Lleva estudiando a los pingüinos y luchando por su preservación desde hace ya más de 30 años. Al biólogo argentino Pablo García Borboroglu, de 54 años de edad, le apasiona esta misión que emprendió con convencimiento cuando, a los 18 años, visitó por primera vez una colonia de pingüinos en la Patagonia.

De esas aves marinas no voladoras tan carismáticas le había contado maravillas su abuela Melania, patagona de Chubut. Ella las había observado con frecuencia en el golfo de San Jorge, una importante zona de explotación de hidrocarburos donde vive una relevante colonia de pingüinos de Magallanes (Spheniscus magellanicus).

«Mi abuela Melania me había explicado mil cosas de estos animales, pero cuando me vi rodeado de al menos medio millón de ejemplares, sentí una conexión tan profunda que supe que dedicaría mi vida a velar por su futuro», cuenta el investigador, que es cofundador y copresidente del Grupo de Especialistas en Pingüinos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

Lamentablemente, en 1991, cuatro años después de aquella primera toma de contacto tan inolvidable, se produjo un grave vertido de crudo en la zona. Aquel desastre ambiental causó la muerte de hasta 17.000 pingüinos, y otros muchos tuvieron que ser atendidos de urgencia.

En aquellas tareas participó activamente Pablo, quien ni corto ni perezoso levantó junto con unos compañeros un centro de recuperación en Punta Tombo, una reserva de fauna en la costa atlántica de la provincia de Chubut.

«En aquella época los vertidos eran muy frecuentes y hasta 40.000 pingüinos morían cada año. Paseabas por la costa y solías encontrar pingüinos muertos, o casi, cubiertos de petróleo. Para mi asombro, eso afectaba muy poco a la gente», recuerda el biólogo.

Con aquella vocación hirviendo en su interior, el joven Pablo estudió biología sin saber aún que se convertiría en embajador mundial de los pingüinos. Posteriormente se doctoró y desde entonces trabaja, no solo en su Argentina natal, sino en todo el mundo, poniendo en marcha líneas de conservación y educación ambiental y asesorando a distintos Gobiernos sobre cómo salvaguardar a estos animales icónicos de la Patagonia.

Entre otras cosas, García Borboroglu, quien en 2009 fundó la Global Penguin Society, la primera coalición internacional dedicada a la protección de los pingüinos, recopila datos clave para entender cómo facilitar su supervivencia, implementa programas educativos a nivel internacional para involucrar en esa labor a las comunidades locales y escuelas y ayuda a Gobiernos y propietarios de tierras a tomar las mejores decisiones en cuestiones que afectan a la conservación de los pingüinos, como, por ejemplo, la designación y gestión de nuevas Áreas Marinas Protegidas (AMP).

Gracias a su tenacidad y entusiasmo, ha recibido numerosos premios a lo largo de su carrera. Uno de los más destacados ha sido el Premio Rolex a la Iniciativa, que obtuvo en 2019.

Estos galardones bienales que otorga la firma relojera suiza llevan más de cuatro décadas apoyando la labor de personas excepcionales que, como este biólogo marino, han demostrado el coraje y la convicción necesarios para asumir grandes desafíos, unos pioneros que, pese a no tener apenas acceso a las fuentes de financiación tradicionales, han sido capaces de dar respuesta a grandes retos con proyectos originales e innovadores destinados a mejorar el conocimiento y el bienestar humanos.

Resultados de su esfuerzo

Sin duda, la labor de García Borboroglu ha dado grandes frutos. Por ejemplo, en 2015 este conservacionista fue una pieza clave en la designación de la Reserva de la Biosfera de la Unesco Patagonia Azul, en la provincia de Chubut, que protege 3,1 millones de hectáreas, el 58% de las cuales son marinas y el 42% restante son terrestres. Aquí, concretamente en Punta Tombo, se halla la colonia de pingüinos de Magallanes más numerosa de todo el planeta, pues alberga el 40% de la población mundial de esta especie, que puede ser de alrededor de un millón de ejemplares durante la época de reproducción. 

