Entre las diferentes corrientes del actual ecologismo —el sufijo –ismo se emplea para nombrar una corriente filosófica, literaria o artística— en demasiadas ocasiones caracterizado por la ausencia de cualquier respaldo científico en sus planteamientos, existe una máxima casi universal empleada de forma generalizada como arma arrojadiza propagandística: «el capitalismo es el mayor enemigo de la naturaleza».

Así, por ejemplo, mientras que frecuentemente se suele pasar por alto que algunos los mayores avances en la historia de la protección del medio ambiente —como la creación de las primeras figuras legales de protección para algunos algunos territorios, e incluso el nacimiento del propio movimiento ecologista— tuvieron lugar en el seno de sociedades libres que prosperaron al amparo del «voraz capitalismo», también resulta costumbre obviar que algunos de los atentados más graves contra nuestro planeta se produjeron en los autodenominados paraísos comunistas; la historia está plagada de ejemplos.

Uno de los más sonados, quizá, es el accidente nuclear de Chernobyl, del que se responsabiliza a la demonizada energía nuclear, pero del que repasando la historia puede concluirse que, entre los diversos factores que dieron lugar a la catástrofe, resultó fundamental el hecho de que en la toma de decisiones prevalecieran las consignas políticas ante el criterio científico.

Menos conocida resulta una de las iniciativas que el gobierno chino llevó a cabo durante el Gran Salto Adelante, una campaña que perseguía transformar la economía agraria china a través de una rápida industrialización y colectivización del país. Hablamos del proyecto de las 4 plagas, en el que la China comunista llegó a movilizar a su población en una guerra contra los gorriones.

De hecho, la aniquilación de los gorriones -enemigos de los campesinos, ya que se alimentaban del grano que estos cultivaban- se produjo de una manera tan efectiva que trajo consigo la proliferación de una plaga de langostas aún más terrible. Esta plaga de langostas contribuyó a la llamada Gran Hambruna China, un periodo de 3 años en el que se calcula que murieron entre 15 y 55 millones de personas.

Con las catástrofes ambientales en los regímenes comunistas se podría, de hecho, llenar las páginas de un libro: el desastre del río Tetcha; el vertido nuclear del lago Karachay; la fuga de carbunco de Sverdlovsk; la desecación del mar de Aral, los incendios forestales de Kursha-2 y del Dragón Negro; la caza masiva de ballenas en la URSS;  el lago tóxico de Geamana o los vertidos radiactivos procedentes de los submarinos nucleares soviéticos en el mar de Kara son solo algunos ejemplos. 

Pero algunas de estas historias tienen nombre propio. Y este es precisamente el caso de Trofim Lysenko, un hombre del que se ha llegado a decir que provocó que el desarrollo de la biología en la Unión Soviética se retrasase décadas.

La historia de Trofim Denísovich Lysenko comienza en Karlovka, Ucrania, entonces parte del Imperio Ruso, en 1898. Nuestro protagonista se graduó de la Escuela de Horticultura de Uman en 1921 a la edad de 23 años, tras lo cual sería destinado en la Estación de Selección de Belaya Tserkov (Ucrania). 4 años después, en 1925 obtendría su doctorado en ciencias agrícolas en el Instituto Agrícola de Kiev, y sería destinado a la Estación Experimental de Gyandzha, en Azerbaiyán, hasta 1929.

Fue precisamente durante su estancia en Azerbaiyán que el nombre de Lysenko empezaría a resonar por primera vez y a hacerse un hueco en la prensa. Así en 1927, cuando Lysenko rondaba la edad de 29 años, el diario soviético Pravda —entre 1912 y 1991 la publicación oficial del Partido Comunista—se hacía eco de una de sus primeras investigaciones. En ella Lysenko afirmaba haber encontrado un método para abonar la tierra sin emplear fertilizantes o minerales. También que una cosecha invernal de guisantes podía crecer en Azerbaiyán «reverdeciendo los yermos campos del Transcáucaso en el invierno de tal manera que el ganado no moriría por falta de comida y que los campesinos vivieran el invierno sin temor por el futuro». Por supuesto, la cosecha de guisantes de Lysenko nunca llegaría a prosperar, sin embargo, desde ese momento su figura de científico del pueblo, encarnación del mítico genio campesino soviético, prevalecería durante años aún ante la evidencia de los constantes fracasos de sus teorías pseudocientíficas.

