El alzhéimer es el tipo de demencia más común, y está causado por la muerte prematura de las neuronas. Este deterioro del tejido cerebral viene acompañado de pérdidas de memoria, dificultad en el pensamiento, comportamiento errático y desorientación. En la actualidad, existen diversas hipótesis sobre los mecanismos tras la aparición del alzhéimer, que pueden actuar solas o en conjunto.

Una de las teorías más aceptadas, aunque no sin una gran controversia detrás, es la teoría beta amiloide, que afirma que la acumulación de esta proteína en forma de placas daña las neuronas y puede provocar su muerte, desencadenando los síntomas del alzhéimer.

Aunque no está clara que sea la causa, en personas enfermas se observan placas o acúmulos de beta amiloide, así como fibras de otra proteína denominada Tau hiperfosforilada, por lo que la relación es posible.

El alzhéimer no es contagioso. Sin embargo, un estudio presentado en la revista Nature ha aportado pruebas que sugieren que podría haberse trasmitido a un grupo reducido de pacientes por un tratamiento médico realizado hace más de 40 años. El tratamiento consistía en la inyección de hormona de crecimiento procedente de la pituitaria de cadáveres. Durante años, más de 1800 pacientes niños con algún tipo de malformación o cáncer cerebral fueron tratados de esta forma como complemento a la radioterapia, quimioterapia u otras terapias.

Ahora, 40 años después, al menos 5 de esos pacientes han desarrollado demencia temprana (entre los 35 y 55 años). Los autores concluyen que este tipo de transmisión -denominada iatrogénica- permitiría arrojar luz sobre los intrincados mecanismos que provocan la enfermedad. Según aseguran los autores, podría seguir un mecanismo priónico. De momento otros expertos piden cautela, ya que se trata de casos aislados y que requieren de más pruebas para demostrar su validez. Pero, para entender el porqué de esta polémica, lo mejor es empezar por la base. Y qué mejor forma de hacerlo que hablando de origami.

Un origami especial

El origami es el arte japonés de plegar el papel para darles formas reconocibles. Realizando ciertos pliegues en un orden concreto, las hojas de papel cobran vida como pequeños animalitos, objetos o formas geométricas simples. La mayoría de nosotros ha creado, en alguna ocasión, un pequeño avioncito para lanzarlo por la habitación, pero pocos llegan al nivel de los grandes maestros de este arte.

Aplicando reglas básicas de geometría, topología y matemáticas, los más diestros practicantes de origami pueden crear animales realistas, vestidos o incluso paisajes de fantasía que maravillan y asombran a cualquiera que los vea. Ahora bien, aunque no te lo creas, ahora mismo y sin saberlo estás practicando un origami mucho más complejo que el de cualquier maestro.

Y es que nuestras células son maestras de su propio origami. El origami celular tiene reglas y materiales distintos al humano ya que, en vez de papel, las células utilizan como elemento las largas cadenas de aminoácidos que forman las proteínas. Constantemente, las cientos de miles de proteínas que están produciéndose simultáneamente necesitan plegarse de maneras muy concretas para funcionar correctamente.

La única regla del origami celular es conseguir que la proteína sea lo más estable posible con los materiales con los que está formada para que pueda cumplir su función. En el origami humano, el castigo por seguir los pasos al doblar el papel es una figura distinta a la original, pero en el origami celular, el castigo puede ser mucho más severo.

Cuando el origami sale mal

La mayoría de las proteínas que tienen algún fallo en su plegamiento pueden ser fácilmente eliminadas por otras proteínas especializadas denominadas chaperonas. Una vez eliminadas, los aminoácidos que las forman pueden volver a utilizarse para otros procesos y crear, a partir de sus restos, proteínas correctas.

Sin embargo, algunos plegamientos incorrectos forman unas estructuras que no son tan fáciles de eliminar. Las proteínas mal plegadas pueden acumularse en la célula y ocupar un espacio que es, en muchas ocasiones, limitado, lo que puede ser un gran problema. O peor aún, un plegamiento especial puede transformar unas proteínas muy concretas en priones infecciosos.

