MADRID

Las campanadas del edificio Plus Ultra anuncian el mediodía y decenas de turistas se aglomeran en esa plaza para presenciar el atractivo de la melodía y de las estatuas de madera que salen desde el balcón a saludar. A pocos metros de allí, frente al Congreso de los Diputados, un grupo de manifestantes flamea la bandera de Palestina y exhibe fotos del horror en la Franja de Gaza. En la entrevista que ofrece Hisham Matar (Nueva York, 1970) se cuelan esos sonidos y esas voces. La armonía y la delicadeza, así como la rabia y el espanto son elementos que conoce bien y que han marcado su literatura. En 2017 obtuvo el Premio Pulitzer por El regreso (Salamandra), una novela autobiográfica donde narra su odisea hacia Libia, el país donde hubiese transcurrido al menos una porción de su vida si su padre no se hubiera opuesto con valentía al régimen de Muammar Khadafy, tres décadas después de que su familia partiera al exilio. Su padre, Jaballa Matar, fue secuestrado en 1990 en Egipto y llevado de regreso a Libia, donde fue encarcelado e incomunicado para siempre de su mujer e hijos. La fecha y año de su muerte se desconoce hasta el presente.

Matar presenta su nueva novela, Los amigos de mi vida (Salamandra), la más extensa de su carrera, la historia de dos amistades que atraviesan la vida de un hombre en el exilio, una ficción que contiene elementos autobiográficos. “Nadie puede saber con certeza lo que alberga el corazón de un ser humano, menos aún el nuestro o el de quienes conocemos”, comienza la narración este autor que escribe en inglés y nació en los Estados Unidos durante el período en el que su padre trabajaba para las Naciones Unidas.

La política cayó en el descrédito. Pero no sé cómo vamos a resolver los problemas públicos si no ingresamos en la vida pública

Matar estudió en Inglaterra y pronto combinó su carrera como escritor con su labor docente. En la actualidad, enseña Literatura Comparada en Barnard College de la Universidad de Columbia y divide sus días entre Londres y Nueva York.

La obra de Hisham Matar es una profunda exploración sobre el modo en el que las personas actúan ante el absurdo del horror, la censura, la ausencia de libertad y la desaparición de las personas que amamos.

–Un personaje de su última novela piensa que el mundo sería mejor si la gente leyera más. Más adelante dice el narrador que leer demasiado puede hacer desvariar a una mente cuerda. ¿Con cuál de las dos posturas está de acuerdo? ¿Qué efecto genera la lectura en nosotros?

–No creo que ninguno de los argumentos sean estrictamente ciertos. Lo que sé por mi propia experiencia es cómo mi vida se hubiese empobrecido si no hubiese leído los libros que leí, los libros que me ayudaron a vivir, que me enseñaron a pensar. Esos libros me ayudaron a desarrollar algo en mí que no se hubiese desarrollado de otra manera y lo mismo me pasa con el arte y la música.

La amistad puede tolerar las diferencias y algunas las sobrellevan ignorándolas

–Esta es un novela sobre la amistad. En la actualidad, con el vértigo de la vida cotidiana, las agendas tan comprometidas, las responsabilidad, ¿es más difícil cultivar una amistad?

–Creo que siempre lo ha sido. Vivimos con la ilusión de que podemos obtener lo que queremos, asumimos además que sabemos qué es aquello que realmente queremos y nos hace bien, pero la mayoría de nosotros necesitamos tiempo para comprenderlo. Me interesan las preguntas vinculadas con la atención, con aquello que ocurre cuando realmente estamos escuchando a los otros, honestamente. Esta es una novela sobre la distancia que existe entre el corazón de las personas, lo que está dentro de nosotros. Para conocernos acudimos al lenguaje y esto es un problema, porque es imposible lograr la exactitud a través del lenguaje: es imposible decir exactamente lo que pensamos y sentimos, solo nos aproximamos a lo que se alberga en nuestro corazón. Por eso las relaciones de amistad son espacios de colaboración, hospitalarios, donde querés que alguien te preste atención.

–Hoy no es raro que amistades consolidadas, que llevan muchos años, lleguen a su fin debido a diferencias ideológicas. ¿Es eso intolerancia? ¿Pueden personas con ideologías diferentes seguir siendo amigos?

–Si te peleás con un amigo por desacuerdos en política, quizá eso era todo, es decir, no se trataba de una amistad auténtica. La amistad puede tolerar las diferencias y algunas las sobrellevan ignorándolas. Para hablar de amistad hay que apelar al concepto de convivencia. No se puede escribir sobre la amistad sin escribir sobre el amor. Las relaciones de amistad son relaciones amorosas donde mostrás distintas facetas, momentos en los que buscás cuál es tu hogar. William Blake escribió este caligrama: “El pájaro un nido, la araña una red, el hombre la amistad”. La amistad es otro modo de hablar de nuestro hogar, es por eso que las relaciones muy constreñidas no sirven, son opresivas. La amistad es promiscua.