Durante la década de los años 30, la agricultura, la biología y la genética se guiaban mayoritariamente por las teorías de la Selección Natural definida por Charles Darwin y las leyes de la herencia enunciadas por Gregor Mendel. Ambas teorías, cuyos postulados podían orientarse a obtener variedades agrícolas que permitieran aumentar las cosechas a lo largo del año, buscaban comprender la influencia de la genética y el ambiente en el genotipo y fenotipo de las variedades de las plantas cultivables.

En la Unión Soviética, no obstante, con el tiempo Lysenko se convertiría en una figura influyente, y sus ideas, contrarias a las teorías darwinistas y mendelianas, encontrarían eco en un momento de la historia en que el régimen político soviético buscaba fomentar una ciencia adaptada a sus ideales colectivistas.

La hazaña más dudosamente memorable de Lysenko fue su método para el cultivo del trigo de invierno, el cual prometía aumentar drásticamente la producción agrícola y poner fin a las hambrunas. Sus técnicas se sustentaron, teóricamente más no en la práctica, en la adecuación al clima ruso de las plantas de cultivo, e incorporaron el concepto de la herencia adquirida, el cual se convirtió en la piedra angular de sus polémicas ideas.

Aunque científicamente defectuosas en varios niveles, las pretensiones de Lysenko deleitaban tanto a periodistas como a funcionarios soviéticos, además de generar furor entre el campesinado, ya que aceleraban el trabajo de laboratorio y lo abarataban considerablemente. Su negación de la genética mendeliana y su promoción de la herencia adquirida, no obstante, condujo a políticas agrícolas ineficientes y dañinas, que llevaron a crisis alimentarias, pérdida de cosechas y hambrunas generalizadas.

El propio Lysenko invertiría, además, un tiempo precioso en desacreditar a científicos, académicos y genetistas contemporáneos —liderados entonces en la URSS por el botánico y genetista Nikolai Vavilov, quien moriría en la cárcel por oponerse al lysenkismo— argumentando que sus experimentos aislados en laboratorios no ayudaban al pueblo.

De hecho, con el impulso del gobierno soviético, Lysenko provocó que quienes se mostraban escépticos hacia su figura fueran censurados políticamente y condenados al ostracismo por criticar sus ideas en vez de proponer nuevas soluciones. Fue así que las teorías pseudocientíficas de Lysenko, que se alineaban con las políticas estalinistas, condujeron al declive de la investigación científica rigurosa en la Unión Soviética durante el mandato de Iósif Stalin hasta el punto de que para 1948, la investigación en genética fue virtualmente prohibida en la URSS, y resultaba frecuente la desaparición y muerte de muchos genetistas en extrañas circunstancias.

Las teorías pseudocientíficas de Lysenko condujeron al declive de la investigación científica rigurosa en la Unión Soviética.

Por fortuna para el pueblo soviético, la ascensión de Nikita Khrushchev al poder en 1953 marcaría el inicio del declive de la influencia del científico descalzo. Durante el mandato de Khrushchev, se toleraría la oposición a los programas de Lysenko y este perdería el control titular de la Academia de Agricultura de Lenin.

Finalmente, tras la caída política de Khrushchev en 1964, las doctrinas de Lysenko fueron definitivamente desacreditadas y se realizaron intensos esfuerzos para restablecer la genética moderna y la biología molecular en la URSS. Con el tiempo sus teorías fueron refutadas, la comunidad científica soviética se liberó de las cadenas ideológicas que habían encumbrado a Lysenko y, gradualmente, redirigió su enfoque hacia la ciencia basada en la evidencia y el método científico.

Mientras tanto, en Estados Unidos, epítome del capitalismo más voraz, la llamada revolución verde iniciada por el arquitecto agrónomo Norman Borlaug, comenzaba a dar sus primeros frutos y a extenderse por varios países a principios de la década de los años 60, evitando la muerte por inanición de millones de personas en todas partes del mundo. Lysenko viviría lo suficiente para comprobarlo, aunque quizá, no para admitir el éxito del método científico (y del enemigo) sobre una pseudociencia sustentada por el poder político y el miedo; falleció en Moscú un 20 de noviembre de 1976.

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