Si uno cierra los ojos e imagina un tiburón seguramente le vendrá a la mente la estampa inconfundible y amenazadora de un gran tiburón blanco (Carcharodon carcharias). Y es que, aunque existen más de 500 especies de escualos, seguramente este es el más conocido por el público, algo que se debe a su aparición en innumerables películas. Sorprende, sin embargo, que su fama de sanguinario y voraz es, cuanto menos, inmerecida. Al contrario de lo que se cree, no es el tiburón más agresivo que existe, y mucho menos un cazador despiadado a la búsqueda de un incauto bañista, como muestra la famosa película de Steven Spielberg. 

Sabemos, por ejemplo, que los tiburones blancos suelen ser depredadores cautelosos, y que no siempre son solitarios. Sin embargo, aunque conocemos de su existencia desde hace siglos, gran parte de su vida sigue siendo un misterio para la comunidad científica. No se sabe a ciencia cierta cuántos años pueden llegar a vivir, cuándo alcanzan la madurez sexual o qué hábitos reproductivos tienen. Aunque parezca mentira, nadie ha documentado hasta ahora a un tiburón blanco apareándose, y mucho menos pariendo, lo que convierte a la vida sexual de estos escualos es uno de los grandes interrogantes de la vida marina.

Teniendo todo ello en cuenta, es lógico que la publicación de un vídeo en el que se mostraba una supuesta cría recién nacida de tiburón blanco en aguas de California haya causado un gran revuelo en las últimas semanas. En las imágenes, captadas por el cámara y oceanógrafo Carlos Gauna, se aprecia lo que parece ser una cría de muy corta edad.

Y no solo eso, también se aprecia perfectamente una sustancia lechosa que se desprende de su cuerpo y que los científicos creen que podría ser restos de la sustancia uterina que producen las madres durante la gestación de las crías.

Las imágenes son parte de un trabajo de investigación sobre tiburones firmado por el propio Gauna y Phil Sternes, científico experto en tiburones de la UC-Riverside, cuyas conclusiones han sido publicadas recientemente en la revistaEnvironmental Biology of Fishes. A partir de información sobre avistamientos de ejemplares adultos y juveniles, el estudio sugiere que con toda probabilidad existe un banco numeroso de hembras adultas que crían en una amplia área marina comprendida desde la zona de Santa Bárbara hasta el norte de Baja California. 

¿Se trataba realmente de un tiburón nato? Difícil saberlo. Gauna afirma que había observado anteriormente en la zona grandes hebras de tiburón blanco que parecían preñadas y que la supuesta cría recién nacida apareció dentro del periodo de tiempo en el que suelen parir. «Ampliamos las imágenes, las pusimos a cámara lenta y nos dimos cuenta de que la capa blanca se estaba desprendiendo del cuerpo mientras nadaba»- asegura Sternes en un comunicado de la Universidad de California en Riverside. Sin embargo, en este mismo portal también reconoce que es probable que esta sustancia blanquecina se deba a una patología en la piel del escualo, mientras que otros científicos creen que el ejemplar podría tener ya algunas semanas de vida. Pero lo que sí es cierto es que se trata de imágenes de un ejemplar muy joven, cuyo análisis ayudará a arrojar luz sobre uno de los misterios insondables del gran tiburón blanco: ¿dónde se reproducen?

El principal escollo: es muy difícil seguirles el rastro

“Los tiburones blancos recién nacidos son el Santo Grial de la investigación oceanográfica”, explica a National Geographic España Charlie Sarria, investigador de tiburones pelágicos en la Asociación CONDRIK. Según este biólogo marino experto en escualos, se cree que el apareamiento de esta especie se produce en aguas abiertas, aunque debido a los pocos datos disponibles, los científicos suelen realizar correlaciones con algunas especies cercanas, como los marrajos.

“Como no se saben cuáles son las zonas de reproducción, es muy complicado realizar un seguimiento de las hembras. Además, el parto se produce muy rápido y las crías no reciben ningún tipo de cuidado de la madre”. Así, para conocer los movimientos de estos escualos, los científicos siguen las señales acústicas o vía satélite de marcas electrónicas que previamente hay que fijar en las aletas dorsales, un proceso muy delicado y costoso de llevar a cabo, habida cuenta de que en muchas zonas estos peces prácticamente no salen a la superficie. Además, las marcas aportan datos de localización, pero no de estado de gestación, con lo que los científicos estudian aplicar algunos métodos alternativos, como marcajes conectados con el útero o la cloaca, un procedimiento extremadamente difícil de llevar a término, pues requeriría atrapar a una hembra preñada con el consiguiente peligro, tanto para la madre como para la cría.

