A las 12:02 p.m. del pasado jueves, el Sol fue escenario de un fenómeno colosal. Una erupción solar de clase X, la categoría más potente conocida, se desató con una fuerza sin precedentes en el actual ciclo solar de 11 años. Esta erupción superó incluso a la más intensa registrada anteriormente, ocurrida el 10 de septiembre de 2017.

 

El Centro de Predicción del Clima Espacial (SWPC), perteneciente a la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), también ha catalogado el reciente fenómeno solar como extraordinario, y posiblemente uno de los eventos de radiación solar más significativos jamás registrados. Esta actividad solar ha provocado ya notables perturbaciones, incluyendo la afectación en las comunicaciones de radio de la aviación.

Además de la llamarada solar observada, el SWPC está monitoreando con especial atención una eyección de masa coronal (CME) que, asociada a este evento, parece estar dirigida hacia la Tierra. La NASA define los CMEs como enormes nubes de gas magnetizado y electrificado, expulsadas desde el Sol a velocidades que oscilan alrededor de los dos mil kilómetros por segundo. 

Estas eyecciones son capaces de generar tormentas geomagnéticas en nuestro planeta, fenómenos que están directamente relacionados con la formación de las espectaculares auroras.

Con un promedio de 100 a 150 llamaradas de clase X por ciclo solar, nos acercamos al pico del ciclo actual, previsto para algún momento de 2024. El ciclo solar emerge de bandas opuestas de magnetismo que se extienden a lo largo del Sol. A medida que estas bandas migran y se entrecruzan, generan manchas solares y aumentan la probabilidad de erupciones solares y CME. Por tanto, se espera que la actividad solar se intensifique hacia el pico del ciclo, elevando las posibilidades de observar auroras boreales en los próximos meses.

Efectos sobre la Tierra

Las llamaradas solares, estas explosiones de radiación emanadas desde las manchas solares, se clasifican en una escala que va desde la más débil, clase A, hasta la clase X, siendo esta última la de máxima intensidad. Siguiendo a esta erupción monumental, el Sol no dio tregua y generó una llamarada de clase M el viernes, apenas un día después del evento principal.

La erupción del jueves, con su liberación de partículas de alta energía, tardó solo ocho minutos en alcanzar la Tierra, viajando a la velocidad de la luz. Este fenómeno resultó en un apagón de radio de onda corta en América Central y del Sur, un evento que la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica calificó como extraordinario y posiblemente uno de los más grandes jamás registrados en términos de radiación solar.

La interferencia se extendió a varios centros de aviación del Servicio Meteorológico Nacional de Estados Unidos, reportando una degradación notable en la calidad de las señales.

¿Auroras a la vista?

En cuanto a las auroras, su predicción es todo un desafío. Existen principalmente dos maneras de observar una posible CME antes de que impacte: inicialmente a través del satélite del Observatorio Solar y Heliosférico, y luego, aproximadamente dos días después, mediante el satélite del Observatorio Climático del Espacio Profundo (DSCOVR). Este último ofrece apenas una hora de preaviso antes de la llegada de la CME a la Tierra, similar a detectar un tsunami al otro lado del océano sin saber si impactará directamente hasta el último momento.

Se anticipa que la tormenta geomagnética resultante sea menos intensa que las observadas a finales de noviembre y principios de diciembre. Sin embargo, las sorpresas no están descartadas.

Basado en modelos que muestran la onda de choque propagándose por el espacio, se espera que la CME al menos roce lateralmente la Tierra, potencialmente desencadenando una tormenta geomagnética. 

Por el momento, pues, solo podemos esperar a ver los efectos de este colosal evento astronómico.

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