de la justicia, de la policía y las intervenciones sociales

-En ese recorrido de la tasa de homicidios, desde más de 370 personas asesinadas por cada 100 mil habitantes en 1991 al día de hoy, hay una evolución positiva, con baja de esa tasa. ¿Cuánto es hoy la tasa de homicidios en Medellín, y en Colombia, como para considerar que Medellín se convierte en un caso ejemplar?

-Hoy Medellín está lejos de ser la ciudad más violenta de la tierra. Todavía hay dificultades, por supuesto, porque este fenómeno del narcotráfico es profundo en muchos sentidos, pero en Colombia hoy la tasa de homicidios es de alrededor de 20 homicidios por cada 100 mil habitantes. Para nosotros, es un gran avance aunque todavía tenemos hechos de violencia, y múltiples violencias. Además, Colombia tuvo guerrillas. Colombia es una historia extraordinaria de resiliencia en muchos sentidos, pero sin duda aprendimos y hay cosas que podemos compartir.

El narco y el caso Colombia. Entre la baja de los homicidios y la suba récord de la producción de cocaína

-Hay una cuestión en torno al narcotráfico que se debate en Colombia y también globalmente: cómo medir el éxito de las políticas públicas para contener el narcotráfico. La tasa de homicidios muestra algo muy positivo: en Colombia, de más de 11 mil homicidios en 1991, en números absolutos, se pasó a unos 370 asesinatos en todo 2022. Ahora bien, la ONG Insight Crime, que tiene base en Colombia y que se ha dedicado durante veinticinco años a investigar el crimen organizado en América Latina, plantea que el caso de Medellín es ejemplar y es exitoso en términos de la reducción de la tasa de homicidios pero señala algo muy contradictorio y muy interesante: en realidad, el negocio de la cocaína ha crecido exponencialmente en los últimos treinta años desde que fue abatido Pablo Escobar Gaviria en diciembre de 1993. En Colombia, las hectáreas cultivadas de coca pasaron de 160 mil en 1999 a 230 mil en 2022 y según la ONU, el potencial de producción de cocaína en Colombia para 2022 era de algo más de 1740 de toneladas al año, un récord histórico. ¿Hay que aceptar que baja la tasa de homicidios pero que crece la producción de cocaína para ver el problema del narco y su solución con otra perspectiva? Es decir, el éxito es bajar la violencia aunque no se pueda controlar la producción y la provisión de droga.

-En primer lugar, para nosotros bajar la violencia es un gran éxito. Cuando una sociedad tiene esa cantidad de muertos como tuvo Medellín y ha tenido Colombia, disminuir las muertes ya es un avance. Esa conclusión es muy diferente para el caso de otros países que han tenido unas tasas de homicidios muy bajas y la pregunta sobre el éxito tiene otro sentido. Pero nosotros nunca minimizamos esa baja: mientras menos muertes tengamos, estamos avanzando y es un muy buen indicador, aunque entendemos que el problema tiene otras dimensiones. Segundo, con respecto a todo esto que está pasando, sin duda Colombia como Estado enfrentó una asalto al Estado colombiano que tiene implicaciones en el mundo de la política, de lo público. La corrupción, un factor que va asociado con la criminalidad del mundo del narcotráfico y las violencias que hay detrás de ese mundo, ha sido un factor. Colombia ha mejorado sensiblemente en muchos de esos indicadores. En 1985, el mundo asociaba al narco sólo con los colombianos en América Latina. Bolivia y Perú tienen los cultivos de coca asociados con las comunidades indígenas ancestrales por parte de sus culturas. En Colombia, no había coca. Colombia trajo la coca para sembrar a una geografía que tiene una zona selvática y unos territorios extensos donde no hay presencia del Estado. La geografía facilitó toda esa producción. Entonces, hay muchas variables que se mezclan en Colombia en el problema del narcotráfico. Al mismo tiempo, hemos avanzado en procesos de paz porque en el mundo, el narcotráfico se convirtió en un factor de financiación de grupos guerrilleros. La mezcla de variables tan diversas no se dan en ninguna parte. Por eso, los parámetros deben ser diferentes. Con respecto a la producción de coca en Colombia, sin duda hay un factor que es cuánta coca se produce en el país y hay un seguimiento con respecto a eso. Está directamente relacionado con la política, con los Estados Unidos y su apoyo a Colombia durante todos estos años para enfrentar el fenómeno de la coca. Los procesos de paz han llevado a que los grupos guerrilleros dejaran los espacios donde se sembraba la coca. Allí tendría que estar el Estado pero no ha llegado con la fuerza suficiente para ocupar espacios de esa naturaleza. Pero eso el caso de Colombia es muy particular y no tiene nada que ver, en principio, con el de la Argentina, por ejemplo. Pasan cosas en relación a Ecuador, que es nuestro vecino: también hay producción de coca en Ecuador, que antes no existía. Hay violencia asociada con los grupos, los cárteles de narcotráfico que se van creando. Se habla mucho de los niveles de producción de coca, pero al mismo tiempo es cierto que se aumenta la interceptación de la coca que sale. Son detalles a considerar. Se habla de la necesidad de discutir la legalización del uso de las drogas en el contexto planetario, aunque todavía no nos va a tocar. Hoy hay una discusión en Colombia: el gobierno actual está buscando avanzar hacia una paz total con grupos guerrilleros y grupos criminales a ver si disminuye la coca. El de Colombia es un caso muy particular que no es muy comparable con otros países todavía.

