El cambio climático es un tema extraordinariamente complejo tanto a nivel medioambiental como político y social. Durante los últimos años, los climatólogos han advertido en reiteradas ocasiones sobre las desastrosas consecuencias que tendrá la subida de las temperaturas para el mundo como lo conocemos. En este escenario, tanto los científicos, como ciertos movimientos sociales llaman a la acción de los gobiernos para que se tomen medidas que mitiguen las consecuencias antes de que sea tarde. Muchas veces se sitúa el límite de la subida de las temperaturas en 1,5 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales, una cifra que es posible que superemos en estos próximos años. Pero, ¿por qué 1,5°C?

Más calor, más energía al sistema

El efecto invernadero que crea la atmósfera terrestre permite que la temperatura en nuestro planeta sea de unos 14,6 °C. Esta temperatura es la media global, es decir, muchas regiones la superan con creces, mientras que en los polos, o en altitudes elevadas, se quedan muy por debajo. Ahora bien, debido a la quema de los combustibles fósiles, y a otras actividades humanas, se está produciendo un aumento acelerado de la concentración de gases de efecto invernadero. Esto implica que más calor que nos llega del Sol queda atrapado en nuestro planeta, por lo que la temperatura sigue aumentando.

Entre 1850 y 1900, cuando comenzaron las mediciones de temperaturas de forma precisa y rutinaria, la media global terrestre se estimaba en torno a 13,5 °C, es decir, 1,1 °C menos que en la actualidad. La tendencia que se extrae de los datos muestra que las temperaturas seguirán aumentando, y que seguramente superen 1,5 °C, el límite máximo de calentamiento global que se estableció en el Acuerdo de París de 2015. Este aumento de las temperaturas es, en definitiva, un aumento en la energía presente en el sistema climático, lo que se traduce en una mayor frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos, como olas de calor, incendios forestales, inundaciones y huracanes.

Pero como hemos podido observar estos últimos años, muchas regiones experimentan fenómenos extremos a pesar de no haber llegado todavía a los 1,5 °C. Esto se debe a que, con cada decimal adicional aumenta la probabilidad, la intensidad, y la frecuencia de que ocurran. Durante los últimos 3 años, el fenómeno de La Niña ha mitigado la subida de las temperaturas, pero el comienzo de El Niño significa que en los próximos años, la temperatura media podría aumentar hasta alcanzar 1,8 °C más que en la era preindustrial. Aunque es poco probable que se llegue a 1,8 °C, los climatólogos estiman que las posibilidades de superar 1,5 °C en los próximos 4 años son del 66%.

¿Entonces se acabó?

Por supuesto que no, que se superen los 1,5 °C de forma puntual no quiere decir que todos los esfuerzos hayan sido en vano. Sin embargo, está en nuestras manos que no sea lo normal encontrarse por encima de dichas temperaturas. De acuerdo con el IPCC, para evitar que la temperatura media terrestre supere los 15 grados, la humanidad debería conseguir emisiones neutras de carbono para el año 2050. Esto requeriría de un esfuerzo global, que va desde importantísimas inversiones en nuevas tecnologías de la energía, hasta un cambio en el modelo de producción y consumo actual.

La idea es dejar de emitir gases para que los que se han vertido hasta ahora vayan, poco a poco, volviendo a fijarse en los procesos biológicos y geológicos. Pero queda un largo camino por recorrer, especialmente con los tres gases de efecto invernadero más importantes: el dióxido de carbono (CO₂), el metano (CH₄) y el óxido nitroso (N₂O). Estos gases son los responsables de casi el 90% de todo el calor del Sol de más que es absorbido por La Tierra en comparación con la era preindustrial.

Y la causa es clara, su aumento. En mayo de 2023, las concentraciones de dióxido de carbono alcanzaron las 424 partes por millón (ppm), en 2021 las de metano alcanzaron el récord de 1908 partes por mil millones (ppmm), y las de óxido nitroso, de 334,5 ppmm. Comparados con la era preindustrial, estos valores suponen un incremento del 150 %, el 262 % y el 124 % respectivamente. Estos gases tienen una vida relativamente larga en la atmósfera, por lo que conseguir que sus emisiones lleguen a un equilibrio para el año 2050 es una meta posible y, como muestran los datos, necesaria.

¿Qué puede salvarnos?

Todas las acciones que se vayan realizando suman al cómputo global. Por ejemplo, fomentar fuentes de energía renovables y la creación de nuevas tecnologías como la fusión nuclear permitirían reducir significativamente las emisiones relacionadas con la producción de energía. También, el uso de nuevos materiales de construcción que no desprendan CO₂ durante su construcción ayudaría a que la creación de hábitats tuviese un menor impacto en la atmósfera. Además, existen cientos de iniciativas que buscan sustitutos a los materiales de uso cotidiano por otros más sostenibles, y las tecnologías de captura de CO han permitido crear una “fotosíntesis artificial” que guarda el gas en forma de compuestos orgánicos.

Pero tampoco hay que caer en el tecnooptimismo y pensar que una nueva y mejor tecnología solucionará el problema mágicamente. Para una crisis global de estas características, se necesitan soluciones globales, y estas soluciones incluyen medidas políticas y sociales. Finalmente, la temperatura es solo uno de los factores que influyen en la salud del planeta. Existen otras variables que pueden provocar un desastre ecológico y también han alcanzado niveles preocupantes, como comentábamos en el siguiente artículo.

Cruzar los límites justos y seguros para la vida ha podido comenzar un efecto bola de nieve que es muy difícil detener, por ello, estos años son críticos para el futuro que nos espera. De momento, conviene seguir recabando datos, reduciendo las fuentes de carbono antropológicas y vigilar de cerca las naturales para observar los cambios que ocurran. De esta manera se podría actuar en consecuencia, y así, los 1,5 °C como máximo seguirán siendo un objetivo posible.

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