“Este perro fue criado por gatos y ahora cree que es uno de ellos”. Una historia muy popular que de vez en cuando aparece acompañada de fotografías de perros actuando como gatos: sentándose como ellos, trepando a lugares elevados o haciendo sus necesidades en el arenero de sus compañeros felinos. La misma historia se repite a veces con los roles invertidos (gatos que se comportan como perros), aunque es menos frecuente y con resultados menos evidentes.

¿Pero qué hay de cierto en estas historias? ¿Los perros pueden llegar a pensar realmente que son gatos, o viceversa? ¿O es sencillamente lo que a nosotros nos parece? Ante todo hay que decir que en ninguno de los dos casos el animal “cree” que es de otra especie: su aspecto y olor son distintos y, especialmente si ha conocido otros perros y gatos, sabe identificarlos como animales distintos y a cuál de las dos especies pertenece él mismo.

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La importancia de la socialización

La clave para entender este comportamiento es la socialización, es decir, el periodo en el que un cachorro de cualquier especie aprende a relacionarse con otros animales y con su entorno. Este periodo suele darse entre las dos y las nueve semanas de vida en el caso de los gatos, y entre las cuatro y las doce semanas en el caso de los perros; aunque estos últimos tienen un periodo de socialización “extendido” que dura hasta la pubertad y durante el cual siguen aprendiendo comportamientos sociales.

Normalmente un cachorro es criado por su madre biológica y aprende de ella dichos comportamientos. Nunca debería separarse a un cachorro de su madre antes de este periodo; por ello, los casos de perros criados por gatos y viceversa son raros y se dan mayoritariamente en animales huérfanos, extraviados o abandonados cuando aún son muy pequeños.

Sin embargo, cuando se da el caso de que un cachorro es criado por una madre «adoptiva» de una especie distinta, aprenderá de ella cómo relacionarse con su entorno y con otros animales y eso, por supuesto, influirá en algunos de sus comportamientos. Además, los cachorros por naturaleza tienden a imitar a sus madres: si un perro ve que su “madre gata” trepa a los lugares, intentará hacerlo él también. Esto puede resultar gracioso mientras todavía es un cachorro, pero cuando el perro sea adulto estos comportamientos parecerán más fuera de lugar porque será más evidente que no son típicos de un perro.

¿Por qué los perros son más propensos que los gatos a imitar a la otra especie?

Estos casos se dan con más frecuencia en perros que en gatos por dos motivos. El primero es que el periodo de socialización de los gatos es más temprano y, en caso de perder a su madre biológica, es más fácil que un perro de cuatro semanas sobreviva sin ella que no que lo haga un gato de dos semanas.

El segundo motivo es la propia naturaleza social de los perros, que son mucho más propensos que los gatos a imitar los comportamientos de los individuos con los que conviven. Y si se trata de comportamientos básicos como el modo de sentarse, jugar o acicalarse, si ha sido criado por un gato simplemente asumirá que esa es la forma correcta de hacerlo, pero no porque “crea” que él mismo es un gato.

Uno de los aspectos en los que más se nota esto es el lenguaje corporal, puesto que es su principal vía de comunicación con otros individuos; y, con menos frecuencia, en la vocalización, en perros que intentan “ronronear” igual que los gatos porque han aprendido de ellos que esta es una manera de pedir atención de los humanos.

También se ha observado que los perros que conviven o han convivido con gatos son más propensos a preferir los lugares cerrados para descansar, como las casitas para perros, y que los gatos que han crecido con perros no tienen problemas en compartir su espacio personal con ellos e incluso iniciar ellos mismos el contacto físico.

Algunas razas, tanto de perros como de gatos, son más propensas a imitar los comportamientos de otras especies porque, de forma natural, son más sociables. Entre los perros se puede mencionar, por ejemplo, a los de tipo retriever, los corgis o los spaniels; y entre los gatos, a los siameses, los ragdolls o los Maine Coons. En cualquier caso, un perro nunca “creerá” que es un gato ni viceversa, aunque a veces se comporte como tal.

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