-En función de este señalamiento, dado que Rosario tiene una tasa de homicidio de cerca de 20 cada 100 mil habitantes, alta comparado con el promedio de la Argentina que es de 4,62 cada 100 mil habitantes pero muy abajo de la de Medellín, y dado que no tiene el problema de crecimiento de la producción de droga, ¿se podría plantear que tiene una oportunidad mayor de salida de esa crisis del narco que la que tuvo Medellín, que está inserta en esas particularidades de súper producción de coca en Colombia? ¿Cómo ve ese punto?

-No tengo la menor duda. Hay que actuar. Porque, además, todo este mundo del narcotráfico va evolucionando en una criminalidad que toma otras formas: ya no es solamente la droga, también es la extorsión, los secuestros, grupos que se van convirtiendo en mafias que se están estableciendo en los territorios. Se están formando personas en este mundo de la criminalidad, y entonces el problema se va multiplicando. Pero la situación de la Argentina, por fortuna, es mucho más favorable con respecto a este fenómeno. Se puede trabajar. Espero que se pueda atender el sufrimiento que tiene la gente en Rosario pero hay que ponerle mucha atención. Miren lo que ha pasado en México: hay una escalada en la forma en cómo ha crecido el narcotráfico. En México, el tráfico está muy vinculado con la ubicación geográfica, que tiene una connotación especial y eso es parte de los temas en este mundo del narcotráfico: dónde están ubicados los territorios que tienen esa criminalidad es un tema importante. En México, se han multiplicado los cárteles. Antes se decía que México se estaba colombianizando y hoy, a veces, en Colombia decimos que Colombia se está mexicanizando por esos cárteles, por la aparición del fentanilo. Esa criminalidad se va multiplicando. Por fortuna, la Argentina tiene una situación mucho menos compleja, aunque difícil, y se puede enfrentar.

Nosotros habíamos sido los más violentos de la tierra pero le estábamos diciendo a la gente que nos íbamos a destacar por ser los más educados

Mano dura a lo Bukele. ¿La mejor estrategia para combatir al narco… o no tanto?

-Por un lado, en un momento de la historia de la lucha contra el narcotráfico, México resultó un caso claro de guerra contra el narcotráfico implementada desde el Estado y con las Fuerzas Armadas y las fuerzas de seguridad detrás del objetivo de combatir al narcotráfico como si fuera una guerra. Sin embargo, se llega a esa escalada del narco que usted señala. ¿Cómo ve usted la hipótesis de la mano dura a la Bukele como estrategia central del gobierno nacional en la Argentina para intentar revertir lo que está sucediendo en Rosario?

