El ser humano es curioso por naturaleza. Y el anhelo imperioso de saberlo todo sobre nuestro entorno -y también lo que queda fuera del alcance de él- no es más que un fruto del instinto: en términos darwinianos -quien, por cierto, fue un gran explorador del planeta-, el conocimiento nos hace evolucionar y, de esta forma, garantizar la supervivencia de la especie.

Son muchos los lugares a los que todavía no hemos llegado. Sobre todo, por las carencias de nuestra propia naturaleza: la Tierra es un lugar que alberga una gran diversidad de ecosistemas con fauna, flora, climas y paisajes distintos, pero los humanos no estamos físicamente preparados para todos ellos. Es por eso que, en ocasiones, hemos tenido que recurrir a la tecnología -algo que dominamos bien- para acceder a lugares a los que comúnmente no pertenecemos. 

En este sentido, lo que se dice de que «la curiosidad mató al gato» no es solo aplicable a estos pequeños felinos. En el pasado, es ese ansia de sabiduría lo que llevó probablemente a la gran mayoría de las poblaciones humanas a la extinción. Y es que la curiosidad pone a prueba hasta dónde podemos llegar, y nos reta a enfrentar riesgos que no todos están dispuestos a asumir. 

más allá de la tierra

Desde tiempos inmemoriales, el humano ha estado fascinado por las estrellas, los astros y los eventos que se avistan en el cielo desde la tierra. El estudio del universo es secular, pero las expediciones al espacio son relativamente recientes, y han supuesto un gran paso para la humanidad y la ciencia. 

Mientras que hace unos años los viajes en nave espacial eran fenómenos de película o reservados exclusivamente a la NASA -u otras entidades aeroespaciales del mundo, como la ESA en Europa-, en el último tiempo hemos visto cómo algunas empresas privadas están comercializando este tipo de expediciones. 

En 2021, Oliver Daemen, un joven de 18 años, viajó a bordo de un cohete de Blue Origin junto al CEO de Amazon, Jeff Bezos, convirtiéndose así en la persona más joven en volar al espacio. Pero esta no es la única compañía que ofrece la experiencia: World View, Virgin Galactic y SpaceX no se han quedado atrás. 

Sin duda, el espacio genera mucha curiosidad en los humanos. Y la tecnología cada vez está más preparada para que explorarlo sea una tarea simple

En las profundidades del océano

El reciente accidente del sumergible Titan, que iba de camino a visitar los restos del Titanic, ha demostrado que las profundidades del océano todavía no han sido conquistadas por el ser humano y que, de hecho, su exploración es muy arriesgada

Teniendo en cuenta que el agua representa alrededor del 70% de nuestro planeta, y que solo hemos logrado explorar un 5% de los océanos, la conclusión está clara: el fondo marino alberga millones de misterios que todavía están por descubrir.

Como OceanGate, la compañía que operaba los viajes turísticos del Titan, hay otras empresas que se dedican a organizar expediciones bajo el agua: Blue Marble Private, por ejemplo, estrenó en 2018 unos packs para visitar el pecio más famoso del mundo. Aunque lo cierto es que el Titanic es solo una excusa: quienes se aventuran en inmersiones de tal envergadura, en realidad, no lo hacen únicamente por ver en persona los escombros del barco hundido, sino más bien por el interés insaciable de explorar lo inexplorado.

Algunos lo han conseguido con éxito. Víctor Vescovo, un oficial naval retirado que ha dedicado su vida a la exploración, logró alcanzar 10.911 metros de profundidad en el océano -un récord mundial- al sumergirse en el abismo Challenger, ubicado en la Fosa de las Marianas

Lluvia, viento y calor extremo

Los romanos, que fueron un referente en urbanismo para las civilizaciones posteriores, ubicaban las ciudades de su Imperio de forma estratégica: a poder ser, con un clima agradable, con un río cerca, con salida al mar y con alguna montaña o punto elevado para poder divisar amenazas. Desde entonces, muchas otras poblaciones han tomado ese ejemplo y han tratado de evitar construir en lugares donde las condiciones climáticas o del terreno no facilitan la vida.

