Los humanos llevamos cientos de años observando a las aves. Buena muestra de ello es el gran número de refranes que hablan sobre los pájaros y su comportamiento, especialmente en relación con el clima.

Ahora bien, una cosa es asociar ideas como “cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo” o que, si ves una cigüeña el día de San Blas, normalmente no nevará, y otra muy distinta desentrañar las reglas anatómicas que permiten distinguir entre las especies de aves.

Esto último no se puede extraer únicamente mediante la observación, si no que además requiere de años de estudio para comprender qué se está buscando, así como una gran perspicacia para asociar patrones que habían pasado desapercibidos durante cientos de años. Por suerte ahí están los investigadores, dispuestos a mirar la realidad desde todos los ángulos posibles. Y es que un nuevo estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences describe una nueva regla anatómica insultantemente sencilla que permite distinguir a las aves actuales que pueden volar de las que no.

Aunque igual puede parecer algo absurdo, ya que para saber si una especie de ave vuela solo hay que observarla, si vuela, vuela, si no, no. Sin embargo, la regla que han encontrado puede ser de gran utilidad tanto para investigar especies extintas, como para comprender cómo se originó el vuelo en los dinosaurios.

¿Para qué analizar aves?

Esta misma pregunta puede que se la hiciesen Jingmai O’Connor y Yosef Kiat, investigadores en el museo Field de Chicago, cuando se pusieron manos a la obra. Ambos investigadores están especializados en la anatomía y la evolución aviana, es decir, se dedican a comprender qué procesos evolutivos llevaron a algunas especies de dinosaurios a transformarse en las aves actuales.

Toda investigación requiere de un inicio, y, en este caso, lo primero era extraer las características que hacen a un ave, un ave. Empezando por la cabeza: un ave tiene pico; huesos huecos y ligeros; alas y patas con garras. Además, la mayoría de las aves tienen la capacidad de volar.

Ahora bien, esta última frase viene con un gran interrogante. Es, cuanto menos, curioso que algunas aves puedan volar y otras no, siendo que todas tienen alas. Y es que la evolución es caprichosa, y si la capacidad de vuelo no es suficientemente ventajosa para una población, lo más probable es que acabe desapareciendo a lo largo de cientos de miles de años. Sin embargo, esta respuesta no era suficiente para Jingmai y Yosef, que necesitaban saber cómo se acababa perdiendo la capacidad de vuelo en algunas especies y, sobre todo, si esto había ocurrido con anterioridad, ya en la época de los dinosaurios.

Un patrón oculto a simple vista

Con estas preguntas en mente ambos investigadores diseñaron un plan para tratar de estudiar el mayor número de ramas filogenéticas con los especímenes que tenían en sus proximidades. Por supuesto, siempre estaba la opción de salir a observar pájaros, pero para analizarlos necesitaban estudiar en detalle la anatomía de sus alas.

Realizar este tipo de estudios con ejemplares vivos puede ser muy complicado, ya que requieren de la captura y su posterior suelta, una actividad peligrosa y estresante para el animal. Por ello, decidieron que lo más adecuado era buscar en las colecciones de aves que se encuentran en los museos.

Tras analizar las aves del museo donde trabajan y contactar con los de los alrededores, Kiat pudo encontrar ejemplares de prácticamente todas las principales ramas filogenéticas de aves de la actualidad. Durante sus visitas, tomó fotografías y mediciones de un total de 346 especies representativas. Concretamente, centró sus estudios en la disposición de las plumas primarias de las aves, aquellas más alejadas del cuerpo del animal. Las plumas primarias se encuentran en el extremo de las alas, se prolongan hacia la parte trasera y son las más importantes para el vuelo, ya que se utilizan para obtener el empuje.

Al analizar los resultados, Kiat descubrió que las aves voladoras tienen un número comprendido entre 9 y 11 plumas primarias, además, estas alas han de ser asimétricas. En las aves no voladoras, en cambio, las plumas primarias son simétricas y su número es mucho más variable. Por poner ejemplos concretos, Kiat observó que los emús no poseen plumas primarias, pero en cambio, los pingüinos pueden tener más de 40 para proporcionar un extra de aislamiento ante el clima frío.

Esta regla tan sencilla sirve, junto con otras evidencias, para distinguir anatómicamente entre aves voladoras y no voladoras. Pero lo más curioso no es la regla en sí, si no que haya pasado desapercibida hasta ahora por la comunidad científica. Jingmai y Yosef están convencidos que puede ser una herramienta muy útil para estudiar la evolución de los pájaros, por lo que ya se han puesto manos a la obra para aplicar lo aprendido a los restos fósiles. De este modo, pretenden distinguir qué dinosaurios emplumados podrían volar hace millones de años.

Dinosaurios voladores

Aprovechando sus visitas a los museos, también analizaron un total de 65 fósiles pertenecientes a aves extintas y a dinosaurios emplumados. Entre ellos, destaca el del Archaeopteryx, que fue considerado durante mucho tiempo como el ave más antigua conocida. Esta especie, que data de hace 150 millones de años, en el jurásico tardío, tenía muchas de las características de las aves actuales, pero mezcladas con las de los dinosaurios.

Esto convierte a la especie en un fantástico punto de partida para estudiar los inicios del vuelo. Efectivamente, el análisis mostró que el Archaeopteryx cumple con la regla, por lo que se trata de una evidencia más sobre su posible habilidad de vuelo. Aunque no es el único.

Este sencillo patrón promete poner en duda algunos de los conceptos que se tienen en la actualidad sobre los ecosistemas en estos periodos geológicos. Y es los paleontólogos puede que se encuentren con alguna sorpresa al analizar algunos dinosaurios considerados “no avianos”.

Estos dinosaurios no tienen un parentesco evolutivo tan cercano con las aves actuales, pero aún así, esto no les impedía alzar el vuelo. El microrraptor, por ejemplo, un pequeño dinosaurio no aviano que contaba con 4 alas en sus 4 extremidades, también podría volar porque cumple con el patrón en sus plumas.

Pero lo más interesante es que esta regla también podría servir para inclinar la balanza hacia un lado u otro en el comportamiento de ciertas especies. Por ejemplo, existe un enorme debate acerca de un oviraptosaurio denominado Caudipteryx. Este dinosaurio, con longitud estimada de 1 metro y un peso de unos 6-7 kg, presenta muchas de las características de las aves, pero en la actualidad está clasificado como un dinosaurio no aviano. El análisis de sus alas muestra 9 plumas primarias, por lo que parecía que podría volar. Sin embargo, un análisis más detallado demostró que no eran asimétricas, por lo que probablemente no pudiese levantar el vuelo.

Sin duda, esta regla permitirá contestar alguna de las preguntas sobre el comportamiento de los dinosaurios, y nos permitirá observar ese mundo perdido de hace millones de años. Por ello, los investigadores esperan analizar más aves y fósiles para comprender el proceso tras el desarrollo de la habilidad de vuelo y de su pérdida. Aunque, de momento, lo más probable es que esta regla tenga a más de un ornitólogo y a muchos aficionados contando plumas primarias en su próxima visita a un museo o al campo.

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