-No creo en el método Bukele. Hay que buscar una combinación: por supuesto que necesitamos la acción de la policía, también la acción de la justicia. Como vimos en el espíritu de Medellín, se pueden crear grupos de élite, con personas escogidas entre lo mejor que tenían nuestro país en inteligencia y en jueces. Se pueden hacer intervenciones sociales de emergencia. Se tienen que juntar las acciones de la justicia, de la policía, también del Ejército, lo que se está discutiendo en la Argentina, y las intervenciones sociales. Tiene que haber simultaneidad y articulación con el gobierno nacional, gobierno de la provincia y gobierno de la ciudad. Se tiene que diseñar como emergencia. El problema no se resuelve con el espíritu de Bukele. Si se pone en prisión el 1 por ciento del pueblo argentino… Si fuera el 1 por ciento del pueblo colombiano, sería tener una cárcel para 500 mil personas. Y en esas cárceles están poniendo una cantidad de personas que no han cometido ningún delito. ¿Qué dirías si a tu hijo, por ser un joven que camina por un lugar o porque tiene un tatuaje, lo ponen en la cárcel? Entiendo el sufrimiento de las personas, sobre todo las más humildes porque en esos espacios más humildes es donde se tienen los sufrimientos mientras que las personas con más recursos, tiene su protección particular; entiendo el sufrimiento de esas comunidades que son azotados por esa criminalidad, pero no podemos aceptar que la solución sea recoger a todos los jóvenes, meterlos a una cárcel y que así se resuelve el problema: así no se resuelve el problema de verdad. Tiene que haber una intervención de orden social para trabajar con jóvenes vulnerables. Nosotros hicimos mucha prevención con jóvenes vulnerables que están a punto de entrar a ese mundo de la criminalidad. Se pueden identificar, se pueden hacer programas con ellos. La justicia tiene que ser capaz de investigar, de decir quiénes son criminales o no; no es simplemente meter a todos a una cárcel y que queden ahí y listo, ya se resolvió el problema porque ya no hay nadie para que pueda ingresar a la criminalidad. No creo en eso.

-Además, en relación a las cárceles, el Comando Vermelho de Brasil o el Primer Comando Capital nacieron en las cárceles de Brasil: no es tan mecánica la solución. Ahora, está claro que el rol del Estado es clave: esto es una guerra entre dos poderes institucionalizados a su manera, los Estados nacionales y el poder del narcotráfico, que tiene sus cadenas de valor y sus instituciones ilegales. En ese punto, América Latina tiene grandes problemas en relación a la eficiencia del Estado y a los recursos necesarios para que el Estado cumpla con sus funciones básicas. ¿Eso es un dilema o un obstáculo para plantear la posibilidad de una contención del narcotráfico eficiente y sostenible?

-Quiero añadir una palabra que mencioné muy rápido, que es “corrupción”. Hay una corrupción muy grande. Lo que pasa en las cárceles en la Argentina, en Brasil, en México, en Ecuador, en Colombia, está asociado con la corrupción. Es de las cosas más paradójicas: los narcos están en una cárcel y, para muchos, estar en la cárcel es mejor que estar afuera. Desde la cárcel, coordinan toda la actividad criminal. Pero eso sucede porque hay una corrupción que lo permite. Allí está el tema y parece insoluble. Me cuesta trabajo entenderlo, pero hay que señalarlo y hay que luchar contra la corrupción de los políticos, del mundo de la policía, de la Justicia…

-La corrupción de distintos estamentos del Estado.

-Del Estado en general. El tema se puede atender, pero requiere reconocer el problema y entender las raíces. No es un tema superficial, no es simplemente recoger un montón de gente y sacarla de la calle y ya está resuelto. Eso puede traer un alivio momentáneo pero, en realidad, en esas cárceles se encuentran y se convierten. Quiero mucho la palabra “universidad”, pero digamos que la cárcel es una universidad, una escuela del crimen. No me gusta usar las palabras “escuela” o “universidad” asociadas con la criminalidad, pero se convierten en eso.

El narco y las raíces del problema. ¿Demanda global o pobreza y desigualdad?

-Usted habló de “las raíces del problema”. ¿Cuáles son las raíces? ¿Es una demanda global, creciente y sostenida de drogas o es el hecho de que, en el caso de Colombia, hay una pobreza endémica, acentuada además por los niveles de informalidad, todo aprovechado por la cultura del narco, de la plata fácil o de ponerle precio a la vida de otros para ganarse unos pesos? ¿Cuál es la raíz del problema?