No pueden vivir en cautividad

Otra de las dificultades para estudiar el comportamiento reproductivo de estos animales es que no es posible criarlos en cautividad. Y es que estos escualos no soportan vivir tras un cristal. Algunos ejemplares se niegan a comer, otros se golpean contra el cristal, y muchos acaban muriendo. Así, estos peces no duran más que unos pocos días en cautiverio. El Acuario de la bahía de Monterey, en California, tiene el récord de supervivencia de un tiburón en cautividad: duró 6 meses, pero tuvieron que devolverlo al océano debido al enorme estrés que sufría fuera de su hábitat natural.

Única alternativa: interpretar otros datos

Dicho esto, la única fórmula que tienen los científicos para investigar el comportamiento reproductivo de los tiburones es a partir de la inferencia de otros indicadores, como restos de cadáveres o las hembras localizadas en avanzado de gestación, explica Elena Fernández Corredor, oceanógrafa y bióloga marina del Institut de Ciències del Mar, a National Geographic España. Unas concentraciones que, sin embargo, están asociadas a zonas de alimentación, no a grupos de reproducción.

Un indicador más eficaz de una posible zona de cría es la presencia de ejemplares juveniles, que suelen frecuentar zonas costeras, como el caso del supuesto neonato hallado en California. Sin embargo, aun así se trata de meras conjeturas.  “Para considerar una zona como área de cría deben demostrarse las siguientes circunstancias: que se encuentran tiburones juveniles con más frecuencia, que estos se encuentran en una zona en repetidas ocasiones a lo largo de los años y que demuestran vivir allí por períodos prolongados. Demostrar todo ello implica un enorme esfuerzo científico y económico, además de una gran inversión de tiempo”, concluye Sarria. 

Sabemos que tardan en dar a luz 

Lo poco que se conoce hasta la fecha sobre la vida reproductiva de estos escualos apunta a que tienen un ciclo reproductivo lento, que suele durar alrededor de un año. Además, el intervalo entre partos puede llegar a los 3 años, ya que las hembras adultas necesitarán reservas energéticas para volver a dar a luz. Estas alcanzarán la madurez sexual entre los 14 y los 33 años de edad.

A diferencia de otras especies de tiburones, como el alitán (Scyliorhinus stellaris), el gran tiburón blanco es ovovivíparo. Esto es, pone nuevos, pero estos permanecen dentro del cuerpo de la hembra hasta que el embrión está completamente desarrollado. Se estima que las hembras dan a luz entre 2 y 17 crías que después de nacer, se alimentan de los huevos no fecundados. «Los intervalos de las estimaciones son muy amplios, pues muchos de los datos se obtienen por capturas accidentales», apunta Sarria, quien incide en que el éxito reproductivo de poblaciones viables depende en ocasiones de factores ambientales, pues muchas de esas áreas de reproducción se encuentran en zonas poco accesibles o en lugares afectados por la contaminación y la sobrepesca.

Una especie seriamente amenazada

Con tantas dificultades para salir adelante, estas magníficas criaturas marinas no solo no suponen una amenaza, sino que, de hecho, están amenazadas. La UICN (Unión para La Conservación de la Naturaleza), los clasifica dentro de la categoría de ‘vulnerables’, una por encima de ‘en peligro’. La sobrepesca y la degradación del hábitat están diezmando las poblaciones de estos escualos en todo el mundo, especialmente en el Mediterráneo, donde podría desaparecer pronto, según alerta Sarria. “Recientes estudios advierten de que el incremento de las temperaturas del océano ocasionará la migración del atún rojo a aguas más frías. Sin grandes túnidos ni cetáceos de los que alimentarse el tiburón blanco parece que tiene los días contados en el Mare Nostrum”, concluye. La única esperanza, según el experto, se encuentra en el Canal de Sicilia, donde se han documentado avistamientos de todos los tamaños, incluidos posibles neonatos y juveniles. El estudio en profundidad de estas probables zonas de cría no solo podría desvelarnos nuevas sorpresas sobre la enigmática vida reproductiva de estos escualos, también será de vital importancia para recabar nuevos datos que permitan proteger a la especie. Siempre hay motivos para la esperanza.

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