La tormenta llegó una y otra vez. Eran poco más de las 15 del martes cuando se intensificó y, en poco más de 10 minutos, la calle Ombú al 3500, en San Justo, La Matanza, se inundó. Tres chicos y un hombre hacían una cadena humana y sacaban baldes de agua de su patio. José usaba la manguera del barrefondo para intentar generar un desagüe. El mueble del comedor que se veía detrás de la puerta abierta ya estaba hinchado. Otro de los vecinos salió con una cinta de precaución y cortó la calle.

“Yo siempre me quise ir, pero querés vender y tampoco podés”, nos dijo Graciela, que hace 40 años que vive en ese barrio. “Pasa siempre lo mismo”, agregó. Habían sacado todas las puertas de madera de la casa, las apoyaron sobre la escalera para no perderlas. Las sacan cada vez que llueve. Suben todos los muebles sobre bases de hierro. Todos tienen sus protocolos.

Graciela le recomendó a Leandro, su vecino, que tapara la rejilla para que no siga entrando el agua. Ya era tarde. Había zapatillas, bolsas y papeles flotando. Una mesa ratona completamente arruinada. “Ya está saliendo por el baño, sale por el piso de la cocina también, por todos lados. Cuando llegué del trabajo estábamos sin luz y estaba todo flotando”, nos dijo él.

Los vecinos reclaman la construcción de un túnel en la calle Zapiola. “Todos firmamos para que se haga esa obra. Y está sin terminar y no sirve para nada, porque nosotros siempre estamos así”, aportó Gladys Robito, que salió a la calle en medio de la tormenta y se acercó para contar su caso.

En el barrio Santa Lucía, en Quilmes, reclaman por el entubado de los dos arroyos San Francisco y Las Piedras, que desbordan cada vez que llueve. “Lo poco que tengo se va perdiendo”, nos dijo Estela Basualdo cuando llegamos.

Pero el abandono y la falta de inversión no son deficiencias exclusivas del conurbano. El récord de lluvias también afectó a la ciudad de Buenos Aires: la basura de las calles o los pétalos caídos de la Floralis Genérica son solo una muestra.

Camino a Quilmes con el fotógrafo nos agarró un corte. Veíamos apenas una cinta de precaución cruzando el acceso Sudeste, a la altura del Triángulo de Bernal. A unos pocos kilómetros, la zona en donde efectivamente había gente protestando por la falta de luz en la villa Itatí y la Azul era peligrosa para frenar. Al rato volvió la policía, no pudieron decir mucho. “Por ahí sí pueden bajar, pero más adelante les diría que no avancen”, repitieron. Y se fueron.

Llegamos a Quilmes. Las calles de barro del barrio Santa Lucía estaban inundadas. Dejamos el auto en una avenida y entramos caminando. Nos esperaba un grupo de vecinas para guiarnos.

“Avisale al fotógrafo que por las dudas por esa calle no haga fotos porque en esa esquina entró la droga”, me dijo Analía Corzo en la primera cuadra. Ayer le habían querido robar. “Me saqué las sandalias y corrí. Justo no estaban los dos vecinos con los que vamos a las 5 de la mañana hasta la parada. Me llegaba a pasar hoy con este barro, imposible”, contó. “Se seca y así queda. No hay nadie que venga. No entra la ambulancia, no entra un remís por que es zona roja. Si tenés una emergencia, chau”, agregó.

Las casas llegan hasta la orilla del arroyo. En la mayoría todavía había baldes de agua amarronada. A Carina Vargas dentro de su casa el agua le llegaba hasta los tobillos.

“Yo ya no tengo nada”, dijo mientras nos abría. Sólo había logrado salvar la heladera, que la había levantado con piedras. Y se quejó de que sólo puede tener sillas de plástico porque las demás las perdió en inundaciones anteriores. Tampoco pudo trabajar estos días porque es ahí donde cocina bizcochitos y milanesas de pollo. Además, se contagió dengue. “Me dijeron que no me tiene que picar otro mosquito. ¿Y qué hago? Si no me puedo mover de acá”. En esa manzana el grupo de mujeres que nos acompañó a recorrer el barrio computó por lo menos otros 5 casos. El barrio era un criadero de mosquitos a cielo abierto.

Los chicos, algunos con botas y otros descalzos, caminaban por el medio de las pequeñas lagunas que había en todas las calles. En algunas, incluso, había postes de luz caídos. “Pasen, no pasa nada, ya cortamos”, nos dijo un vecino que se había asomado a la calle. Una chica de unos 15 años cruzó agarrándose del cable de tensión que con la tormenta había quedado a la altura de los ojos. Las clases estaban suspendidas: la escuela también se inunda cada vez que llueve.

“Salgan rápido. La avenida está terrible. Ayer apuñalaron a un señor. Y la comisaría está enfrente, pero nos dicen que como es especializada en género no tiene ni armas”, fue la última indicación de Analía que nos acompañó hasta el auto y en el camino repitió varias veces: “Gracias por venir hasta acá”.

 

Facebook Comments