Todos los días, durante unos cuantos segundos, la Tierra es bombardeada por los rayos gamma que se crean como consecuencia de grandes explosiones que tienen lugar en galaxias lejanas. Se trata de un tipo de radiación electromagnética, es decir, constituida por fotones, que posee una energía muy alta. De hecho, es capaz de penetrar profundamente en la materia y llegar a alterarla mientras interacciona con ella, incluso cuando se trata de células o moléculas humanas.

Como la radiación de tipo gamma también se produce en ciertas desintegraciones de elementos presentes en el planeta, es posible controlarla. Esta característica, unida a su fuerte poder de interacción y de agresión a las células, la convierte en un tratamiento ideal en muchos sectores médicas, como el tratamiento de algunos tipos de tumores. Sin embargo, fuera de control sí puede afectar a los núcleos celulares y alterar el material genético, causando un gran riesgo para la salud. Entonces, observando estas consecuencias, ¿hasta qué punto es preocupante la radiación gamma originada en la Universo que llega de forma constante al planeta?

¿SON LOS GRB PELIGROSOS?

Los rayos gamma son fotones que transportan una gran energía. A diferencia de las partículas alfa y beta, que son protagonistas de las otras dos radiaciones fundamentales, los rayos gamma carecen de peso y son, literalmente, pura energía. Se trata de una radiación muy similar a la luz visible, pero con energía muchísimo más alta. Son generados en desintegraciones naturales, de isótopos que existen en la tierra, como por ejemplo el potasio 40. Pero también en explosiones cósmicas, similares a las de las supernovas, que se conocen como “explosiones de rayos gamma” o GRB (gamma ray burst).

Estos eventos astrofísicos serían los fenómenos electromagnéticos más luminosos de todo el Universo. Según las últimas investigaciones, todo apunta a que sucederían centrando toda la radiación en un par de haces colimados que se dispararían hacia los lados de forma controlada. Sin embargo, todo parece apuntar a que cualquier tipo de objeto estelar que fuera alcanzado por estos haces hasta una distancia de 200 años luz, quedaría volatilizado de inmediato. Por eso, para los astrónomos es tan importante identificar este tipo de eventos, para poder controlarlos y saber cuándo van a ser detectados los rayos gamma procedentes de ellos.

Afortunadamente, para todos los que habitamos en el planeta Tierra este hecho no debe ser una preocupación. Aunque los astrofísicos detecten GRBs casi a diario, todas ellas se encuentran a una distancia enorme, muchísimo más de 200 años luz, por lo que la radiación que alcanza al planeta es habitual sí, pero también de baja densidad. Es decir, no resulta agresiva para el cuerpo humano ni es suficiente como para causar daños en la salud. Por otro lado, no existen estrellas a menos de 200 años luz de la Tierra que puedan explotar como una GRB en los próximos milenios, por lo que la preocupación ante este tipo de factores puede ser mínima.

LAS PRIMERAS DETECCIONES DE RAYOS GAMMA

La primera detección que se conoce de rayos gamma no proviene, sin embargo, de los rayos cósmicos, sino que de la desintegración del elemento radio.  Fue un suceso que ocurrió en el año 1900 y que tuvo como protagonista a Paul Villard. Este científico observó como, en plena desintegración, el núcleo emitía una cierta energía no categorizada hasta ese momento. Sin embargo, Villard la entendió como alguna variación de las radiaciones beta y alfa, recién descubiertas, por lo que no destacó mucho el suceso.

No obstante, tan solo 3 años más tarde, Rutherford recuperó el hallazgo y lo investigó en profundidad. En un primer momento, pensó que podía tratarse de partículas beta extremadamente rápidas, pero el hecho de no poderlos desviar mediante la aplicación de un campo magnético significaba que no tenían masa, algo no compatible con el concepto de beta.

Años más tarde, junto a su compañero de laboratorio Edward Andrade, el científico conseguía medir por primera vez la longitud de onda de esos rayos gamma, encontrando que eran similares a los de los X, solo que con una frecuencia más alta. Esta fue primera vez que se relacionó de forma directa con la radiación electromagnética y se empezó a entender el decaimiento gamma como la emisión de un solo fotón.

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