Una primavera, hace aproximadamente 66 millones de años, la enorme bola de luz brillante que había aparecido en el cielo hacía meses cayó en el mar. Chicxulub, un meteorito de entre 10 y 15 kilómetros de diámetro, impactó en la actual península de Yucatán con una fuerza comparable a diez mil millones de bombas atómicas como la de Hiroshima. Esto supuso el fin de una era, el Mesozoico, que había visto cómo los enormes dinosaurios saurópodos dominaban la Tierra.

Segundos después del impacto, una onda expansiva recorrería el planeta, arrasando a su paso las costas, bosques y a cualquier pobre animal que se encontrase por la zona. Por desgracia, esto no era todo. Unas horas después, olas de cientos de metros acabaron de destruir lo poco que habría quedado, y su resaca arrastró mar a dentro los restos de aquel evento.

Durante los siguientes años el cambio iba a ser radical. El mundo se sumió en la oscuridad por la cantidad de partículas en suspensión, las plantas se marchitaron, y las temperaturas descendieron hasta congelar gran parte de la superficie. Pero en aquel páramo helado, resurgieron, más fuertes que nunca, los supervivientes a la hecatombe. Entre ellos, estaba nuestro antepasado.

No pensemos en homínidos

Cuando hablamos de nuestro antepasado ni nos referimos a un homínido ni a un simio, pero sí a los primeros animales que compartían algunos rasgos con los primates. Los fósiles de hace unos 60 millones de años muestran criaturas similares a ardillas, con un cuerpo esbelto, cola y extremidades ágiles que les ayudarían a trepar a los árboles, cazar insectos y a huir de los depredadores de la época. Pero este antepasado no es únicamente nuestro, sino que lo compartimos con los monos y algunos lémures.

Ahora bien, llegados a este punto ya habían pasado 5 millones de años desde la gran extinción. Este tiempo es más que suficiente para que las especies se diversifiquen, especialmente si han tenido la oportunidad de repoblar unos ecosistemas que habían quedado seriamente dañados. Si nos desplazamos un poco más atrás en el tiempo, justo cuando el impacto, distintas investigaciones revelan que en aquel momento vivía otro antepasado nuestro que sí compartía su espacio con los dinosaurios. Su aspecto debía ser similar a una ardilla pequeña y, aparte de nuestro antepasado, también lo es de los escandentios, entre los que encontramos animales actuales como las musarañas arborícolas o tupayas.

Los más antiguos

Entre los restos más antiguos de estos mamíferos primitivos, cerca de la borrosa frontera que marcaría la aparición de los primates, también encontramos un género extinto conocido como Purgatorius. La posición de este género en el árbol evolutivo es todavía incierta, aunque los últimos estudios la sitúan como una especie “hermana” a la que acabaría evolucionando en nosotros. De entre los restos encontrados, una de las mandíbulas hallada en un yacimiento en Montana (Estados Unidos) fue datada a menos de 150 mil años después de la caída del meteorito. Además, un diente de una de las especies de Purgatorius fue hallada entre fósiles de dinosaurio. Sin embargo, existe un poco de controversia al respecto, ya que es posible que los restos se mezclasen en algún momento del pasado o durante la recolección.

Del fósil se puede deducir que era un animal pequeño, probablemente de entre 10 y 20 centímetros de largo y un peso de entre 30 y 40 gramos, es decir, similar a un hámster pequeño. Además, al contrario que los dinosaurios, que ponían huevos, el Purgatorius gestaba a sus crías en su interior, ya que, probablemente, era uno de los primeros mamíferos con placenta.

Su pequeño tamaño, su sangre caliente, y su adaptabilidad a un medio cambiante les permitiría sobrevivir tanto a la noche que duró más de un año como al durísimo entorno que quedó después. Pero estos animales también debieron tener un antepasado, uno del que descendieron todos los mamíferos con placenta. Y en este punto encontramos un gran problema. No existen fósiles de mamíferos placentarios anteriores a 66 millones de años.

¿Cuándo apareció la placenta?

Existe un gran debate científico entre los que tratan de responder a esta pregunta. Por una parte, no se han encontrado restos fósiles, lo que indicaría que aparecieron después del meteorito; pero por otra, algunos estudios moleculares sugieren que la placenta debió aparecer hace unos 135-120 millones de años. Y es que según retrocedemos en el tiempo, es más difícil ajustar los modelos de evolución que tenemos y, como es tan complicado que se den las condiciones óptimas para la fosilización, muchos de los restos animales que podrían aportar pistas clave puede que se hayan perdido para siempre.

Pero si hay una cosa por la que destaca el ser humano es por su tenacidad a la hora de resolver rompecabezas a priori imposibles. Por ello, investigadores de la Universidad de Bristol y de Friburgo han empleado una técnica matemática que permite inferir la época en la que se diversificaron las especies. La técnica, denominada Bayesian Brownian Bridge emplea la evidencia fósil y la diversidad de especies que existe en la actualidad.

Al aplicar este método a los animales placentarios, los resultados mostraron que, según su modelo, la placenta debió aparecer en algún momento del Cretácico, probablemente entre 10 y 20 millones de años antes de la extinción masiva. Además, también muestra que tanto los primates, como los antepasados de los perros y gatos, y los de los conejos y liebres, debieron aparecer poco antes de la extinción de los dinosaurios.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que una de las limitaciones de este estudio es, precisamente, que se base en el registro fósil, ya que el descubrimiento de nuevos yacimientos y excavaciones variaráligeramente la historia de estos antepasados.

Mundo nuevo, vida nueva

Lo que sí que se puede extraer es que, aunque ya existían anteriormente, el meteorito fue el detonante en la explosión de diversidad de los mamíferos placentarios. Cuando los ecosistemas perdieron al 75 % de sus especies, sobre todo las mayores de 25 kg, quedaron muchos nichos vacíos en los ecosistemas que serían rápidamente ocupados por los supervivientes.

Si pudiésemos viajar por un momento unos años después del impacto, probablemente encontraríamos un mundo en miniatura. En él, lucharían por su supervivencia lagartos, insectos, tortugas y unos pequeños mamíferos que, en 66 millones de años, se convertirían en las especies que conocemos hoy en día, incluidos nosotros. Así que ya sabéis, si conseguís trasladaros a aquella época, lo más importante es no tocar nada.

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