-Una parte del problema es que hay una demanda global que se va a satisfacer dentro de este mundo de mercados ilegales. Ese camino lleva a plantear la legalización como una forma de quitarle la riqueza de ganancias ilícitas en esa demanda globalizada. Pero aparte de la demanda globalizada, sin duda hay unas condiciones sociales asociadas con jóvenes que no tienen ningún tipo de perspectiva. También hay unas personas que entienden y que crecen en el mundo de la criminalidad y, entre comillas, ven una oportunidad de negocio y la saben explotar, por desgracia para nosotros: son “emprendedores” que vieron ese mercado y esas posibilidades. En Colombia, en mi ciudad, en Medellín, encontraron un montón de jóvenes que se quedaron sin oportunidades, que no tenían un proyecto de vida, que les daba lo mismo una cosa o la otra y a los que la sociedad no les había dado respuestas. Eso hace parte de las condiciones sociales. Hemos mejorado y somos capaces de prevenir y entender qué es lo que está ocurriendo. Pero eso requiere una acción deliberada del Estado. Por ejemplo, en el caso de Rosario… ¿Cuántos habitantes tiene Rosario?

-Hay más de 2 millones de habitantes.

-En Rosario, se podría identificar dónde están todos los jóvenes hombres que entran en este mundo de la criminalidad. Se pueden identificar dónde están todos esos jóvenes vulnerables, que están en la esquina del barrio, que no van a la escuela, que crecen en un contexto donde hay violencia. Muchos tienen problemas de origen familiar: se puede identificar en qué contexto de violencia crecieron, en qué condiciones familiares, qué les pasa en la escuela. Se pueden diseñar programas para atenderlos rápido. Estamos hablando de una ciudad que tiene 2 millones de habitantes, no es una miniatura pero presenta un problema que se puede atender: identificar esos jóvenes, trabajar con ellos como individuos. ¿Por qué está ahí? ¿Por qué no está estudiando? ¿Qué pasa en la escuela? Se puede trabajar con su familia, con el entorno de la escuela y las comunidades y se pueden hacer trabajos bien hechos, pero requiere equipos y decisión. Estoy seguro de que esa estrategia funciona. Al mismo tiempo, se necesita la acción de la policía, la fiscalía, la justicia. Hay que seguir los dineros e integrar todo eso. El alcalde de Rosario no va a poder resolver ese problema.

Mientras menos muertes tengamos, estamos avanzando y es un muy buen indicador, aunque entendemos que el problema tiene otras dimensiones

Estado ausente. ¿Cómo un Estado quebrado puede combatir al narco?

-En la Argentina, hay un consenso de que el Estado nacional, el Estado provincial y la ciudad tienen que articular sus esfuerzos. Sobre eso no hay discusión actualmente. Después está la cuestión de si, efectivamente, esa postal de colaboración mutua se concreta en la realidad o es simplemente una postal para el marketing político. En tal caso, ése es el debate. Ahora, la gran pregunta aquí es si dado que el Estado es tan central para el control del narco, ¿un país que tiene 45 por ciento de pobreza, 60 por ciento de pobreza infantil y adolescente, déficit fiscal y una inflación de 211 por ciento anual puede encarar esa solución que, según usted sostiene, está al alcance de la mano? ¿Cuál es el poder de ese Estado? ¿Cómo se supera ese dilema en países como la Argentina y otros países de América Latina que tienen tal nivel de problemas estructurales?

-Aquí hay una discusión del orden político. ¿Cuál es nuestra América Latina? Es la región más desigual de la tierra. Tenemos niveles de pobreza. La Argentina era un país que tenía una pobreza muy pequeña comparada con otros países como Colombia.

-A principios de la década del ´70, la pobreza en la Argentina apenas llegaba al 5 por ciento.

-Y ahora tienen el 40 por ciento. Lo mismo que está ocurriendo con los asesinatos en este momento. Pero todos esos temas son solucionables en el contexto político. Se tiene que luchar contra las desigualdades y contra la pobreza. Se tiene que avanzar en el desarrollo productivo para enfrentar la informalidad. Hay que entender esos niveles y eso requiere una intervención muy grande del Estado. Nosotros como países latinoamericanos tenemos la capacidad de generar esa riqueza. No estamos condenados a decir que con tanto problema que tenemos, no vamos a poder atender el problema de la violencia. El gobierno nacional puede atender a Rosario, puede diseñar políticas acompañado de instituciones de otros países para concentrarse en Rosario como primera medida. Entiendan y enfrenten rápido el problema más grande. No pretendan resolverlo todo simultáneamente. Pero Rosario merece atención. Se puede convocar a la CAF (NdelE: Banco de Desarrollo de América Latina), al BID (NdelE: Banco Interamericano de Desarrollo), a diferentes instituciones y países y hacer esos programas. Y se lo puede hacer rápido, pero eso requiere una decisión política. No sé cómo será la confrontación política entre presidente, gobernador del Estado y alcalde, pero en un momento como éste es “chau política”: hay que trabajar por esa ciudad y se puede hacer. Y lo que yo le estoy diciendo es una forma de hacerlo.