–¿En qué sentido lo es?

–En el sentido de que muchas veces tenemos muchos amigos al mismo tiempo. También en el sentido de que no sos el mismo en cada una de tus relaciones, sin ser por eso deshonesto. En las familias se dictan normas para conservar la unidad; en cambio, en la amistad, si se dictan normas y si se imponen condiciones, se mata esa amistad. Además es promiscua porque es un espacio de experimentación. Cada amistad es única y no se parece a ninguna otra.

–Hay un cuento breve incluido en la novela: un hombre finalmente se hace fuerte en su voluntad y dice “no” ante la violencia. Es un cuento sobre “la eficacia de la protesta cuando finalmente llega”. ¿Cuál debería la forma ideal de protesta en un sistema democrático ante los abusos de los gobiernos?

–Ese cuento es una alegoría, con las limitaciones de la alegoría, y busca plantear una de las grandes preguntas de nuestro tiempo: ¿cómo lograr que nuestras voces sean escuchadas? El músculo entre el Estado y el pueblo no parece ser, en muchos países, sano ni vibrante. En la actualidad hay un sentido de consternación en la vida política y en torno a los valores democráticos. Una de las soluciones debería ser el involucramiento genuino de las personas en la política, pero es precisamente un momento en el que la palabra “política” y “político” tienen un sentido negativo y provocan descrédito. Además, este hecho requiere de persistencia y demanda tiempo. Lo que me preocupa es que no sé de qué modo vamos a solucionar los problemas públicos si no ingresamos en la vida pública. No creo que sean las empresas, los privados, los que puedan resolverlos, sino que esto les compete a los gobiernos. Por ejemplo, hay organizaciones en Gran Bretaña que promueven que los servidores públicos intercambien sus conocimientos.

Creo que mi generación se enfrenta a dos dilemas: uno, juzgar demasiado rápido; dos, asustarse con la confrontación

–¿Considera que Los amigos de mi vida es una novela política?

–No, tiene elementos políticos, pero no estoy muy seguro de lo que sea. Me gustaría que fuese algo más que una novela política. Me resisto a pensar que es una novela política porque en el contexto en el que me crié todo lo que hacíamos implicaba un acto político. La política es un elemento crucial de la vida, pero descreo en la idea de que todo es político, porque con este argumento se le quita peso a lo importante y se deja a la habitación sin aire.

–”Asistimos a pequeños fundamentalismos”, escribe Juan Gabriel Vásquez en el inicio de su libro La traducción del mundo, allí donde aparece una conversación que mantuvo con usted. ¿Son fundamentalismos la cultura de la cancelación y la cultura de la ultracorrección?

–No puedo hablar por España, pero puedo decir que en los Estados Unidos y en Inglaterra los hay. Enseño en Barnard College y estos temas emergen, pero muy raramente. Creo que mi generación se enfrenta a dos dilemas: uno, juzgar demasiado rápido; dos, asustarse con la confrontación. Algo que no debería sorprendernos, porque vemos cómo pronto se cancela a personas, libros o eventos, incluso por razones muy estúpidas. La cancelación es un hecho de violencia social e institucional que afecta a hombres y a mujeres por igual. Sé que nosotros funcionamos con ciertas presunciones, con un lenguaje a veces cuidado en extremo y otras, violento. Estoy del lado de las personas que quieren llamar a las cosas por su nombre, me gustaría pensar en un mundo con voces colaborativas, aunque también entiendo que la injusticia histórica no siempre se corrige de modo amable. Si no, miremos la desigualdad que ha padecido la mujer y aún sigue padeciendo.

–Hablando de feminismo, en su libro cita un fragmento de La señora Dalloway, de Virginia Woolf. ¿Sigue el feminismo dominando el mundo editorial y/o literario?

–Creo que estamos dando pequeños pasos en nuestra civilización y que podemos celebrar que hoy desafiamos el mundo en el que vivimos. Pero ¿por qué vamos a un festival y el 80% de los invitados son hombres? Y me hago esta pregunta porque el 80% de los lectores son mujeres. No me gusta cuando se habla de las mujeres como minoría. Son la mitad de la humanidad. Yo también he ido cambiando. Es importante incluir diversos discursos en nuestra educación. Cuando ingresé como profesor en la universidad diseñé un programa y se lo mostré a mi esposa y a un colega y me dijeron: “Genial, pero no hay mujeres en él”. Ese año enseñé la clase tal como la había pensado, porque no había tiempo de modificarla, pero luego empecé a incluir autoras, no porque sean mujeres, sino porque son maravillosas. Fue necesario que me lo señalaran.

