‘Mujeres extraordinarias’ es un libro que leí de adolescente. Conocí, gracias a él, las historias de Rosa Parks, Marie Curie… y entre ellas, la de Jane. Recuerdo pensar que aunque todas eran extremadamente inspiradoras, la que más me llamaba la atención era la de esta increíble primatóloga.

Jane Goodall tenía solo 26 años cuando marchó sola a África, en medio de la selva de Gombe, en Tanzania, para estudiar a nuestros parientes vivos más cercanos, los chimpancés. Sus descubrimientos no solo dieron la vuelta al mundo, sino que revolucionaron la definición del ser humano. Sus estudios sobre estos grandes primates, de quienes tan poco se conocía, empezaron en los años 60 y siguen vigentes hoy en día. Desde hace décadas, viaja 300 días al año para difundir un mensaje de cuidado del planeta y de esperanza en que un mundo mejor es posible. Ha ganado más de 100 premios, como el de ser Mensajera de la Paz por la ONU. También es doctora honoris causa por más de 45 universidades. Por último, y no menos importante, impulsó la creación de Tchimpounga, un santuario de chimpancés donde el IJG cuida y rehabilita a cientos de crías y chimpancés adultos rescatados de la caza furtiva y el tráfico ilegal.

Al leer su historia, recuerdo pensar: quiero seguir sus pasos.

Desde pequeña me han encantado la naturaleza y los animales. Recuerdo pedirle siempre a mi madre ir a verlos, estuviera en la montaña o cerca del mar. Y también desde pequeña soñaba con ir a África y ver chimpancés, gorilas, elefantes, leones, leopardos, cebras, ñus… y escribir sobre ellos, como Jane. 

Crecí un poco más. Escuché por primera vez el concepto “cambio climático” en las noticias y veía continuamente como los periodistas describían los eventos extremos que este provocaba: incendios forestales, deshielo de los polos, lluvias torrenciales, inundaciones, extinción de especies… Sentía una impotencia indescriptible.

Y recuerdo pensar, de nuevo: quiero seguir los pasos de Jane.

Al estudiar la carrera de nutrición y dietética, me di cuenta de la importancia que tienen las elecciones de nuestra dieta para el planeta. Pero la que me hizo darme cuenta del peso de nuestras acciones individuales fue de nuevo, Jane. Leí su libro ‘Razones para la esperanza’. Como dice Jane “cada día creamos un impacto en este planeta, y nuestro deber es decidir qué tipo de impacto queremos crear”. Y pensé “esto tiene que saberlo más gente, seguro que hay miles de jóvenes que se sienten como yo ahora mismo, pero sin saber por dónde empezar”.

Desde ese momento, hace años que divulgo a través de redes sociales los problemas de nuestro planeta, pero también qué podemos hacer al respecto, con acciones fáciles y alcanzables. Siempre con un optimismo irremediable que me caracteriza, gracias a Jane y a la ciencia que nos dice que aún tenemos una pequeña ventana de tiempo. He estado varias veces en África para documentar la grave situación de los grandes mamíferos que allí habitan y poder hablar sobre la caza furtiva y el tráfico ilegal de animales salvajes. He estado entre chimpancés y gorilas de Grauer en las peligrosas selvas de República Democrática del Congo, con los dos últimos rinocerontes blancos del norte en Kenia, admirando elefantes de sabana en frágiles ecosistemas como el cráter del Ngorongoro en Tanzania, observando leopardos en las grandes llanuras del Serengeti y decenas de lugares más…

Creé mi propia ONG junto con la bióloga marina Taïme Smit, Acción Océanos, con campañas para poder crear zonas protegidas en la costa catalana y ayudar a los cetáceos del Mediterráneo o ayudar a salvar a los pulpos de las macrogranjas, campaña de la que el programa educativo del Instituto Jane Goodall, Raíces y Brotes, también es parte, junto con otras organizaciones medioambientales y animalistas. 

Y conocí a Jane

Hace apenas un mes, me escribieron del Instituto Jane Goodall España comunicándome que Jane visitaba España, y que querían contar conmigo para estar presente. Lo primero que dije a Marisa, de la ONG de Raíces y Brotes, cuando lo supe, fue “no me lo creo”. Ella me contestó con un “te lo prometí”. Y así fue. 

Yo no podía estar más feliz pudiendo asistir a una conferencia de la persona que más me había inspirado a seguir mi camino, después de leer tantos libros, escuchar todas sus charlas y podcasts y ver todos sus documentales. Ese mismo día miré los billetes de AVE para ir de Barcelona a Madrid y se lo dije corriendo a mi madre, que tanto me ha oído hablar de ella.

Llegó el día. Estaba nerviosa y eufórica. Recuerdo ir de camino a La Casa Encendida, donde ella iba a dar la conferencia, pensando en lo agradecida que estaba de esta oportunidad. Al llegar, me encontré con todo el equipo del Instituto Raíces y Brotes y nos trasladaron a una sala, donde nos dijeron que nos explicarían sus últimos avances y proyectos, y que luego asistiríamos a la conferencia. Lo que no me esperaba es que nos habían preparado una sorpresa, y en esa pequeña sala de La Casa Encendida, estaba Jane esperándonos, sentada en una silla y mirando a todo el mundo con esa mirada tan pura y amable que le caracteriza. ¡No me lo podía creer! Así que no solo pude asistir a su conferencia que hizo después, sino que en este pequeño evento sorpresa tuve la oportunidad de presentarme y expresar mi gratitud. Obviamente, cuando tienes a tu máximo referente delante y además por sorpresa, el corazón se pone a mil y las palabras cuestan de salir. Pero creo que le dije algo así:

“Gracias Jane. Tú fuiste la persona que me inspiró a hacer lo que hago y a sembrar esperanza en las personas jóvenes, recalcando el poder que tenemos para cambiar las cosas. Porque como tú me enseñaste, cada día podemos marcar la diferencia. Tú que has visto más mundo que nadie, sabes de toda esa gente que lucha incansablemente por solucionar los problemas que tiene este planeta, como también haces tú. Gracias por seguir plantando la semilla de la esperanza a las futuras generaciones y seguir inspirando a gente como yo, porque efectivamente, esa semilla que un día plantaste en mí, se ha convertido en un fuerte árbol que está dando sus frutos, ahora y por muchos años más”. 

Gracias a las personas del Instituto y de Raíces y Brotes que hicieron posible que una niña que soñaba con ir a África y ayudar al planeta pudiera conocer a su referente e inspiración. Ese día ahora queda para siempre en mi corazón. 

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