Más recientemente, en 2018, localizó cerca de Puerto Madryn, en un lugar llamado El Pedral por la proliferación de guijarros que conforman el paraje, una pequeña pingüinera de apenas seis parejas. «No era el lugar prístino en el que uno espera encontrar fauna salvaje. Estaba lleno de plásticos, de restos de barbacoas, de fragmentos de automóviles…», recuerda.

Así que junto con su mujer, Laura Marina Reyes, bióloga como él, y el resto de su equipo se pusieron manos a la obra, restauraron el lugar y lo protegieron de interferencias humanas, que incluyen actos vandálicos tales como circular en vehículos motorizados en medio de las colonias, dejar a los perros sueltos o arrojar basura al medio.

En la actualidad habitan aquí unos 8.000 ejemplares de pingüinos. «Pude ver con mis propios ojos el nacimiento del primer pollo de la colonia, hijo de la pingüina Clarita. Lo llamamos Pedral y es todo un símbolo de esperanza», afirma.

El futuro de los pingüinos

García Borboroglu tiene sin duda mucho trabajo por delante, porque la mitad de las especies de pingüinos, unos animales altamente sensibles a las alteraciones del hábitat, se halla amenazada. «De las 18 especies que existen, todas menos una, el pingüino de las Galápagos, viven al sur del ecuador –explica el experto–. Sus principales amenazas son la contaminación, como la causada por los vertidos o por los plásticos; las actividades pesqueras, pues suelen enredarse en las redes; las especies invasoras, como las zarigüeyas en Nueva Zelanda, que depredan sobre los pingüinos y estos no saben cómo defenderse; las interferencias humanas en las colonias, y por supuesto el calentamiento global, que está afectando gravemente el patrón de formación y fusión del hielo en la zona».

Sin ir más lejos, el pasado mes de agosto se publicaba un estudio de la institución británica British Antarctic Survey en el que se informaba de que, a consecuencia del récord de deshielo registrado en 2022, en cuatro de las cinco colonias de pingüino emperador del mar de Bellingshausen, al oeste de la península Antártica, habrían muerto todos los polluelos: es imposible la supervivencia de las crías sin una superficie de hielo suficiente donde cobijarse.

«El cambio climático obliga a los pingüinos a tener que buscar la comida más lejos, con lo que dejan solos a los pollos, los cuales pueden llegar a morir durante la espera. Las altas temperaturas son otra gran amenaza. Hace unos pocos años en Punta Tombo se registraron 44 °C, su temperatura límite. Para refrescarse se dirigieron al mar, pero por el camino murieron unos 300. También hemos observado episodios de mortalidad causados por los grandes incendios asociados a las olas de calor».

El escenario de futuro para los pingüinos está lleno de interrogantes, obstáculos y desafíos. Pero personas como Pablo García Borboroglu trabajan incansablemente para que el panorama sea prometedor. A este biólogo e investigador del Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (CESIMAR), del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET, la organización homóloga al CSIC español), le gusta mirar hacia delante con optimismo.

«Por ejemplo, en Chubut conseguimos alejar de la línea de costa las rutas de los buques petroleros y además contamos con medidas de seguridad que nos avisan en caso de un vertido. Si en el pasado morían en Chubut 40.000 pingüinos al año, hoy la cifra ronda la veintena. Son estas historias de éxito las que nos ayudan a tirar adelante», recalca.

Si quieren ver pingüinos, dice este científico que cree que el turismo sostenible es un aliado de la conservación, existen en el mundo 300 lugares para verlos en su medio natural. Véanlos, enamórense de ellos. Y escúchenlos: oír el sonido que emiten al atardecer, algo parecido a un rebuzno, «es un momento de Epifanía», declara. No en vano lo llaman el embajador mundial de los pingüinos.

El biólogo argentino Pablo García Borboroglu fue Laureado con los Premios Rolex a la Iniciativa en la edición de 2019. Este artículo ha contado con el apoyo de Rolex, que colabora con National Geographic para arrojar luz, mediante la ciencia, la exploración y la divulgación, sobre los retos que afrontan los sistemas más cruciales que sustentan la vida en la Tierra. Puedes encontrar más información aquí

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