John Collinge ha pasado gran parte de su vida estudiando priones, unas proteínas tan terribles como fascinantes. Las proteínas priónicas se encuentran presentes en muchas células, pero especialmente en el tejido cerebral. Aunque su función no está completamente clara, se ha observado que se pueden unir a metales. Ahora bien, un mal plegamiento de esta proteína puede producir un prión infeccioso con una estructura distinta a su forma natural.

Esa nueva forma, en vez de inactivarse, tiene la capacidad de tomar una proteína priónica bien formada y ‘contagiarle’ su mal plegamiento. De este modo, pueden trasmitirse por el tejido nervioso, transformando las proteínas sanas en malignas. La transformación causa, lentamente, el deterioro y la muerte de las neuronas, lo que desencadena ciertas enfermedades, como la de Creutzfeldt–Jakob en humanos.

Uno de los casos más famosos que involucró a los priones ocurrió a finales de la década de los 80, donde la encefalopatía espongiforme bovina -o mal de las vacas locas– causó estragos entre los bovinos estabulados. A estos animales se les daba de comer pienso que contenía harina de carne y restos de huesos de otros animales para aumentar su aporte proteico.

El problema ocurrió porque algunos de esos piensos estaban contaminados con priones infecciosos de animales enfermos, por lo que el desastre vacuno estaba servido. Finalmente, al consumir esa carne contaminada, algunas personas también desarrollaron Creutzfeldt–Jakob.

La polémica de los priones y el Alzheimer

En el laboratorio de Collinge llevan años estudiando enfermedades priónicas y sus métodos de transmisión. Por ello, debido a la complejidad del trastorno, creen que el alzhéimer podría, en algunos casos, tener un comportamiento similar al priónico, solo que a través de las proteínas beta amiloides.

Según su estudio, las inyecciones que contenían trazas de proteínas beta amiloides pudieron trasmitirse a los niños y favorecieron la creación de placas seniles a edad temprana. Para ellos, los 5 casos son una prueba más de la naturaleza priónica del alzhéimer.

Pero esta hipótesis no convence a muchos expertos. Según comenta en su cuenta de X (antes Twitter) David Pérez, jefe del Servicio Neurología Hospital 12 Octubre y del Hospital La Luz, estas conclusiones extraordinarias también requieren de pruebas extraordinarias. Como indica, el estudio cuenta con grandes limitaciones. La primera es que los pacientes recibieron otros tratamientos agresivos que podrían inducir la formación de beta amiloide, por lo que esa podría ser la causa de la demencia.

Además, el cuadro clínico que presentaron los pacientes, aunque similar a la enfermedad de alzhéimer, tenía ciertos componentes atípicos, por lo que no se puede asegurar que sea esta, si no otra enfermedad con características similares. Por último, apunta a la paradoja existente con los mismos 1800 pacientes y otra enfermedad.

¿Por qué no hay más casos?

Los autores del estudio publicaron un artículo anterior en el que detectaron 80 casos de enfermedad priónica en esos 1800 pacientes. Las enfermedades priónicas son muy raras en las personas, por lo que es poco probable que estuviesen presente en los cadáveres de ancianos que se utilizaron para obtener la hormona del crecimiento. Aun así, a pesar de su rareza, 80 pacientes fueron diagnosticados con esta enfermedad rara.

Las placas de proteína beta amiloide, en cambio, están presentes en al menos un tercio de las personas mayores de 80 años, y únicamente se han notificado 5 casos. Por ello, David Pérez llama a la cautela, ya que si tuviesen naturaleza priónica, lo más probable es que el número de casos fuese mucho mayor.

Sin duda, este tipo de debates y controversias en el mundo de la neurología ayudan a concretar qué caminos se pueden tomar para averiguar los mecanismos de esta enfermedad tan compleja y multifactorial. Lo que queda claro es que el alzhéimer no es contagioso, y que se necesita más investigación para averiguar cómo funciona y, así, retrasar al máximo los síntomas.

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