La primera palabra que logran leer algunos nada más despertarse, mientras luchan contra el peso que ejercen los párpados sobre los ojos, es: posponer. Sea cual sea el dispositivo digital que se utilice para interrumpir el sueño, la opción de dormir cinco minutos más está disponible y, sin duda, resulta tentadora, independientemente de las voces científicas que han sostenido, durante mucho tiempo, que este hábito era perjudicial para la salud

Un nuevo estudio, sin embargo, libra de culpabilidad a aquellos a los que les cuesta despegarse de las sábanas al revelar que, en realidad, atrasar la alarma en tres ocasiones durante 30 minutos (por ejemplo, de 6:30 a 7:00 con avisos cada 10 minutos) no solo no afecta negativamente a la salud, sino que puede ayudar a reducir la inercia del sueño: esa sensación tan molesta de somnolencia que se arrastra tras despertarse de forma abrupta. 

La investigación, llevada a cabo por psicólogos de la Universidad de Estocolmo y publicada en el Journal of Sleep Research, es la primera en contradecir las teorías tradicionales sobre lo que se conoce como sueño fragmentado, y abre la puerta a seguir puliendo, desde el análisis científico, las prácticas que conducen a una buena higiene del sueño.

Así afecta a la salud posponer la alarma 

Una encuesta realizada en 2017 a casi 20.000 usuarios de relojes inteligentes indicó que el 50% de los participantes pulsó el botón de posponer la alarma al menos una vez cada mañana. En base a este dato, que no resulta demasiado revelador en términos de bienestar, los investigadores del nuevo estudio se preguntaron: ¿puede este hábito tan aparentemente banal tener algún tipo de efecto en la salud

El sueño es un proceso que compartimos con todos los animales y que, aun así, sigue presentando numerosas incógnitas. Con respecto a este asunto, lo que hasta ahora se sabía era que una fragmentación del sueño distribuida a lo largo de la noche sí comportaba deficiencias para la cognición y la respuesta socioemocional, sin embargo, en un corto período (15 o 30 minutos, por ejemplo) no se conocían las consecuencias.

En esta ocasión, los expertos dividieron el análisis en dos enfoques: por un lado, estudiaron las características de los participantes y las razones por las que retrasaban su despertar de esta manera; luego, exploraron los efectos agudos de una posposición de 30 minutos en la arquitectura del sueño, la somnolencia, la capacidad cognitiva y el estado de ánimo. 

Para su sorpresa, los participantes que pospusieron la alarma mostraron mejor rendimiento recién levantados en varias funciones cognitivas, como la velocidad aritmética o la memoria episódica. Además, observaron que no hubo diferencias significativas en la calidad del sueño nocturno entre aquellos que posponían la alarma y aquellos que no. Eso sí, en cuanto al resto de variables de estudio no se obtuvieron conclusiones contundentes. 

La alarma: enemiga de un buen descanso

Lo cierto es que cualquier forma de despertar que no sea natural es poco saludable. Mucho menos si se hace con un sonido fuerte y estridente. En ese sentido, otro estudio demostró que la alarma que elegimos afecta directamente al aumento o reducción de la molesta inercia del sueño: las más melódicas mejoran los niveles de alerta y, por lo contrario, las más agresivas hacen que nos sintamos más somnolientos. 

En cualquier caso, nuestro cuerpo está programado para saber cuándo es momento de dormir y cuándo llega la hora de levantarse, gracias a una especie de «reloj interno» que controla los ritmos circadianos. Son, sin embargo, los hábitos que adoptamos los que nos privan de un buen descanso: procrastinar la hora de dormir al priorizar el ocio, por ejemplo, es una de las prácticas que perjudican en mayor medida la calidad de nuestro sueño. 

Así, lograr despertarse naturalmente antes de que suene la alarma, aunque en ocasiones resulte fastidioso, puede ser señal de que lo estamos haciendo bien.

Facebook Comments