–Harold Bloom escribió El canon occidental en 1994 y allí decía que la universidad en los Estados Unidos se había politizado ante el ingreso de lo que llamaba “la escuela del resentimiento” (pseudomarxismo, pseudohistoricismo, pseudofeminismo). ¿Cómo lo evalúa tres décadas después? ¿Se ha politizado la universidad?

–Algunas sí, y de maneras en las que no se ha beneficiado el conocimiento. Hay una tendencia hacia la lectura estrecha, hacia guiar la lectura en una dirección. Eso es algo que me preocupa. En la actualidad se enseña literatura en un marco teórico, y me parece muy bien, pero a veces los programas educativos están muy dirigidos y pueden ser tendenciosos porque apuntan hacia una línea de pensamiento. A mí no gusta formar en la educación ese tipo de personas, tenemos que renovar nuestra fe y entusiasmo en la enseñanza con libertad.

La mayoría del tiempo no me pienso a mí mismo como nada en particular: ni libio, ni hombre, ni exiliado, ni inglés

–Un personaje de Los amigos de mi vida considera que los nacionalismos son “un regalo de despedida de los colonizadores”. ¿Cómo explica hoy el resurgir de los nacionalismos en tantos países?

–En muchos lados se conserva la fantasía de que un hombre fuerte y duro resolverá los problemas de la gente. Cada época tiene una personalidad y este tiempo pareciera estar fascinado por la confrontación, en especial por aquellas dañinas. Deberíamos estar buscando construir sentido juntos. Y, como he dicho, el lenguaje es imperfecto, y si tu objetivo es desprestigiarme, es muy fácil hacerlo. Lo vemos en discursos donde las personas se burlan de otras, vemos la xenofobia, la homofobia, el sexismo.

–¿Se siente un inmigrante? Hablamos de los estudios poscoloniales en las Humanidades, pero ¿existe realmente una consciencia en quienes colonizaron de los hechos que cometieron?

–No me siento un inmigrante. Eso es el fruto de mi buena fortuna. La mayoría del tiempo no me pienso a mí mismo como nada en particular: ni libio, ni hombre, ni exiliado, ni inglés. Me despierto por las mañanas y no tengo esa consciencia. Creo que la conversación en torno a la inmigración en Inglaterra es en la actualidad muy ofensiva, cuando encontramos a inmigrantes que enriquecen las sociedades en todas las áreas del saber. Muy pocas personas son tan generosas como los inmigrantes, solo hace falta que vayas a su casa a comer y experimentes esa hospitalidad. El problema con inmigración es que hay personas que no advierten que se necesita de ella, no comprenden que sus sociedades no funcionarían sin la presencia de extranjeros. En el Reino Unido hay una respuesta poco ensayada sobre aquel aspecto de la historia. Casi nunca hablamos del aspecto psicológico del colonialismo sobre los colonizados. Es una perversión que haya personas que hayan invadido sitios, que hayan robado sus bienes y se hayan enriquecido, que hayan esclavizado pueblos y hayan construido imperios a costa de las colonias. Luego viajamos y visitamos ciudades hermosas, como Madrid o Londres, y parte del hecho de que sean bellas tiene que ver con los crímenes que se cometieron en el pasado. Las dos cosas están conectadas.

–¿Dónde está su hogar?

–En Londres. También tengo una piso en Nueva York. Allí están nuestros libros, nuestras fotos, nuestros amigos.

–¿Los amigos de su vida?

–Algunos, sí.

UN NOVELISTA DE VARIOS MUNDOS

PERFIL: Hisham Matar

■ Hisham Matar nació en Nueva York en 1970. Su padre, Jaballa Matar, un opositor del líder libio de Muammar Khadafy, fue secuestrado en 1990 por el régimen y luego desaparecido.

■ Profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Columbia, Matar logró prestigio internacional cuando obtuvo el Premio Pulitzer en 2017 por El regreso (Salamandra), novela autobiográfica en la que narra la vida de su padre y la de su familia.

■ En su obra prevalecen los temas de la pérdida y el exilio, así como la pintura, la arquitectura y la música. En Un mes en Siena, indaga en los efectos terapéuticos del arte para trascender el el sufrimiento. Acaba de aparecer en español su novela Los amigos de mi vida.

■ Vive entre Londres y Nueva York.

 

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