El caso Medellín. ¿Por qué la educación y la cultura se volvieron un arma clave contra el narco?

-Medellín y luego el Estado de Antioquia, bajo su liderazgo, se convirtieron en en ciudad o en un Estado emblema de una visión educativa. La educación como un objetivo absolutamente central y crítico de cualquier transformación. ¿Qué rol tuvo el proyecto educativo de Medellín en esos años de su alcaldía y en las alcaldías subsiguientes para contener al narco?

-La educación tuvo un rol de diferentes formas. Mi gobierno y los que me sucedieron construimos un movimiento cívico independiente alternativo que se llamaba “Compromisos Ciudadano”. Fuimos el primer movimiento cívico que llegó al poder allá en la ciudad de Medellín. Nuestro programa se llamaba “Medellín, la más educada”, “Antioquia, la más educada”. ¿Cuál era el mensaje? Habíamos sido los más violentos de la tierra y le estábamos diciendo a la gente y a nuestra gente: nos vamos a destacar por ser los más educados. Una propuesta como esa te lleva a pensar en otros términos, a ir cambiando la cultura. Porque el problema es que se crea una cultura del narcotráfico, que es tremenda y se va extendiendo por muchos lugares. Todavía hay vestigios, por supuesto, de eso. Empezamos a hablarle a la gente de la capacidad, de la riqueza que podemos tener, de que podemos llegar a sus comunidades más pobres y efectivamente llegamos a las comunidades más pobres con lo más bello para los más humildes, unas obras físicas que eran el símbolo de poder encontrarnos de nuevo, porque el miedo va aislando y destruyendo el tejido social. Las personas se van encerrando. Sabíamos que nos teníamos que encontrar. Por eso teníamos los parques biblioteca, el parque de la ciencia, las escuelas de teatro, la cultura. Le estábamos dando a ese mundo una cantidad de herramientas para poder volver a creer, y eso afecta la cultura. Eso no es tan tangible pero nosotros construimos una nueva mirada. Volvimos a respetarnos, a admirarnos, a tener sentido de pertenencia. Ha tenido un impacto muy grande porque empezamos a decir: mire que nosotros podemos transformarnos. Medellín era conocida por todo el planeta por Pablo Escobar, pero empezamos a mostrar que se podían hacer otras cosas. Hoy mucha gente va a Medellín a ver otras cosas. Falta camino por recorrer, pero cambiamos, le cambiamos el rumbo a la historia de la ciudad y por eso es que estamos hablando tú y yo.

-Esa transformación sucedió en los primeros años 2000, cuando usted llega a la alcaldía de Medellín. El mundo ha cambiado mucho. Las redes sociales han producido gran fragmentación social y un diálogo entre distintos niveles de la sociedad que antes era bastante difícil que se lograran. ¿Sigue teniendo tanta fe en el poder del Estado para transformar aún hoy, cuando los jóvenes y los adolescentes se comunican por vías muy alternativas, alejadas de la influencia política?

-Ése es el reto. ¿Cómo entender el mundo digital? Yo estoy aprendiendo. Ahora estoy haciendo incursiones en TikTok. Me había resistido porque no era mi mundo original. Pero hay que entenderlo. No tiene sentido quejarse sino entender. Tiene unos aspectos negativos como la polarización, el insulto, la agresión. Pero al mismo tiempo, nuestro reto es encontrar el camino para utilizarlo. Creo que se puede hacer. Por ejemplo, el reggaetón es música de Medellín y el mundo de los jóvenes. Hoy Karol G tiene 33 años: hace 20, tenía trece. Creció en esa ciudad con un montón de personas. Creamos *Altavoz” y aparecían los jóvenes y cantaban. Un montón de gente tenía una energía reprimida y fue saliendo. Y la cultura ha sido importante. También la educación en términos de la escuela, la educación superior, la ciencia, la innovación: todo eso es fuerte, es potente. Yo creo en eso. Ahora, la batalla política en estos tiempos es muy brava. He sido dos veces candidato a la presidencia. Es muy difícil, pero la vida continúa y todavía tenemos energía y convicción. Yo soy optimista y esto se puede cambiar, aunque está duro.

 

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