“Los argentinos somos desierto”

Carmen Gándara

Hay en la mirada de nuestros grandes hombres del siglo XIX el aire de estar enfrentando algo que pone en tensión extrema todas sus fuerzas. La seriedad de sus rostros refleja la densidad de las situaciones que se vivían entonces y la evaluación de sus posibles consecuencias. Esas miradas escrutan intensamente su época, su país y el devenir de los hechos que se sucedían. Puede advertirse en la desolada visión de dos de nuestras figuras decimonónicas esenciales, José Hernández y Adolfo Alsina, la confrontación con una realidad insuperable: la realidad del desierto.

El Martín Fierro es, a mi criterio, el libro del desierto. No conozco ninguna otra obra que nos remita permanentemente, y sin habérselo propuesto su autor, a la presencia ineludible del desierto. Esa presencia nos habla de la soledad, del silencio, de la naturaleza desmesurada de la llanura y de sus moradores, de la fatalidad del acontecer, del desencuentro.

Es evidente que, más allá de la voluntad, a José Hernández el desierto lo habitaba. Por eso su gran obra es incomparable. Bajo ese espíritu, transmitió mucho más de lo que se propuso, y así desentrañó la zona más extraña de nuestra historia, de nuestra tierra y de nuestra gente. En ese aspecto, en peculiar coincidencia, Carmen Gándara ha escrito: “Los argentinos somos desierto”.

A Adolfo Alsina le tocó en suerte padecer el desierto físico y percibir su índole metafísica

En Radiografía de la pampa, Ezequiel Martínez Estrada concibió su paisaje de esta forma: “Un mundo mirado como una llanura de horizontes sin límites por la que se puede ir a cualquier parte”, pero en la que siempre se vuelve al mismo lugar. Aquí reúne el plano físico de la llanura y el plano humano de su habitante; el eterno retorno circular que le inspiró su ensayo Los invariantes históricos en el Facundo. Invariantes históricos que se vuelven a dar a todo lo largo de nuestra vida social, política, económica y cultural, como una fatalidad originada en nuestro suelo; como el “fatalismo telúrico” que hace que nuestros males vuelvan a encarnar en los distintos actores de la vida nacional; tal como los describe, figura por figura, en su Muerte y transfiguración de Martín Fierro.

A Adolfo Alsina le tocó en suerte padecer el desierto físico y percibir su índole metafísica. Al trazar el itinerario de las tropas que iban a enfrentar al indio y a poblar el territorio, sostuvo que se encontraba “con lo desconocido y con lo vago”. Alsina identificó el desierto con aquello que aquejaba al país desde la infancia con su familia en el exilio: el del odio entre unitarios y federales, entre porteños y provincianos, entre indios y cristianos; lo asoció con el lugar de origen del odio. Al verse obligado a combatir contra los indios y contra la tierra despoblada y todavía ignota, se refiere a un solo enemigo: el desierto. Y alcanza a expresar que aun venciendo a los indios y conquistando la tierra, esa enigmática naturaleza que actúa sobre los hombres podía continuar siendo el principal enemigo de la civilización.

El espíritu del desierto fue el de la barbarie; en la soledad de la tierra sin humanizar, sin civilizar por intermedio de una cultura, de una cultura con componentes comunitarios siquiera elementales, se produjo la disposición antisocial, anticomunitaria, manifiestamente salvaje: el odio entre criollos y españoles, entre indios y cristianos, entre unitarios y federales, entre porteños y provincianos, que se prolongó en guerras civiles; el odio de vencedores y vencidos, el odio fraticida, que hizo decir a Joaquín V. González, autor de La tradición argentina, hacia 1906: “El motor principal del acaecer argentino es el odio”.

Lo asombroso es que nos encontramos con que tan tardíamente como en 1962, la olvidada escritora argentina Carmen Gándara, autora del extraordinario ensayo América, la sin memoria, escribió: “Nuestras ciudades son populosos desiertos”. Nos dijo de esa forma que aún no hemos logrado constituirnos en comunidad; nos dijo así que el desierto no solo está afuera, sino también dentro nuestro; que “el enemigo de la civilización” que conjeturó Adolfo Alsina sigue latente entre nosotros.

Poeta; autor de Los diálogos, junto a Jorge Luis Borges

 

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