Pero no es el caso de quienes fundaron Mawsynram, un pueblo en las montañas de Khassi (India) que tiene una precipitación media de 11.871 mm al año, la mayor del planeta. En este lugar llueve de forma torrencial prácticamente todos los días, y aunque parezca mentira, muchos se arman con chubasquero, botas de agua y paraguas para visitar la localidad. 

Algo parecido sucede en la Commonwealth Bay -o Bahía de la Mancomunidad-, en la Antártida. Este lugar, que se puede visitar en los packs de turismo por el continente, ha logrado aparecer en el Libro Guinness de Récords Mundiales por ser el más ventoso del planeta: allí, el viento puede alcanzar los 380km/h.

Y el que probablemente se lleve el primer premio al lugar más inhóspito del planeta es la depresión de Danakil, en Etiopía. Este gran desierto está situado a alrededor de 100 metros por debajo del nivel del mar y resulta imposible vivir allí. Registra temperaturas cercanas a los 60ºC y, además, al estar rodeado de volcanes, alberga manantiales hiperácidos que desprenden aire tóxico.

Los colores de su paisaje parecen de otro planeta, pero no, están aproximadamente a 600 kilómetros de Mekele (ciudad en Etiopía) y se pueden visitar, siempre y cuando se haga acompañado de un guía experimentado: el camino suele estar restringido por pequeños grupos armados que obstaculizan la llegada al desierto.

viaje al centro de la tierra

La Tierra está dividida en siete placas tectónicas, y las zonas de unión entre ellas presentan particularidades en común: actividad sísmica frecuente y abundancia de formaciones volcánicas

Estados Unidos es el país que más volcanes tiene, con 169. La mayoría de ellos se encuentran en Alaska, donde se producen erupciones cada año, y la isla de Hawaii, que se ha ido formando por la actividad de cinco volcanes diferentes: Kohala (extinto), Mauna Kea (inactivo), Hualalai (inactivo), Mauna Loa (activo) y Kīlauea (muy activo).

El Cinturón de Fuego es la zona del planeta -un círculo en el Océano Pacífico- que concentra casi todos los volcanes, y muchos curiosos se aventuran a explorar sus cráteres, incluso cuando están llenos de lava. Es el caso de los 3 alpinistas exploradores que en 2016 viajaron a la isla Ambrym (Vanuatu), al oeste de Fiyi, para aprender más sobre la caldera del volcán Benbow

Para conseguirlo, tuvieron que atravesar una selva y un desierto de lava, equipados con una cuerda de 600 metros, tiendas de campaña y provisiones suficientes para alcanzar la tercera terraza (la que está más cerca de la lava). Y en el camino se encontraron con diversos obstáculos: lluvia ácida, explosiones y gas tóxico

Tras la expedición, Sebastian Hoffman, uno de los exploradores, declaró: “No hay señales de alerta que te digan que debes detenerte porque la temperatura es demasiado alta. La única manera es continuar hasta quemarte. Llegamos muy lejos, las condiciones eran perfectas y la curiosidad pudo más que el miedo”.

La ruta más larga del mundo

Una expedición que no todo el mundo logra completar es la famosa carretera Panamericana. Esta traviesa todo tipo de ecosistemas y climas, desde densas selvas hasta montañas congeladas. Y es que se extiende desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, en el sur de Argentina. 

Aunque a priori parece que se trata de una carretera más, aunque demasiado larga -17.848 km-, lo cierto es que la ruta está llena de obstáculos, especialmente cuando el viajero trata de ingresar en Sudamérica. Esta zona, que está entre Panamá y Colombia, se conoce popularmente como el Tapón del Darién y corresponde a unos 130 kilómetros en los que la carretera desaparece y es necesario atravesar una selva frondosa y pantanosa. 

Durante las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado, los exploradores sintieron una gran curiosidad por cruzar esta región. Así, un equipo que incluía antropólogos y experimentados investigadores se montaron a un Jeep y a un Land Rover apodado la «Cucaracha Cariñosa» y, aun así, tardaron aproximadamente cinco meses en completar la travesía. 

Doce años más tarde, el explorador británico John Blashford-Snell intentó realizar la misma expedición y, tras superarla, la describió como el desafío más grande de su carrera.

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