SOROCABA, Brasil.– Cien kilómetros al sur de San Pablo, Brasil, en un santuario en Sorocaba vive Cecilia, una chimpancé que nació y vivió toda su vida encerrada en el zoológico de Mendoza, hasta que en 2017 fue beneficiada jurídicamente como persona no humana, otorgándosele un hábeas corpus y recuperando su libertad.

A simple vista los muros del Santuario de Grandes Primates, que aloja en esta ciudad brasileña a 45 chimpancés, otros primates y algunas aves, se asemejan a los de una cárcel de alta seguridad, rodeada de selva.

Pero al ingresar al predio enormes siluetas oscuras, curiosas, se asoman entre las rejas intentando observar lo que sucede. Cada uno de ellos dejó detrás una dura historia de vida en circos, zoológicos, laboratorios, restaurantes o casas particulares, donde su función era la de entretener, satisfacer la curiosidad humana o ser utilizados como objetos de experimentación.

Es que los chimpancés son nuestros parientes más cercanos. Comparten el 98,7% de nuestros cromosomas y, junto a gorilas, orangutanes y bonobos, pertenecen a la categoría de los grandes simios, simios antropomorfos de gran tamaño. Debido a nuestro parentesco, cercanía, y su gran inteligencia, los chimpancés han sido desde siempre víctimas del morbo humano.

En la Argentina quedan tres. Cada uno de ellos vive en una jaula de un zoológico diferente en la más completa soledad. Únicamente Toti, hoy en un zoológico privado de Bubalcó, Río Negro, cuenta con una sentencia firme para, como Cecilia –y Sasha y Kangoo, los chimpancés del Ecoparque porteño trasladados en 2022 al santuario Monkey World Ape Rescue Centre, en Reino Unido– poder ser derivado a un santuario donde convivir con otros de su especie.

A Toti se suman Johnny, en el clausurado zoológico de Luján, y Tomy, en el zoológico de La Plata.

Cecilia vivió durante años en el zoológico de Mendoza junto a su compañero, Charlie, y su hermana, Xuxa, hasta que ellos murieron repentinamente. Sobre un piso de cemento, en un entorno artificial, expuesta constantemente al estrés de ser exhibida para entretener al público, pasaba horas ensimismada, sin moverse y de espaldas a la gente: se estaba dejando morir ella también. Es que la peor de las condenas para nuestro pariente más cercano es la soledad.

Pero un fallo, que sentó jurisprudencia en el mundo por haber sido el primer hábeas corpus concedido a un animal, le permitió salir custodiada del hoy Ecoparque mendocino hacia Ezeiza. Aterrizó en San Pablo en su gran caja acondicionada especialmente y fue llevada inmediatamente hacia el santuario en Sorocaba. “En un principio, Cecilia seguía ensimismada y no interactuaba con nadie”, recuerdan sus cuidadores. “Hasta que un chimpancé llamado Marcelino ganó su corazón. Hoy Cecilia alterna sus días entre Marcelino y su hermano Miguel, al que ella adora, al mejor estilo de Doña Flor”, suman, entre risas.

El lugar

El Santuario de Grandes Primates tiene una superficie total de cinco hectáreas y 14 complejos. Muchos de los chimpancés se desplazan a través de túneles dentro del santuario, que comunican algunos de los recintos entre sí. De esa manera, el espacio que tiene cada uno de ellos a disposición se amplía y la elección de los compañeros de su especie, también. Muchos, la mayoría de los chimpancés que viven hoy allí, llegaron con severos traumas, físicos y psicológicos.

“En los circos”, dice Pedro Ynterian, creador y propietario del santuario, “eran utilizados de mano de obra esclava, agredidos físicamente, castrados y extraídos sus dientes de una forma totalmente arcaica para poder ser sometidos y utilizados en presentaciones al público. A pesar de que los traumas son para siempre, la mayoría de ellos muestran cambios de comportamiento en muy poco tiempo, porque pasan a formar parte de una comunidad de su propia especie”, afirma, mientras es recibido con algarabía por cada ejemplar.

Dos veterinarias, que viven en la ciudad de Sorocaba a unos pocos kilómetros de allí, y 20 cuidadores forman parte del elenco estable del lugar. Algunos de los chimpancés, como Billy, quien trabajó durante mucho tiempo en un circo siguen a LA NACION durante la recorrida por los espacios. Cuando ya las paredes no se lo permiten, Billy sube a un mirador, especialmente ideado, desde donde puede ver todo lo que sucede en el predio y más allá, en la selva que rodea las paredes de cemento. Desde allí, llama y arroja objetos a las visitas, y pega enormes saltos aplaudiendo. Otros, algo más tranquilos, simplemente observan desconfiados. “Fue una de las mejores decisiones que tomamos”, sostiene Ynterian en referencia a los miradores. “Desde ahí ven todo lo que sucede en el santuario. Es su territorio y no quieren ser molestados”, agrega.

Mary, mano derecha de Pedro, y las veterinarias Camila Gentile y Juliana Kihara explican que el bienestar básico de un chimpancé reside, como mínimo, en tener libertad de elección acerca de cuándo alimentarse, en qué parte de su recinto quiere estar, ver u oír a otros de su especie, y decidir con quiénes quiere estar y dónde dormir.

LA NACION también visita la tumba de Guga, el chimpancé que fue el causante de la creación del santuario. Hace algo más de dos décadas, Ynterian, de nacionalidad cubana y residente en Brasil, compró a un comerciante un pequeño chimpancé que llevo a su casa en San Pablo. Cuando Guga, el ejemplar, empezó a crecer, Ynterian tomó conciencia de lo que significaba tener a un chimpancé. A partir de él, creó un refugio para todos aquellos que lo necesitaran. Sorocaba se convirtió en el santuario más grande de América Latina. En Brasil existen otros dos, mientras en todo el mundo cada vez son más los lugares que rescatan animales.

Sucede que hoy los zoológicos en general dejaron de ser un negocio, ya que menos personas están dispuestas a que un animal deba sufrir para su propio entretenimiento. Lo que de verdad importa actualmente es que ese animal este en óptimas condiciones y lo más cercano a la libertad, que nunca más podrá obtener, ya que difícilmente podría sobrevivir en ella.

En un jaulón del zoológico de Bubalcó espera Toti, el chimpancé de mirada triste. Su sentencia está firme y solo queda esperar y rogar para que el traslado a un santuario se concrete lo antes posible. En la parte de atrás del recinto, los vidrios astillados dan cuenta de sus reiterados intentos por salir de allí.

 

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